Queridos hermanos en el Señor:
Os deseo gracia y paz.
Este año el 28 de diciembre, tradicional día de los Santos Inocentes, celebramos la fiesta de la Sagrada Familia. Entre los inocentes de nuestros días se cuentan los niños a los que se impide nacer. Y rezamos a la Sagrada Familia para que proteja a los niños no nacidos.
El derecho fundamental, el presupuesto de todos los derechos humanos, es el derecho a la vida, desde su concepción hasta la muerte natural.
Es preciso volver a despertar la conciencia de la belleza del don de la vida. El aborto es una profunda herida social, una honda injusticia en las relaciones humanas y sociales.
El drama del aborto provocado hiere al tejido social, deja huellas indelebles en la mujer y en las personas que la rodean, produce consecuencias devastadoras para la familia y para la sociedad y favorece el desprecio a la vida.
Benedicto XVI dijo el 25 de diciembre de 2005:
«Despiértate, hombre: por ti, Dios se ha hecho hombre (S. Agustín, Serm., 185). ¡Despiértate, hombre del tercer milenio! En Navidad, el Omnipotente se hace niño y pide ayuda y protección; su modo de ser Dios pone en crisis nuestro modo de ser hombres; llamando a nuestras puertas nos interpela, interpela nuestra libertad y nos pide que revisemos nuestra relación con la vida y nuestro modo de concebirla».
Nuestra sociedad vive una insuficiencia radical en lo que se refiere al respeto de la vida naciente, al desarrollo de la vida inocente. Como personas adultas y, sin embargo, a veces débiles en el pensamiento y en la voluntad, necesitamos dejarnos llevar de la mano por el Niño de Belén y contemplar el sufrimiento de tantos inocentes a los que no se deja nacer, las víctimas inocentes de una sociedad anestesiada.
El ser humano, creado para participar de un amor infinito, se deja llevar por la mentira, sucumbe ante expresiones falaces, tergiversa el sentido de las palabras, no protege legalmente el derecho del que ha de nacer, ejerce la violencia sobre quien no se puede defender y ni siquiera tiene voz para expresar su dolor definitivo. El ser humano no otorga confianza a la vida de un nuevo ser humano.
La vida sigue siendo un don, incluso en situaciones difíciles. La vida es un regalo y no una amenaza. La vida de los inocentes es hermosa, no algo dudoso. Recurrir al aborto no resuelve los problemas que afligen a muchas mujeres y a muchas familias, sino que abre una herida profunda en nuestra sociedad.
Es preciso comprometernos para proteger la vida con valentía y amor en todas sus fases. Es necesario poner de nuevo en el centro de nuestra actividad la defensa de la vida humana y la atención prioritaria a la familia, en cuyo seno la vida nace y se desarrolla. Está en juego la dignidad de la persona, la vida de los inocentes, la dignidad de nuestra sociedad.
No podemos descartar a los niños no nacidos, que son precisamente los más necesitados de protección. Excluir a los inocentes es algo profundamente inhumano. Se trata de defender un valor fundamentalmente inteligible para todos.
«Los mártires Inocentes proclaman tu gloria en este día, Señor, no de palabra, sino con su muerte; concédenos, por su intercesión, testimoniar con nuestra vida la fe que confesamos de palabra» (oración de la fiesta de los Santos Inocentes).
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
+ Julián Ruiz Martorell, Obispo de Huesca y de Jaca
28 de diciembre de 2014