Querido joven:
Seguramente vives con alegría tu fe en Jesucristo. Es El tu amigo que no falla, como nos recuerda Santa Teresa. Pero ¿te has parado a pensar alguna vez que la fe no te ha venido llovida del cielo? Seguramente tus padres, tus catequistas, tus sacerdotes, la gente buena que has encontrado en tu camino te ayudó a vivir la fe y a madurar en ella. Formamos parte de una enorme cadena de hombres y mujeres que nos han transmitido la fe y que cuentan con nosotros para que la sigamos transmitiendo.
«Id y haced discípulos a todos los pueblos» es el gran mandato de Jesús que tiene que resonar cada día en nuestros oídos y en nuestro corazón. El santo papa Juan Pablo II nos dijo que «la fe se fortalece dándola». El compromiso misionero es una dimensión esencial de la fe. No se puede ser un creyente de verdad si uno no se deja evangelizar y evangeliza al mismo tiempo.
Quisiera que cada uno de vosotros se preguntase: ¿He tenido alguna vez el valor de invitar a alguien a descubrir la fe cristiana? Pero seguramente ya has experimentado la dificultad de comunicar a jóvenes como tu la experiencia de la fe. ¿Qué se puede hacer?, te has preguntado. Pues lo primero, abrir con tu cercanía y tu sencillo testimonio una brecha en el corazón de quienes te rodean. A través de ella Dios tocará un día las fibras más íntimas de su ser. El anuncio de Cristo no consiste sólo en palabras, sino que debe traducirse en gestos de amor. Y nunca olvides que el primer acto de amor hacia el prójimo es compartir la fuente de nuestra esperanza: «Quien no da a Dios, da demasiado poco» nos advirtió el papa Benedicto. No tengas miedo. Invoca al Espíritu Santo y confía en que Él te guiará y te hará ver caminos nuevos para transmitir el Evangelio. Cuando te sientas incapaz y débil, no temas. La evangelización no es iniciativa nuestra ni se basa en nuestra fuerza. Es la fuerza de Dios la que nos tiene que mover.
En segundo lugar, tengo que recordarte que es necesario hablar mucho con Dios para poder hablar de El. En la oración, le encomendamos al Señor las personas a las que hemos sido enviados y le suplicamos que les toque el corazón. Y pedimos a Cristo que ponga sus palabras en nuestros labios.
En tercer lugar, te advierto que nadie puede ser testigo del Evangelio en solitario. Necesitamos a la Iglesia. Ella te ayudará a recibir a quien se regala a los que, en pobreza de corazón, se disponen a anunciar el Evangelio: el Espíritu Santo. No tengas miedo. Jesús, Salvador del mundo, está con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo.
+Manuel Sánchez Monge, Obispo de Mondoñedo-Ferrol