Esta semana nos vamos a plantear cómo activar la justicia conmutativa, para que sea una auténtica palanca de las relaciones humanas.
Es muy frecuente que miremos con más atención otras dimensiones de la justicia: la legal, por la cual cumplimos el deber hacia nuestros superiores, hacia la sociedad y hacia el bien común, y la distributiva, por la cual las potestades se vinculan con nosotros de la manera debida (y, cada uno de nosotros, con quienes tenemos a nuestro cargo en posiciones de subordinación).
Pero cuando un alumno toma un ramo universitario con la clara intención de no asistir a clases (porque no se pide un porcentaje) y de entregar trabajos o «devolver» conocimientos en un nivel mínimo para aprobar, puede estar faltando a la justicia conmutativa. ¿Por qué? Porque ha olvidado que otro compañero con auténtico afán de aprender se quedó sin esa vacante. El patán no ha faltado ni a la justicia legal (cumplirá con lo pedido) ni a la justicia distributiva (no le debe nada a ningún subordinado) pero ha olvidado por completo al otro yo, sólo porque está invisible.
Gran parte del deterioro de la vida en Chile tiene que ver con la desconsideración por la justicia conmutativa. Se repite con solemne autoridad que «La autonomía permite que cada persona haga lo que quiera siempre que no dañe a los demás». Pero se olvida que todo lo que hacemos influye en otros. El supuesto «no daño o no beneficio» para los demás, no existe. Nada de lo que hacemos nos deja iguales, ni a nosotros ni a cada uno de nuestros pares.
Por eso, si intentáramos hacer un listado riguroso de acciones prácticas de justicia conmutativa, el empeño sería reductor, porque todos y cada uno de los comportamientos personales implican a todos y a cada uno de los demás individuos, en círculos concéntricos. La vieja máxima «soy hombre y me interesa todo lo humano» podría extenderse a «soy persona y todo lo que hago afecta a otras personas».
El papel guardado en el bolsillo para ser depositado en el basurero, la posición adecuada frente a las puertas del metro que se abren, la circulación ciclística por calles y ciclovías y jamás por veredas o pasos de peatón, el manejo de los volúmenes de la música según lugares y momentos del día, el diario recién leído que se deja reconvertido en cuerpos homogéneos, la espera en el descanso de la escalera para que pasen los que suben, la puntualidad absoluta en actos y reuniones, y seis millones, cuatrocientas cincuenta y dos mil quinientas sesenta y seis acciones más, expresan la justicia conmutativa.
Es lo debido a los demás, es una colaboración imprescindible al bien común. No es un regalo generoso, sino un deber elemental.
Gonzalo Rojas Sánchez
Publicado originalmente en Viva Chile