La exégesis de las palabras de Jesús sobre el matrimonio y el divorcio, llevada a cabo por el monje camaldulense Guido Innocenzo Gargano - biblista y patrólogo de fama, docente en las pontificias universidades Gregoriana y Urbaniana - está cada vez más en el centro de la discusión presinodal.
En su opinión, en el reino de los cielos predicado por Jesús hay lugar también para todo aquél que siga usufructuando hoy la facultad de repudio concedida por Moisés a causa de la «dureza de corazón».
El padre Gargano no extrae de esta exégesis de su autoría consecuencias explícitas en el terreno doctrinal y pastoral. Pero éstas son más que intuibles. No es casualidad que el cardenal Walter Kasper, líder de los innovadores, haya citado a Gargano en apoyo de sus propias tesis, en su reciente intervención en la revista alemana «Stimmen der Zeit», disponible también en traducción italiana:
- Nochmals: Zulassung von wiederverheiratet Geschiedenen zu den Sakramenten?
- Ammissione dei divorziati risposati ai sacramenti?
Gargano ha expuesto su exégesis en dos ensayos sucesivos. El primero, el pasado invierno en la revista cuatrimestral de teología «Urbaniana University Journal», reproducido integral y ampliamente en varios idiomas en www.chiesa:
El segundo, a comienzos de julio, en forma de carta al editor de este sitio web, también reproducida íntegramente y presentada en varios idiomas en www.chiesa:
En su segunda intervención, el padre Gargano retoma y desarrolla los argumentos expuestos en el primer ensayo, tomando nota de las reacciones recibidas a partir de éste.
Entre estas reacciones hubo algunas favorables, pero la mayoría fueron contrarias, la última de las cuales es de Luis Sánchez Navarro, profesor ordinario de Nuevo Testamento en la Universidad San Dámaso, en Madrid.
Todas esas críticas pueden ser releídas en el blog «Settimo Cielo», con los links a los idiomas originales:
- Matrimonio e seconde nozze. Cosa direbbe nel sinodo sant’Agostino
- Che cosa ha detto Gesù sul divorzio. Le due interpretazioni
- Divorziato, risposato, comunicante. Una testimonianza
- Divorzio sì o no. Il biblista duella col monaco
Pero también luego de su segunda intervención, el padre Gargano recibió críticas, también ellas registradas puntualmente por «Settimo Cielo» con los links a los idiomas originales. Entre ellas, la del jesuita Horacio Bojorge, fundador de la revista teológica de Montevideo «Fe y Razón» y docente de cultura y lenguas bíblicas en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República Oriental del Uruguay:
- Da Napoli e da Montevideo. Due risposte alla botta di padre Gargano
- Sposi per sempre. Gesù non ha ammesso eccezioni
- Da Buenos Aires e dal Massachusetts. Altre due repliche a padre Gargano
A esas críticas se agrega ahora una nueva, particularmente amplia, al punto de salir rápidamente en forma de libro.
Su autor es el padre Gonzalo Ruiz Freites, doctor en exégesis bíblica en el Pontificio Instituto Bíblico, de Roma, docente de exégesis del Nuevo Testamento y vicario general del Instituto del Verbo Encarnado.
El libro tiene por título: «L’uomo non separi ciò che Dio ha unito» [El hombre no separe lo que Dios ha unido]. Y por subtítulo: «Studio sugli insegnamenti del Nuovo Testamento su divorzio e seconde nozze in risposta al Prof. Guido I. Gargano» [Estudio sobre las enseñanzas del Nuevo Testamento sobre el divorcio y las segundas nupcias, en respuesta al profesor Guido I. Gargano].
Éste es su índice provisorio, con una anunciada integración que remite a un pasaje de la Carta de san Pablo a los Cristianos de Éfeso:
I. BREVE SÍNTESIS DEL PENSAMIENTO DEL PROF. GARGANO
II. JESÚS Y LA LEY MOSAICA
1. La expresión «la Ley y los Profetas» en el Nuevo Testamento
a. ¿Qué quería decir Jesús en Mt 5, 17 con la expresión «la Ley los Profetas»?
b. La Ley mosaica no tenía un rol definitivo en la economía salvífica de Dios
c. Los distintos tipos de preceptos en la Ley mosaica
d. La distinción de los preceptos de la Ley mosaica en el NT
e. La Ley contenía en sí la referencia a Cristo
2. El sentido de la frase «no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento a la Ley» (Mt 5, 17)
a. ¿Una tendencia judaizante?
b. El sentido del logion de Mt 5, 17-18
3. El sentido de la frase «hasta que todo se cumpla» (Mt 5, 18)
III. EL LIBELO DE REPUDIO CONCEDIDO POR MOISÉS
1. El contexto del mundo antiguo y la benevolencia mosaica hacia las mujeres
2. Una concesión jurídica de carácter social
3. El motivo de la impureza ritual
4. Sentido jurídico y valor pedagógico del libelo de repudio
5. Una cierta decadencia de la institución familiar
6. Alianza con Dios y adulterio
7. El texto de Ml 2, 10-16: aliana con Dios, adulterio y culto divino
IV. LA DUREZA DE CORAZÓN MENCIONADA POR JESÚS
1. La dureza de corazón (sklerokardia)
2. Dureza de corazón y mandamiento del amor
3. Dureza de corazón y ley nueva
V. LA ENSEÑANZA DE JESÚS SOBRE EL DIVORCIO Y LAS SEGUNDAS NUPCIAS
1. Los dos textos del Evangelio según san Mateo
a. El texto de Mt 19, 3-9
b. El texto de Mt 5, 31-32
c. La abolición explícita de la disposición que consentía el repudio
2. Los textos de los Evangelios de san Marcos y de san Lucas
a. El texto de Mc 10, 2-12
b. El texto de Lc 16, 16-18
VI. LA ENSEÑANZA DE JESÚS SOBRE EL DIVORCIO EN LOS ESCRITOS DE SAN PABLO
1. El texto de Rm 7, 1-4.
2. El texto de 1Cor 7, 10-11.39
CONCLUSIÓN
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A continuación, anticipamos la conclusión del volumen que va a salir próximamente a la venta, omitidas las notas a pie de página.
EN RESPUESTA AL PADRE GUIDO INNOCENZO GARGANO
por Gonzalo Ruiz Freites
(De: «El hombre no separe lo que Dios ha unido». El capítulo final: «Conclusiones»)
La enseñanza de Jesús sobre el divorcio y las segundas nupcias, presentes tanto en los evangelios sinópticos como en los escritos de san Pablo, es unánime y definitiva, y forma parte de la revelación del Nuevo Testamento, recibida y custodiada fielmente por la Iglesia. Se trata de una enseñanza de origen divino-apostólico, absoluta y universal, que prohibe el divorcio y, en caso de segundas nupcias de quien se ha divorciado, considera a esta segunda unión como un adulterio.
La hipótesis del padre Guido Innocenzo Gargano no tiene ningún apoyo en una exégesis seria de los textos estudiados por él, tanto en su sentido literal como en los contextos inmediatos y en el conjunto de la revelación del Nuevo Testamento. El suyo es un intento fallido, además, porque él ha elegido los textos que quería tratar en base a sus prejuicios y no a la precomprensión de la fe en el conjunto del Nuevo Testamento. Además, los ha estudiado en una forma excesivamente parcial, sin un mínimo análisis exegético, tanto de los textos como de los contextos. Por último, los ha forzado para poder extraer conclusiones que estén de acuerdo con los preconceptos con los que había comenzado.
Nos vienen a la mente las palabras de san Jerónimo, cuando él enseña que quien estudia el texto sagrado debe atenerse ante todo «a la exacta interpretación» y que «el deber del comentarista no es el de exponer ideas personales sino las del autor que se comenta». Por otra parte, él agrega que «el orador sagrado está expuesto al grave peligro, un día u otro y a causa de una interpretación errada, de hacer del Evangelio de Dios el evangelio del hombre».
Para Gargano, Jesús aprobaba el libelo de repudio como una concesión más misericordiosa. Aprobaba, por lo tanto, el adulterio que derivaba de él. Las consecuencias de un razonamiento de este tipo son desastrosas, aun cuando Gargano no lo deduce explícitamente. Jesús no habría venido para abolir nada, sino para tomar en cuenta la situación concreta del pecador. No habría venido entonces para llamar a todos los pecadores a salir de la situación de pecado, llamándolos a la conversión (cfr. Lc 5, 32). Para algunos habría otra vía, la de la ley mosaica. De este modo, Jesús no sanaría la naturaleza herida por el pecado. Por el contrario, dejaría que los enfermos siguieran siendo enfermos. Él mismo deberá contentarse con no poder alcanzar el «skopòs» deseado.
La confusión de Gargano es grande, y su concepción de la salvación parece más protestante que católica, ya que falta una adecuada teología de la gracia. Si queremos ser coherentes con su razonamiento, debemos concluir que, al menos en algunos casos, la naturaleza humana está irremediablemente corrompida por el pecado, sin la posibilidad de ser resanada por la gracia. En una posición semejante no hay lugar para la gracia infundida en el corazón del hombre, la cual hace una nueva creatura al resanar sus heridas desde adentro y elevarla al orden sobrenatural para la participación formal en la vida divina. ¡Es de este modo que se alcanza el «skopòs» de la obra salvífica de Cristo!
Además, afirmar nuevamente la validez de la ley mosaica para la salvación, aunque entrando como «mínimo» en el reino de los cielos, es gravemente contrario a la revelación del Nuevo Testamento y, en consecuencia, a la fe cristiana. Si la ley mosaica es todavía camino de salvación, Cristo habría muerto en vano.
Es muy grave, también, buscar imponer la validez de los preceptos de la ley antigua a los cristianos. Muchas veces, mientras escribía estas líneas, yo pensaba en el grito de san Pablo en la Carta a los cristianos de Galacia, contra los que pretendían «judaizar» en este sentido a los cristianos venidos de la gentilidad. Después de haber dicho: «Yo no anulo la gracia de Dios: si la justificación viene de la Ley, Cristo ha muerto en vano» (Gal 2, 21), el apóstol prosigue diciendo: «Oh, insensatos gálatas, ¿quién los ha seducido a ustedes, ante quienes fue presentada la imagen de Jesucristo cruficado? Una sola cosa quiero saber: ¿Ustedes recibieron el Espíritu por las obras de la Ley o por haber creído en la predicación? ¿Han sido tan insensatos que han llegado al extremo de comenzar por el Espíritu, para terminar ahora en la carne?» (Gal 3, 1-3).
Es claro que la enseñanza del Señor es nueva en el mundo hebreo, donde era permitido el divorcio y las segundas nupcias, con la condición de entregar un libelo de repudio. Es en este contexto que Jesús prohíbe la posibilidad de divorciarse y volver a casarse, remitiendo a su precepto absoluto: que el hombre no separe lo que Dios ha unido (Mc 10, 9; Mt 19, 6).
La Iglesia primitiva debió afrontar entonces este problema, tanto por los judíos que abrazaban la fe como por los paganos que estaban habituados a la validez legal de la praxis de divorcio. Pero desde el comienzo la Iglesia ha sido fiel a su Señor. El texto paulino de 1Cor 7, 10-11 atestigua cómo la autoridad del mandamiento del Señor prevaleció frente a toda la permisividad del mundo antiguo, tanto judío como pagano. Esta firmeza se debe a la fe en el mandamiento que ha sido dado por el mismo Jesús: «Que el hombre no separe lo que Dios ha unido». Esta convicción sostuvo a lo largo de los siglos las constantes enseñanzas de la Iglesia en esta materia.
La misión de Jesús se caracteriza totalmente por la misericordia hacia los pecadores. Pero es una misericordia que impulsa a la conversión y al cambio del corazón, tal como Él mismo la define: «No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores paa que se conviertan» (Lc 5, 32). Jesús no ha condenado a la mujer sorprendida en adulterio, pero ni siquiera le ha dicho: «Ve y haz que te den el libelo de repudio, así puedes seguir viviendo en la misma forma». Por el contrario, le ha mandado con toda claridad: «Ve y no peques más» (Jn 8, 11).
Jesús no manda cosas imposibles. Para el cambio necesario del corazón Él ha traído consigo la ley nueva, la gracia del Espíritu Santo, derramada en los corazones (cfr. Rm 5, 5). Con su gracia es posible cumplir con todos sus mandamientos, incluido el precepto de no unirse «more uxorio» a una persona que no es el propio cónyuge, aunque esto signifique que deba llevar la cruz cada día (cfr. Lc 9, 23). Pensar que a aquél que ha fracasado en su propio matrimonio no le es posible vivir la castidad significa no creer, de hecho, en la gracia interior de Dios, que hace del hombre viejo una nueva creatura (cfr. 2Cor 5, 17; Gal 6, 15). Significa también pensar que el Señor nos manda cumplir lo que es imposible, anulando de hecho la gracia de Dios con la que todo es posible, a pesar de nuestras debilidades.
Una clave hermenéutica de lectura del pensamiento del padre Gargano se encuentra en su carta a Sandro Magister, cuando distingue entre «verdad objetiva» y «verdad subjetiva» en el campo moral-existencial. La distinción es inaceptable en el sentido propuesto por el autor, y abre la puerta a cualquier tipo de relativismo moral, en el que la propia conciencia se convierte en la norma suprema del obrar, incluso cuando no se corresponde con la verdad objetiva o con la ley de Dios. Por definición, la verdad es objetiva. La realidad subjetiva puede corresponderse o no con la verdad. En este último caso no se trata de la «verdad subjetiva», sino del error, y es un obra de misericordia corregir al que se equivoca. Amar al pecador significa también esto, según la enseñanza del Señor (Mt 18, 15-17; cfr. Ef 6, 4; Hb 12, 5-11).
En «Dignitatis humanae», el Concilio Vaticano II señala que el hombre debe gobernarse con su conciencia, pero también ha enseñado que «todos los hombres están obligados a buscar la verdad, sobre todo la que se refiere a Dios y a su Iglesia, y una vez conocida, a abrazarla y practicarla». Esto es a causa de la dignidad de la persona humana, por la que los hombres «por ser personas, es decir, dotados de razón y de voluntad libre y, por tanto, enaltecidos con una responsabilidad personal, tienen la obligación moral de buscar la verdad, sobre todo la que se refiere a la religión. Están obligados, asimismo, a adherirse a la verdad conocida y a ordenar toda su vida según las exigencias de la verdad». Y más adelante afirma: «Todo esto se hace más claro aún para quien considera que la norma suprema de la vida humana es la ley divina, eterna, objetiva y universal por la cual Dios ordena, dirige y gobierna el mundo y los caminos de la comunidad humana según el designio de su sabiduría y de su amor. Dios hace partícipe al hombre de ésta su ley, de manera que el hombre, por suave disposición de la divina Providencia, puede conocer más y más la verdad inmutable. Por tanto, cada cual tiene la obligación, y por consiguiente también el derecho de buscar la verdad en materia religiosa, a fin de que, utilizando los medios adecuados, llegue a formarse rectos y verdaderos juicios de conciencia [según la prudencia]».
Pero en la formación de su conciencia los cristianos deben considerar también la doctrina de la Iglesia, orientada a la salvación de todos según el propósito de Dios salvador, «quien quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1Tm 2, 4). Es por voluntad de Cristo que la Iglesia Católica es maestra de la verdad. Su misión es anunciar auténticamente la verdad que es Cristo, y al mismo tiempo declarar y confirmar con autoridad los principios del orden moral que brotan de la misma naturaleza humana. Al enseñar toda la verdad contenida en los Evangelios, entonces, la Iglesia no hace otra cosa que obedecer al mandato del Señor resucitado: «Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado» (Mt 28, 19-20). En este «todo» está incluida la enseñanza sobre el divorcio y las segundas nupcias.
La Iglesia, siguiendo el modelo y la enseñanza de su Señor, ha enseñado siempre que se deben tratar con exquisita misericordia a las personas que se encuentran en situación irregular respecto al matrimonio. Pero una misericordia que no tome en cuenta todas las enseñanzas del Señor en esta materia sería una falsa misericordia, porque estaría privada total o parcialmente de la verdad. Sería, entonces, causa y fuente de muchos males, tal como enseña santo Tomás de Aquino en su comentario a las bienaventuranzas del Discurso de la Montaña: «La justicia sin misericordia es crueldad; la misericorida sin justicia es madre de la disolución».
Sólo la verdad hace completamente libre al hombre. Esa verdad que libera es la persona de Jesús, «Verbum abbreviatum» que resume todas las Escrituras, antiguas y nuevas. Él es la verdad que se expresa en todas sus palabras, sin cortes o amputaciones. Él es la verdad que es al mismo tiempo camino a la vida, a la salvación eterna, única meta de nuestra existencia cristiana (Jn 14, 6). Así lo confesó san Pedro, el primer Papa, cuando muchos abandonaban al Señor porque encontraban «duras» sus palabras: «Señor, ¿a quién iremos? Sólo tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6, 68).