Juzgada por los baremos de un siglo repleto de matanzas políticas, la guerra civil española de 1936-1939 puede parecer un asunto relativamente soso. Decenas de millones murieron en la hambruna ucraniana de Stalin, el Holocausto, el Gran Salto Delante de Mao y los campos de la muerte camboyanos de Pol Pot; la guerra civil de España sólo tuvo unas 500.000 bajas. Sin embargo, en su momento y durante décadas después, la guerra civil española fue una mancha de Rorschach política del siglo veinte: si estabas con los republicanos españoles o los nacionales españoles era un indicador bastante bueno de dónde estabas en otras divisorias clásicas de izquierda / derecha. La guerra civil española aceleró el desarrollo de una izquierda anti-totalitaria en Occidente (George Orwell fue un ejemplo principal); a la inversa, muchos conservadores europeos y norteamericanos pensaron que los nacionales luchaban una especie de cruzada antimoderna. La verdad es que casi todo el mundo se portó mal durante la guerra civil española, y hay historias atroces de sobra en ambos bandos. En su tiempo, la victoria de los nacionales de Francisco Franco fue con frecuencia presentada como un anticipo del ascenso fascista. Pero Anthony Beevor (un historiador británico no demasiado afín a Franco) afirmó recientemente que si los Republicanos hubieran ganado con la ayuda de la URSS, España se habría convertido en algo parecido a Rumanía y Bulgaria tras la Segunda Guerra Mundial: una dependencia soviética, liberada sólo por la revolución de 1989.
Como sugiere la reciente beatificación de 498 mártires de ese período, la Iglesia católica sufrió terriblemente durante la guerra civil española; los nuevos beatos se unen a cientos beatificados en los ochenta y noventa, y a los nueve mártires de Asturias canonizados en 1999. Aún así, los beatificados y canonizados son sólo una fracción del total: unos 7.000 obispos, sacerdotes, seminaristas, monjes y monjas fueron asesinados simplemente por lo que eran; nadie sabe cuántos miles de laicos católicos fueron despachados por la misma razón. Algunos de los asesinatos fueron más allá de lo grotesco, pues sacerdotes y seminaristas fueron tratados como toros en el ruedo: apuñalados, desollados, cortadas sus orejas y demás, antes del golpe de gracia. Monasterios enteros, seminarios y conventos fueron borrados del mapa; cadáveres de monjas fueron exhumados y profanados. Hubo pocas (algunos dicen que ninguna) apostasías.
En una mañana fresca y clara de mediados de noviembre, la maldad letal parece lejana mientras uno se acerca a la abadía benedictina de la Santa Cruz, el centro espiritual del Valle de los Caídos, el monumento nacional español a sus muertos de la guerra civil. Situado a unos cuarenta minutos fuera de Madrid, el complejo consiste en un parque nacional, en el que 40.000 muertos nacionales y republicanos están enterrados; una basílica colosal excavada en una montaña de granito, en cuya cima está la mayor cruz del mundo (de unos 150 metros de altura); y detrás de la cruz monumental, una clásica red monástica compuesta de un monasterio, una escuela coral, una biblioteca de investigación y un centro de estudios sociales.
Los críticos se quejan de que el Valle de los Caídos es un monumento a un bando de la guerra civil -el de Franco- y refleja las sensibilidades nacionales. El abad, Padre Anselmo Álvarez, OSB, tiene una visión diferente; como me dijo tras la misa del domingo, “este es un lugar de reconciliación”. La reconciliación se predicó en misa; la reconciliación es lo que los monjes enseñan a los visitantes que acuden en gran número cada día. El gran mosaico en la cúpula de la basílica (una cúpula excavada dentro de la montaña) está dedicado a Cristo Rey, que aparece rodeado de ángeles, mártires, confesores… y los muertos de la guerra civil. Allí, en el verdadero Reino, no hay izquierda ni derecha, pues “lo anterior ya pasó” (Ap, 21, 4).
Otro historiador británico juicioso, Hugh Thomas, escribió sobre el anticatolicismo de la guerra civil española que “en ningún momento de la historia de Europa, o tal vez incluso del mundo, se mostró un odio tan apasionado por la religión y todas sus obras”. El gobierno español, agresivamente secularista, trata ahora de reescribir la historia de los años treinta para eliminar esta verdad. En el trato con las disputas y el salvajismo del pasado, los monjes del Valle de los Caídos han encontrado -según creo- el camino más excelente.
George Weigel (Fundación Burke)