Acabo de pasarme tres semanas en Buenos Aires, donde se me han hecho muchas preguntas, pero dos de modo especial y frecuente. Una ha sido, como os podéis suponer, que qué pensamos los españoles del Papa Francisco. Aquí mi respuesta ha sido clara y contundente. Ya hace muchos años, era todavía seminarista, alguien me dijo: «El buen superior, es el que es amadísimo por la mayoría de sus súbditos y odiadísimo por una minoría». En cuanto al aspecto nacionalista, creo que a muy pocos españoles les puede molestar que sea argentino y en cambio a la gran mayoría nos agrada tener un Papa cuya lengua nativa es el español.
La otra ha sido sobre la Iglesia española. En cuanto a la situación de la Iglesia española es indudable que estamos asistiendo a una descristianización galopante desde hace bastante tiempo. En mis primeros tiempos de profesor de Religión y Moral en Institutos públicos de mi ciudad, allá por los años setenta y ochenta, alrededor de la tercera parte de mis alumnos iban a Misa los domingos y ése era el resultado normal. Hoy no lo sé, porque hace doce años que estoy jubilado, pero supongo que es fácil no llegue ni al cinco por ciento. Muchísimos padres no se preocupan en absoluto de la educación cristiana de sus hijos, ni les dan ejemplo, acompañándoles en la Misa, por lo que los hijos dejan muy pronto de ir. Y no hablemos de la oración en familia. Todavía recuerdo con horror un curso de Religión que muchos no se sabían ni el Padre Nuestro. Claro que resultó que en sólo una casa se rezaba y cuando la chica dijo: «En mi casa sí se reza», los demás la miraron como a una marciana. Desde luego que hay motivos de pesimismo, y aunque pienso que nuestro episcopado es ciertamente católico y en él no hay desviaciones doctrinales, no es lo mismo en algunos sacerdotes y comunidades de base, como por ejemplo la Asociación de Teólogos Juan XXIII, cuyo comunicado de fin de Congreso no fue precisamente católico.
Pero esto no es una novedad en la Iglesia. Ya en los evangelios (Mt 8,23-27; Mc 4,35-41; Lc 8,22-25), nos encontramos con el episodio de la tormenta que amenaza con hundir la barca. Desde siempre por tanto no faltan motivos para el pesimismo. Pero si nos preguntamos cuál es la actitud propia del cristiano y mucho más la del católico, aun siendo o precisamente por ser realistas, hemos de estar abiertos a la alegría y a la esperanza.
Si queremos cambiar el mundo lo primero que hemos de hacer es cambiar nosotros mismos. San Juan XXIII y la Beata Teresa de Calcuta responden a personas que les hablan de lo mal que está el mundo, ya en su época, no negando el hecho, sino diciéndoles: «Vd. y yo vamos a ser dos personas decentes. Así habrá dos sinvergüenzas menos», o el propio Juan XXIII, que en ocasión de un problema complicado, se dice a sí mismo: «El verdadero jefe de la Iglesia no eres tú, sino el Espíritu Santo». En esta línea me impactó profundamente una frase que leí en mis estudios: «lo específico del cristiano es la esperanza».. Y el tener esperanza lleva a creer en la vida y a la alegría. Y en este sentido es impresionante el inicio de la Exhortación Apostólica «Evangelii gaudium» del Papa Francisco: «La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría» (EG nº 1), aunque también es cierto «que la alegría no se vive del mismo modo en todas las etapas y circunstancias de la vida, a veces muy duras. Se adapta y se transforma , y siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la certeza de ser infinitamente amado» (EG nº 6). En cierta ocasión me decía una persona. «cuando tengo un problema, acudo al mejor psiquiatra y psicólogo del mundo, que además me sale gratis y se llama Jesucristo».
Pero si esto es a nivel individual, también a nivel colectivo veo, utilizando una expresión política, una serie de brotes verdes, expresión que a mis amigos argentinos, les gustaba mucho. No sólo cada vez hay más grupos de oración, sino que se están multiplicando las horas santas, las adoraciones ante el Santísimo e incluso las adoraciones perpetuas, que como veo por el artículo de Jorge González Guadalix «El precio de tener una capilla de adoración perpetua en la parroquia», son iniciativas, que da la impresión, no son muy del agrado del Maligno. Pero como del adversario sigue el consejo, pero al revés, espero que estas iniciativas, ya en franco crecimiento, se multipliquen rápidamente. Y es que la oración es la gran arma para derrotar al demonio.
Pedro Trevijano, sacerdote