Origen, desarrollo y actualidad de la cuestión lefebvrista

¿Podemos hablar entonces de un remedio momentáneo de forma pero no de fondo? Al parecer sí. De suyo, como escribía el periodista Andrea Tornelli en el diario italiano Il Giornale, queda pendiente un acuerdo sobre el estatuto jurídico de la Fraternidad San Pío X dentro de la Iglesia Católica.

Con un Decreto de la Congregación para los Obispos, Benedicto XVI decidió revocar la excomunión que pesaba sobre cuatro obispos de la Fraternidad San Pío X, popularmente conocidos como lefebvristas, el 21 de enero de 2009 (aunque se hizo público el día 24 del mismo mes y año).

El hecho halló amplia acogida en la prensa escrita, digital, de radio y de televisión mundial. Pero, ¿cuál sigue siendo el problema de fondo en este grupo particular? ¿Cuál es la historia de la Fraternidad y el origen histórico del conflicto? ¿Cómo se llegó a la excomunión y cuáles han sido los pasos de acercamiento mutuo entre la Fraternidad y la Santa Sede? Por último, ¿qué consecuencias se derivan del gesto de generosidad y buena voluntad del Papa?

I. Los orígenes del “problema”. Un poco de historia

El Concilio Vaticano II (1962-1965, convocado por el Papa Juan XXIII y clausurado por el Papa Pablo VI), fue un “poner al día” la relación entre la Iglesia y la sociedad contemporánea. ¿Su fin? Hacer conscientes a cada uno de sus deberes, robustecer la fe de los creyentes con nuevas fuerzas permaneciendo en la unidad y promover la santidad de los hijos de la Iglesia, difundir la verdad (Cf. Juan XXIII, Humanae Salutis, bula de indicción del S.S. Concilio Ecuménico Vaticano II, no. 4 y 7).

El Concilio redactó numerosos decretos, constituciones y declaraciones que, desde la fidelidad y en continuidad con el depósito milenario de la fe, ponían en práctica esa actualización (se pueden consultar íntegramente los documentos del Concilio Vaticano II en http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/index_sp.htm).

Todos esos documentos fueron ratificados y apoyados por la amplia mayoría de los obispos del mundo que participaron en el Concilio. Uno de esos obispos fue Monseñor Marcel Lefebvre (1905-1991), titular, por entonces, de la diócesis francesa de Tulle y arzobispo honorífico de Synnada, en Siria.

Originario de Tourcoing, Francia, Marcel Lefebvre obtuvo el doctorado en teología y fue ordenado sacerdote en 1929. En 1932 ingresó a los padres del Espíritu Santo y trabajó como misionero en Gabón. En 1947 fue nombrado obispo, en 1948 delegado apostólico y, de 1955 a 1962, arzobispo de Dakar, Senegal. Al trabajo de Monseñor Lefebvre, durante ese periodo, se debe la institución de 21 nuevas diócesis en África.

A inicios de la década de los 60´s, Monseñor Lefebvre fundó la Caetus Internationalis Patrum (Reunión Internacional de Sacerdotes), un grupo caracterizado por su talante conservador, pero en 1968 dimitió del cargo de general ante la oposición que estaba encontrando dentro de su misma fundación. En 1969 erigió el seminario san Pío X y en 1970 la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, en Écône, Suiza.

Ya durante el Concilio Vaticano II, Lefebvre se mostró contrario a la redacción y publicación de Constituciones como la Lumen Gentium, sobre la Iglesia en el mundo actual, y a la Sacrosanctum Concilium, sobre la liturgia. También se manifestó escéptico respecto a la Declaración Nostra Aetate, sobre la relación de la Iglesia Católica con las religiones no cristianas, y a la Dignitas Humanae, sobre la libertad religiosa. No obstante, firmó todos los documentos.

Son más o menos conocidos los abusos que, después del Concilio Vaticano II, se sucedieron en no pocas partes del mundo católico. La inadecuada interpretación de los documentos propició una práctica incorrecta de los mismos, no obstante las líneas guías que el Magisterio ofreció para la ortodoxia de la fe y la disciplina en la Iglesia.

Uno de los abusos, acaso de los más visibles, fue el litúrgico. La constatación del hecho motivó a Marcel Lefebvre a identificar esas arbitrariedades como la praxis ordinaria que emanaba del Concilio, con las que él no comulgaba. Al poco tiempo, Lefebvre rechazó de tajo buena parte de las enseñanzas del Concilio Vaticano II por considerarlas fruto del modernismo que, precisamente, Pío X (1835-1914), había condenado en la Encíclica Pascendi (carta encíclica sobre las doctrinas modernistas, del 8 de septiembre de 1907). Lefebvre también cuestionó algunos actos de gobierno de los Papas Pablo VI y Juan Pablo II.

II. El motivo de la excomunión de 1988 y el punto medular del problema

Conocido el contexto, ¿qué motivó y cómo se llegó a la excomunión de Mons. Lefebvre y de los otros obispos de la Fraternidad? ¿Cómo individuar y comprender en pocas palabras la raíz del problema en esta situación particular?

Ante todo, conviene señalar que la actitud de Monseñor Lefebvre fue contestada con numerosos gestos de cercanía, caridad y buenas disposiciones por parte de la Santa Sede. Sin embargo, el talante de Lefebvre persistió y, el 27 de octubre de 1975, el cardenal Jean Villot dirigía una carta a Mons. Lefebvre sobre la “Supresión canónica de la Fraternidad San Pío X” (Cf. Enchiridion Vaticanum, Volume S1, Documenti della Santa Sede (Omissa 1962-1987), nn. 585 ss.). En 1976, el Papa Pablo VI suspendió “a divinis” a Monseñor Lefebvre aunque éste siguió celebrando los sacramentos y no acató la supresión de la Fraternidad.

En 1987, el Papa Juan Pablo II nombró un visitador canónico para la Fraternidad, el cardenal Gagnon. Ante las constataciones del visitador, y con el objetivo de evitar un cisma, Juan Pablo II escribió una carta al entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Joseph Ratzinger (8 de abril de 1988, en Enchiridion Vaticanum, Volume 11, Documenti della Santa Sede (1988-1989), nn. 535 ss.) para que se llegara a una solución del conflicto.

Entre el 12 y el 15 de abril de 1988, la Fraternidad y la Congregación para Doctrina de la Fe tuvieron encuentros que alcanzaron, el 5 de mayo del mismo año, la firma de un protocolo de carácter doctrinal, el proyecto de un dispositivo jurídico y medidas para regular la situación de canónica de la Fraternidad y de las personas relacionadas con ella.

En la primera parte de ese protocolo, a nombre propio y de la Fraternidad, Monseñor Lefebvre declaraba: 1) fidelidad a la Iglesia y al Papa, 2) aceptar la doctrina de la Lumen Gentium, 3) evitar polémicas a propósito del Magisterio del Concilio Vaticano II y la autoridad del Papa, 4) reconocer la validez de la misa según las nuevas disposiciones litúrgicas de Pablo VI y Juan Pablo II, y 5) respetar la disciplina de la Iglesia y las leyes eclesiásticas.

En la segunda parte del protocolo, la Santa Sede garantizaba: 1) una continuidad y reconocimiento de la Fraternidad, 2) facultad para usar los libros litúrgicos previos a la reforma conciliar, 3) la creación de una comisión compuesta por miembros de la curia romana y de la Fraternidad, 4) nombrar a un obispo para que siguiera de cerca a la Fraternidad.

Días más tarde, el 6 de mayo de 1988, el obispo Lefebvre dirigió una carta al cardenal Ratzinger pidiendo la consagración episcopal de un miembro de la Fraternidad para el 30 de junio del mismo año. En el texto añadía que, en caso de ser denegado el permiso, se vería impelido a proceder en conciencia.

El 24 de mayo de 1988, Lefebvre y Ratzinger se encontraron en Roma. El prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe comunicó al líder de la Fraternidad la anuencia del Papa Juan Pablo II para proceder a la ordenación episcopal, pero para el 15 de agosto del mismo año, no para el 30 de junio. En otra carta a Joseph Ratzinger, Lefebvre insistió en la fecha que él proponía y amenazó con proceder si no se le atendía.

Posiblemente, una de las cartas personales más conmovedoras de todo el pontificado de Juan Pablo II, sea la que envío a Monseñor Lefebvre el 9 de junio de 1988. Con miras a evitar un cisma, el Sumo Pontífice invitaba a renunciar a la consagración sin el asentimiento papal: “no sólo le invito a esto –decía el texto–, más aún, se lo pido por las llagas de Cristo nuestro Redentor, en el nombre de Cristo quien, la vigilia de su Pasión, oró por sus discípulos `para que todos sean uno´”.

Todavía el 17 de junio de 1988, el Prefecto de la Congregación para los Obispos, cardenal Bernardin Gantin, hizo un monitum público donde llamaba la atención a Monseñor Lefebvre previendo el cisma.

El 30 de junio de 1988, Monseñor Marcel Lefebvre ordenaba, sin autorización del Papa, a Bernard Fellay (actual superior de la Fraternidad), Bernard Tiisier de Mallerais, Richard Williamson y Alfonso de Galarreta.

El 1 de julio de 1988, el cardenal Bernardin Gantin publicó el decreto de excomunión para Lefebrve, los cuatro nuevos obispos y para Monseñor Antonio de Castro Mayer (obispo brasileño que fungió como co-consagrante).

Juan Pablo II, en la Carta Apostólica Ecclesia Dei (2 de julio de 1988) ofrecía la síntesis de la causa del problema por parte de los lefebvristas, que culminaba con la desobediencia en la consagración episcopal: “La raíz del acto cismático –escribía el Papa– se puede individuar en una imperfecta y contradictoria noción de Tradición: imperfecta porque no tiene suficientemente en cuenta el carácter vivo de la Tradición, que –como enseña claramente el Concilio Vaticano II– arranca originalmente de los Apóstoles, va progresando en la Iglesia bajo la asistencia del Espíritu Santo; es decir, crece con la comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas, cuando los fieles las contemplan y estudian repasándolas en su corazón, cuando comprenden internamente los misterios que viven, cuando las proclaman los obispos, sucesores de los Apóstoles en el carisma de la verdad”.

Y continúa: “Pero es sobre todo contradictoria una noción de Tradición que se oponga al Magisterio universal de la Iglesia, el cual corresponde al Obispo de Roma y al Colegio de Obispos. Nadie puede permanecer fiel a la Tradición si rompe los lazos y vínculos con aquel a quien el mismo Cristo, en la persona del Apóstol Pedro, confió el ministerio de la unidad de su Iglesia (cf. n. 4)”.

El mismo 1988 se constituyó, como ulterior respuesta de cercanía del Papa, la Comisión Pontificia Ecclesia Dei, un organismo vaticano para mantener el contacto con los lefebvristas y tratar de re-encauzarlos a la Iglesia católica.

III. Los pasos de acercamiento

El paso de la revocación de la excomunión del pasado día 21 de enero de 2009, es el resultado de una trayectoria precisa de acercamiento mutuo entre la Santa Sede y la Fraternidad San Pío X, sobre todo tras la muerte de Monseñor Marcel Lefebvre acaecida en 1991.

Con motivo del jubileo del año 2000, un significativo grupo de lefebvristas acudieron en peregrinación a Roma. Cinco años después, el 29 de agosto de 2005, Benedicto XVI recibía en audiencia al líder actual de la Fraternidad San Pío X, Monseñor Bernard Fellay. El encuentro, que tuvo lugar en el Palacio Apostólico de Castelgandolfo, respondía a una petición explícita de Fellay.

Días antes, en entrevista concedida por Monseñor Fellay a la agencia de prensa de la misma Fraternidad, DICI, con ocasión de los primeros tres meses del pontificado de Benedicto XVI, Fellay anunció qué pediría al Romano Pontífice: la posibilidad de que todos los sacerdotes, en todo lugar, pudieran celebrar la misa según el misal tridentino (anterior al Concilio Vaticano II), sin tener que pedir permiso al obispo local, y retractar el decreto de excomunión a los cuatro obispos.

El 7 de julio de 2007, Benedicto XVI publicaba el documento Summorum Pontificum, sobre la liturgia romana anterior a la reforma de 1970; con él se posibilitaba la celebración de la misa de acuerdo al misal vigente hasta antes de la reforma litúrgica tras el Concilio. La liberalización de la liturgia tridentina (llamada así por remontarse al Concilio de Trento, 1545-1563) fue bien recibida en la Fraternidad.

Las peticiones de Fellay estaban siendo atendidas, pero, no sin razón, en junio de 2008, el cardenal Darío Castrillón Hoyos, presidente de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, recomendó a Monseñor Fellay empeñarse en los siguientes puntos 1) una respuesta proporcionada a la generosidad del Papa, 2) evitar toda intervención pública que no respetase la figura del Santo Padre y que pudiera ser negativa a la caridad eclesial, 3) evitar la pretensión de un Magisterio superior al del Papa, 4) poner a la Fraternidad en contraposición de la Iglesia, y 5) demostrar la voluntad de actuar honestamente en la plena caridad eclesial respetando la autoridad del Vicario de Cristo.

El mismo Bernard Fellay, en una entrevista concedida a Vittorio Messori y recogida por el periódico español La Razón (cf.11.07.2007), aseguraba que el hecho no era un paso “sino un salto de peso histórico”. Quedaba pendiente la cuestión de la excomunión, pero llegó dos años después. ¿Intervención de la Virgen de Lourdes? Parece ser que sí.

En 2008, los cuatro obispos de la Fraternidad San Pío X hicieron una peregrinación al santuario mariano de Lourdes, en Francia. Durante la misma, instaron a los fieles vinculados a la Fraternidad a rezar un millón setecientos mil Rosarios para que les fuese quitada la excomunión.

La oración fue acompañada de una carta de Monseñor Bernard Fellay, del 15 de diciembre de 2008, dirigida al Papa Benedicto XVI; en esa misiva se pedía explícitamente la revocación de la excomunión. En la misma carta expresaba: “estamos fervorosamente determinados en voluntad de ser y permanecer católicos y de poner todas nuestras fuerzas al servicio de la Iglesia de Nuestro Señor Jesucristo, que es la Iglesia católica romana. Nosotros aceptamos todas sus enseñanzas con ánimo filial. Creemos firmemente en el primado de Pedro y en sus prerrogativas y por ello nos hace sufrir tanto la actual situación (entonces todavía de excomulgados, ndr)”.

El Decreto de la Congregación para los Obispos, firmado por el cardenal Giovanni Battista Re, con el que se pone fin a la excomunión, expresa claramente el deseo de “consolidar las relaciones de recíproca confianza, intensificar y hacer más estables las relaciones de la Fraternidad San Pío X con la Sede Apostólica […] Desea que este paso sea seguido por la realización de la plena comunión con la Iglesia de toda la Fraternidad, testimoniando así auténtica fidelidad y un verdadero reconocimiento del Magisterio y de la autoridad del Papa, con la prueba de la unidad visible”.

Por su parte, en un comunicado del superior general de la Fraternidad del día 24 de enero de 2009, el obispo Fellay expresaba su “gratitud filial al Santo Padre por este acto que, más allá de la Fraternidad San Pío X, representará un beneficio para toda la Iglesia”.

Y continuaba: “Nuestra Fraternidad desea poder ayudar siempre al Papa para remediar la crisis sin precedentes que sacude actualmente al mundo católico, y que el Papa Juan Pablo II había calificado como un estado de `apostasía silenciosa´”.

IV. Las implicaciones al revocar la excomunión. ¿El camino hacia una prelatura personal?

Después de todos estos pasos, de haber llegado hasta este punto, ¿qué queda?

El mismo decreto de revocación de la excomunión prevé reuniones entre ambas partes –la Santa Sede y la Fraternidad– de modo que se pueda llegar a soluciones de fondo respecto a las dificultades que todavía quedan en pie.

De hecho, el mismo comunicado del obispo Fellay, hacia el final, expresa claramente que “en este nuevo ambiente, tenemos la firme esperanza de arribar pronto a un reconocimiento de los derechos de la tradición católica”.

¿Podemos hablar entonces de un remedio momentáneo de forma pero no de fondo? Al parecer sí. De suyo, como escribía el periodista Andrea Tornelli en el diario italiano Il Giornale (cf. 22.01.2009), queda pendiente un acuerdo sobre el estatuto jurídico de la Fraternidad San Pío X dentro de la Iglesia Católica.

Según datos de la misma Fraternidad, ésta cuenta actualmente con 481 sacerdotes, 90 hermanos laicos, 206 religiosas, 6 seminarios, 117 prioratos, 82 colegios, 6 institutos universitarios, 450 lugares de culto en 62 países, y medio millón de adeptos, por lo que regularizar su situación en la Iglesia es prioritaria.

Algunos canonistas han llegado a pensar que la Fraternidad podría constituirse en “prelatura personal” a tenor de lo expresado en los números 294 a 297 del Código de Derecho Canónico. Con esta figura, la Fraternidad podría tener un obispo propio y los miembros que pertenecen a la Prelatura tendrían que ser los clérigos que están incardinados a ellas. Actualmente, la única prelatura personal en la Iglesia es el Opus Dei.

¿Y los fieles? “Mediante acuerdos establecidos con la prelatura, los laicos pueden dedicarse a las obras apostólicas de la prelatura personal; pero han de determinarse adecuadamente en los estatutos el modo de cooperación orgánica y los principales deberes y derechos ajenos a ella” (Cf. Código de Derecho Canónico, n. 296). O bien, los fieles se beneficiarían a través de “parroquias personales”. Esto lo permite el canon 518 del mismo Código. ¿La causa justa y el criterio objetivo? Querer participar de la celebración de la misa en el rito tridentino. De hecho, este mismo criterio aplica ya para la “diócesis personal” como ocurre con los Ordinariatos Militares (cfr. Código de Derecho Canónico n. 372 § 2).

Así pues, por una parte queda “solucionada” la excomunión de los obispos pero persiste la necesidad de reconocer, dentro de la Iglesia católica, a la Fraternidad dándole un lugar.

Si bien con los protocolos del 5 de mayo de 1988, suscritos por Ratzinger –de parte de la Santa Sede– y Lefebvre –a nombre de la Fraternidad– se preveía la erección de la Hermandad Sacerdotal San Pío X como sociedad de vida apostólica de derecho pontificio (con estatutos de acuerdo a los cánones 731 y 746 del Código de Derecho Canónico), incluso con algunas exenciones en cuanto al culto público, cura de almas y actividades apostólicas, el cisma y la excomunión dejaron sin efecto el documento firmado. Por tanto, persiste la supresión canónica de la Fraternidad que data del 27 de octubre de 1975.

Los lefebvristas han insistido siempre en el hecho de que la liturgia actual es la expresión de una orientación inaceptable que emana del Concilio Vaticano II. Todo parece indicar que, además de abordar este punto, las reuniones de las comisiones mixtas tratarán de inmediato el lugar de la Fraternidad en la Iglesia. Ciertamente, y no se puede ocultar, ahora hay un clima distinto que promete para el bien de la unidad en la única Iglesia de Jesucristo.

El autor agradece la asesoría de los sacerdotes Fernando Pascual y Eduardo Aranda en las matizaciones teológicas y canónicas de este artículo.

Jorge Enrique Mújica, L.C.

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