Se me ocurrió escribir «Unión Civil» en el buscador de la página web de El Comercio y darle al Énter. No se lo aconsejo a nadie. No, a menos que quiera palpar la parcialidad que inunda el que hasta ese momento yo consideraba como un periódico de información más que de propaganda. Pero es un hecho: El Comercio se ha vendido a la causa LGTB pro-gay.
Al hacer la búsqueda me encontré con más de 300 artículos (entre noticias, artículos de opinión, tiras cómicas y demás) y decidí dedicarme única y exclusivamente a los de opinión, porque no estaba para bromas y porque creo que de los hechos estoy suficientemente enterado. Lo que quería era saber qué decían aquellos a los que El Comercio tan diligentemente se ofrece para alzar sus voces, y acabé decidiéndome a leer alrededor de 50 columnas, lo que me ha llevado a un estado a veces cercano al colapso. En algunos momentos, debo admitirlo, he tenido la necesidad de parar y tomar un poco de aire antes de seguir leyendo tantas y tantas sandeces y argumentos repetidos una y mil veces, hasta la saciedad, a ver si de tanto repetirlos se hacen válidos, pretendiendo construir la sociedad por la saciedad.
He pasado el suplicio de leer artículo por artículo, resaltando lo que dice cada uno y cómo lo dice. Ha sido atroz: Fechas, autores, argumentos y enlaces: El documento de Excel más insoportable de mi existencia. Pero he sobrevivido, y quiero compartir aquí unas breves conclusiones, mostrando el cambio de discurso que los autores realizan al tratar el tema y la inexistente imparcialidad y pluralidad del periódico en cuestión.
Resaltan Enrique Pasquel y Patricia del Río, dos de los más afamados opinadores de El Comercio. En el primero, hablando sobre el referéndum que Cipriani propuso en abril del 2014, nos encontramos con argumentos tan ilógicos como: «Las encuestas muestran que la conservadora mayoría de peruanos se opone a la iniciativa (Unión Civil)» así que «nadie tiene derecho a imponer su visión de la vida y de la moral al resto». Si la mayoría dice que no a la Unión Civil, ¿quién impone qué, sino el mismo Enrique Pasquel que, tan sólo dos semanas después nos ofrece todo un plan sistemático para reeducar a la nación empezando por las empresas, pues «son actores importantes en la sociedad y su voz suena alto»? Y, ¿cómo es que en junio se atreve a decir que «da risa. Pero también da pena» la tibiez de Umala frente a la Unión Civil al no dar una respuesta clara sobre su opinión del asunto? ¿No que nadie podía «imponer su visión de la vida y de la moral al resto»?
Con Patricia del Río vemos algo similar. A principios de abril es implanteable «tomarse la atribución de decidir cómo deben vivir otros», pero dos semanas después se muestra a sí misma como ejemplo al llevar a su hijo a la marcha gay pues lo educa sabiendo que lo mejor para hacerlo es «asumir que esos valores que defendemos son válidos y son transmisibles (¡Transmisibles!). Y por sobre todas las cosas, confiar en nuestro inmenso amor por ellos, y en la convicción de que nunca haríamos nada con la intención de dañarlos». ¿No que el imponer/transmitir los valores era malvado? ¡Pero si ahora resulta que es un fruto del amor! ¿Es que los padres conservadores no aman a sus hijos y les transmiten unos valores malvados por pura diversión?
Por otro lado, vemos también la gran parcialidad de El Comercio al hacer hablar sólo a ciertas voces de congresistas, ya sean de sabida opinión como con Carlos Bruce, ya sea de opiniones más difíciles de comprender como la de Carlos Tubino que si, en abril hablaba en contra del proyecto de Bruce era para aclarar en mayo, por supuesto, que no está en contra del matrimonio homosexual, sino de la ley de la Unión Civil por la forma, no por el fondo, cuando dice: «Yo no discrepo de los derechos que encierra la Unión Civil, los cuales, por el contrario, me parecen un imperativo propio de la dignidad humana». La pena es que no hubiera suficiente espacio en El Comercio para que hablaran otras voces, como las de Juan Carlos Eguren o Martha Chávez, promotora de la Unión Solidaria, por ejemplo.
Por último, no quería menos que mencionar a Alfredo Bullard, a Carlos Meléndez (para el cual Cipriani «atenta contra la autonomía de un estado democrático») junto con Fernando Vivas, Gustavo Rodríguez y Gonzalo Torres (que se atreve a hablar del «oscurantismo religioso» que ciega a los opositores a la Unión Civil. Muy interesados todos en callar a Cipriani, primer bloque de contención contra toda esta propaganda periodística), a Mario Castillo Freyre, a Augusto Townsend, a Liuba Kogan (que ve en la Unión Civil el lógico «salto a reconocer el matrimonio homosexual») junto a Ana Araujo Rodríguez (quien dice que «la aprobación de la Unión Civil es sólo el primer paso para construir verdaderamente un país más justo y libre»), a Natale Amprimo, a Pedro Canelo (que del «no sabe/no opina» en abril pasa, en menos de un mes, no sea que le caiga por su tibiez, al «estoy a favor de la Unión Civil» en mayo), a Gio Infante (¡El mismísimo presidente del MHOL!), a Milagros Leiva junto con Mariela Balbi (quienes no realizan sino una apología de Bruce), a Martha Meier Miró Quesada, y a Roxanne Cheesman (cuyo artículo es tan sumamente descabellado que se merecería todo un comentario aparte). Todos opinadores pro-gay y muy abiertos a que todo el Perú lo sea, y todos con espacio para dar a conocer su opinión en El Comercio.
Así, sólo me surge una pregunta: ¿Cómo una fuente que pretende ser seria puede permitirse que haya una fuente interminable de post tras post tras post, todo el rato con los mismos argumentos, sin mayor pluridad que la de un país sin libertad de expresión? ¡Es vergonzoso! Cuando todos los testigos en un juicio relatan un acontecimiento exactamente igual, ¿no es sabido desde antiguo que tal similitud de argumentos reclaman una historia inventada? ¡Qué pena que El Comercio gaste sus esfuerzos en una causa así! ¡Y qué pena para ellos que el Perú siga siendo fiel a la vida y la familia!
Porque así es y así tenemos fe en que seguirá siendo, porque San Juan Pablo II habló de América y la llamó «El continente de la esperanza», porque la población peruana, más allá de la intención de una minoría poderosa como la que gobierna y parcializa El Comercio, está alerta, todos orantes y vigilantes, sabiendo que ya el MHOL ha pedido que se inicie un proyecto de ley para el matrimonio homosexual, ahora sin encubrimientos pues ya ven que no nos la cuelan con lobos disfrazados de ovejas, y no les queda mayor alternativa que la de enseñar los dientes y rugir. Y por supuesto, entiendo perfectamente que El Comercio no es el único periódico vendido. A ver si me dan las fuerzas y la valentía de meterme ahora con La República, que seguro salen más cosas interesantes, ¿verdad, Roberto Cisneros?
Javier Gutiérrez Fernández-Cuervo