Entre las tareas necesarias, ya sea en retiros, ya sea en predicaciones, ya sea en catequesis, ya sea incluso en artículos (Internet, boletines de formación, etc.), está la formación para la liturgia o la formación litúrgica de todos. Pero, ¿tan importante es? ¿De verdad es tan importante? ¡Sí! Y muchos males nos vienen hoy de la escasísima formación en liturgia que se adolece por todas partes.
1. Más aún, hoy vemos que muchos, muchísimos, casi todos, se creen expertos en liturgia, con derecho a opinar y a hacer en la liturgia lo que quiera, introduciendo elementos ajenos y distorsionadores, porque todos creen que saben mucho de liturgia. Si acude un experto en bioética, todos callan y escuchan admirados, nadie pregunta y mucho menos nadie discute; si habla un jurista, todos intentan aprender la articulación interna del Derecho canónico; o si habla un exégeta, todos los presentes, embelesados, se dejan llevar por las últimas teorías hermenéuticas aplicadas al texto bíblico. Si habla un experto en liturgia… inmediatamente las manos están levantadas para rebatir, en virtud de un artículo que leyeron una vez, o de algo que un sacerdote dijo una vez, o, simplemente, por la propia opinión… La liturgia ha llegado a tal punto que es objeto de opiniones particulares que luego se plasman en celebraciones que difieren de una parroquia a otra que está al lado, en virtud de la «creatividad» de unos y otros, con un desconocimiento absoluto de la liturgia, de su teología, de su historia, de su espiritualidad, de su normativa.
2. La liturgia no puede ser nunca objeto ni del capricho, ni de la arbitrariedad, ni de la última genial ocurrencia, ni de la creatividad salvaje[1]. Sin embargo, eso es lo que se vive en muchísimos sitios. En el terreno litúrgico se vivió, durante los años de la reforma litúrgica postconciliar, la sensación de vivir en un puro experimento, con cambios que se iban sucediendo uno tras otro, con ediciones provisionales y luego ediciones ya definitivas. Parecía que la liturgia era completamente mutable, cambiable… y por tanto cualquier podía hacer en su parroquia una adaptación «original».
Sí, hubo muchos cambios, hubo una reforma de la liturgia dirigida por la Iglesia y reflejada en los libros litúrgicos promulgados oficialmente, pero, ¿se cuidó igualmente la recepción de esa reforma con una formación suficiente? ¿O se explicaron solamente los cambios sin entrar en mayores honduras? Es más, hoy podríamos preguntarnos: ¿hay suficiente formación litúrgica entre los sacerdotes? ¿Se imparte una formación litúrgica sólida a todo el pueblo cristiano?
3. Vamos al Concilio Vaticano II. Este Concilio, tan aludido y tan poco estudiado (algunos se quedaron en un etéreo «espíritu del Concilio»), marca muy claro la necesidad de una formación en la liturgia.
a) Requiere, en primer lugar, buenos especialistas, formados en liturgia, para el servicio diocesano y para la docencia: «Los profesores que se elijan para enseñar la asignatura de sagrada Liturgia en los seminarios, casas de estudios de los religiosos y facultades teológicas, deben formarse a conciencia para su misión en institutos destinados especialmente a ello» (SC 15).
b) En segundo lugar, pensando en el bien del pueblo santo de Dios, el Concilio Vaticano II reclama la formación litúrgica de los sacerdotes, imbuidos de la teología y de la espiritualidad de la liturgia. Expone cómo la asignatura de liturgia debe ser presentada desde distintos ángulos y su conexión con los demás tratados teológicos, subrayando, para asombro de algunos, que debe considerarse de las «materias más necesarias y más importantes», sí, ¡la asignatura de liturgia!:
«La asignatura de sagrada Liturgia se debe considerar entre las materias necesarias y más importantes en los seminarios y casas de estudio de los religiosos, y entre las asignaturas principales en las facultades teológicas. Se explicará tanto bajo el aspecto teológico e histórico como bajo el aspecto espiritual, pastoral y jurídico. Además, los profesores de las otras asignaturas, sobre todo de Teología dogmática, Sagrada Escritura, Teología espiritual y pastoral, procurarán exponer el misterio de Cristo y la historia de la salvación, partiendo de las exigencias intrínsecas del objeto propio de cada asignatura, de modo que quede bien clara su conexión con la Liturgia y la unidad de la formación sacerdotal» (SC 16).
Por extensión, son válidos estos principios para la asignatura de Liturgia impartida en otros Centros académicos para religiosos y religiosas y para seglares, como los Institutos Superiores de Ciencias Religiosas. ¡Tal debe ser el cuidado e importancia de esta asignatura! La Iglesia ha dedicado varios documentos señalando los contenidos y objetivos de esta asignatura que veremos en otra ocasión[2].
c) En tercer y último lugar, la formación de todo el pueblo cristiano: también es necesaria, es imprescindible. Comenzando por aquellos que tienen la misión de educar, catequistas y maestros, así como de equipos de liturgia, coro parroquial, lectores, acólitos, salmistas, ministros extraordinarios de la comunión, diputados de culto de Hermandades y cofradías, responsables de Asociaciones de fieles, etc., hasta llegar a todos los fieles de una parroquia: «Los pastores de almas fomenten con diligencia y paciencia la educación litúrgica… Guíen a su rebaño no sólo de palabra, sino también con el ejemplo» (SC 19).
Juan Pablo II se alegraba de cómo la Iglesia «alienta la formación de ministros, lectores, cantores y comentadores, que desempeñan un auténtico ministerio litúrgico» (VQA 10) y exhortaba claramente: «El cometido más urgente es el de la formación bíblica y litúrgica del pueblo de Dios: pastores y fieles… Esta es una obra a largo plazo, la cual debe empezar en los Seminarios y Casas de formación y continuar durante toda la vida sacerdotal. Esta misma formación, adaptada a su estado, es también indispensable para los laicos» (VQA 15).
Hay, pues, que dedicar mucho a la formación litúrgica; sean estos artículos un medio modesto pero riguroso para contribuir a ella.
P. Javier Sáncez Martínez, sacerdote
Javier Sánchez Martínez, pbro.
Córdoba
[1] Para sorpresa de muchos, ésta es una afirmación del Concilio Vaticano II: “nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite o cambie cosa alguna por iniciativa propia en la Liturgia” (SC 22. Sí, sí, esto lo dijo el Concilio…
[2] Los documentos del Magisterio ofrecen perfectamente el programa de esta asignatura de Liturgia, destacando los objetivos que hay que alcanzar: Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis, de 1985, n. 79; Instrucción sobre la formación litúrgica en los Seminarios, de 1979, II parte y el Apéndice con las materias de liturgia. Por su parte, la Conferencia Episcopal española elaboró el Plan de Formación para los Seminarios Mayores, en 1996, abordando la Liturgia, la trata con mucha menos extensión que la Ratio y que la Instrucción anterior de la Cong. para la Educación Católica, en el n. 108; más extensa y mejor elaborada es la parte que se dedica a la liturgia en la formación espiritual de los seminaristas (nn. 76-83) que en la académica, donde ya no parece que la asignatura de liturgia sea tenida entre las más principales como pedía la SC 16.