Ninguna familia, por muy unida y ejemplar que sea, puede considerar que el problema de la droga no le afecta ni le afectará, porque hay múltiples causas que pueden inducir a los adolescentes hacia estas conductas antisociales, aunque, desde luego, la mejor prevención para que los hijos no sean conflictivos, es que los padres se impliquen seriamente en su educación. La necesidad de asentar la propia identidad ante los cambios físicos y psicológicos, la búsqueda de libertad frente al mundo adulto, la carencia de fe y de ideales válidos, el vacío interior y la ausencia de criterios morales, la escasa o nula percepción del riesgo y el convencimiento de que a mí no me va a pasar nada, estimulan a los adolescentes hacia los comportamientos prohibidos.
Droga es cualquier sustancia que aliena a la persona. La droga deteriora la personalidad, destruye la libertad, arruina la salud tanto física como psíquica. Todas las drogas, incluido el porro, que provoca pérdida de atención y de motivación y es la antesala de otras drogas, producen efectos psíquicos y físicos, siendo las de más graves efectos la heroína y la cocaína. Su difusión es una grave inmoralidad y un gran problema social. “La Iglesia no puede permanecer indiferente ante este flagelo que está destruyendo a la humanidad, especialmente a las nuevas generaciones. Su labor se dirige especialmente en tres direcciones: prevención, acompañamiento y sostén de las políticas gubernamentales para reprimir esta pandemia. En la prevención, insiste en la educación en los valores que deben conducir a las nuevas generaciones, especialmente el valor de la vida y del amor, la propia responsabilidad y la dignidad humana de los hijos de Dios. En el acompañamiento, la Iglesia está al lado del drogadicto para ayudarle a recuperar su dignidad y vencer esta enfermedad. En el apoyo a la erradicación de la droga, no deja de denunciar la criminalidad sin nombre de los traficantes que comercian con tantas vidas humanas, teniendo como finalidad el lucro”(Conferencia Episcopal Latinoamericana, Documento de Aparecida nº 422). La adicción implica sobre todo a quien la padece, pero a través de él y por las consecuencias que tiene en toda la vida de quien la sufre, también los demás miembros de su familia se ven afectados y deben comprometerse activamente en buscar la solución del problema.
Conviene ante todo estar alertas, sabiendo que el consumo se inicia cada vez más temprano, y que puede haber incluso niños consumidores de drogas. La amplia difusión de las drogas es una clara señal de que vivimos en una sociedad enferma. Hay en ella un exceso de hedonismo, que ha hecho que pierdan importancia valores como el sacrificio y la disciplina, sobre todo entre los jóvenes. Los padres deben enseñar a sus hijos a aprender a renunciar a lo que positivamente les hace daño, desarrollando en sus hijos la capacidad de saber decir no a tiempo, siendo la mejor prevención una buena educación en valores, aunque también es necesario que el adolescente busque alternativas que le saquen de un ambiente peligroso para que pueda desarrollar libremente el lado bueno de su personalidad. La religiosidad es un factor muy importante de protección para evitar su uso y de recuperación para el usuario de las drogas, pues conocer el sentido de la vida y tener ideales es una muy fuerte barrera contra la droga. Es muy conveniente igualmente la información veraz de las consecuencias adversas de las drogas, que le destruyen como persona y es una de las principales causas de mortalidad juvenil, por lo que este conocimiento actúa como freno para iniciarse en el consumo de ellas, si bien este conocer los daños a menudo no es suficiente, tanto más cuanto que con frecuencia sus efectos sólo se hacen notar a medio y largo plazo.
Hoy se dispone de una amplia evidencia que pone de relieve la estrecha relación entre consumo de drogas y conducta antisocial. Este consumo está asociado a la pérdida de control de sí mismo y a comportamientos problemáticos como la actividad sexual prematura, el absentismo escolar y la delincuencia, siendo los problemas con la justicia una de las consecuencias más frecuentes de la drogadicción.
A menudo, el drogodependiente entra en ese mundo porque tiene problemas, aunque actualmente también influye el deseo de relacionarse, pero con el resultado de crearse un nuevo problema mucho más grave que los que ya tenía. La adicción a las drogas genera un deterioro físico y psíquico importante, así como la pérdida de la vida social y laboral. Un drogodependiente da muestras con frecuencia de inestabilidad emocional, hasta el punto de ser uno de los motivos que hacen imposible la convivencia matrimonial y por tanto es causa de nulidad matrimonial, pues la drogodependencia produce daños psicológicos y neurológicos que pueden ser irreversibles, aunque sólo la droga inyectada se asocia con el Sida por intercambio de material de inyección. Sin embargo, el consumo de drogas en general, entre otros efectos, provoca desinhibición y falta de autocontrol en la persona. Esta circunstancia puede conducir a situaciones que facilitan la infección del sida, como mantener relaciones sexuales de riesgo.
Influye mucho en la iniciación el grupo de amigos: hay muchas pandillas sanas, con valores muy arraigados, pero otras están totalmente enganchadas. Si el líder del grupo es una persona marginal, es fácil que los otros le sigan. Cuando el hijo es ya drogadicto, pierde contacto con sus amigos que no se drogan y frecuenta otros que están en su misma situación, siendo nulo su rendimiento escolar y deportivo, perdiendo su autoestima y pasando a ser la adquisición de droga su única preocupación.
Ante este problema es necesaria la unión de los padres, así como su actuación serena conjunta, sin echarse mutuamente la culpa del fracaso en la educación del hijo, y sin añadir otro problema al ya existente, pues la difícil situación y la tensión que origina, puede ser incluso causa de ruptura del propio matrimonio. Los padres ordinariamente son más partidarios de actitudes duras con el hijo o hija, mientras las madres son más blandas. Tanto una actitud como la otra suelen ser un fracaso, pues con frecuencia los drogadictos sólo reaccionan cuando le ven las orejas al lobo, es decir cuando toman conciencia de la gravedad de su situación. Es muy conveniente e incluso necesario recurrir a Asociaciones contra la Droga, tanto de técnicos para atender a los drogodependientes, pues lo que estos chavales necesitan es que se les ayude a curarse, como para los padres las formadas por otros padres, ya que es evidente que quienes mejor van a entender y ayudar a los padres angustiados son otros padres que han pasado o están viviendo las mismas dificultades.
Pedro Trevijano, sacerdote