Algunos obispos han pedido en el Sínodo que se celebra en Roma una mayor preparación para el matrimonio, larga, personalizada y exigente, sin miedo a que eventualmente disminuya el número de bodas celebradas en la Iglesia. Se trata de asegurar que el matrimonio no sea sólo válido, sino también fructífero. No hemos de preocuparnos solamente por los remedios para el fracaso de la unión conyugal. Lo que hay que transmitir es una visión del matrimonio como un camino hacia una meta más alta, un camino de crecimiento personal y de pareja, una fuerza y fuente de energía, en definitiva un camino hacia la santidad. El matrimonio católico es una vocación verdadera y propia y como tal requiere fidelidad y coherencia para ser realmente un lugar de crecimiento y de salvaguardia de lo humano. Para ello, hay que acompañar constantemente a los cónyuges en su itinerario de vida, a través de una pastoral familiar intensa y vigorosa.
Parece como que el casarse fuese algo espontáneo, casi instintivo; algo para lo que no se necesita especial preparación. Pero en la vida todo lo importante tiene que ser debidamente preparado. Una equivocación en el terreno académico, laboral, económico… se supera con relativa facilidad. La frustración afectiva y emocional en el ámbito del matrimonio y la familia es difícilmente superable. La preparación al matrimonio, a la vida conyugal y familiar, es de suma importancia para el bien de los futuros esposos, de sus hijos, de la sociedad y de la Iglesia. El sacramento del Matrimonio posee un valor tan grande que no puede dejarse a la improvisación o a decisiones apresuradas.
Hoy día ha bajado notablemente el número de bodas, se contrae matrimonio en edad más avanzada y crece el número de divorcios y separaciones incluso en los primeros años de vida conyugal. Todo ello lleva a una preocupación pastoral reiterada mil veces: Quien contrae matrimonio ¿está realmente preparado al mismo? La importancia de la preparación exige un proceso de evangelización que consiste en la maduración de la fe y su profundización. Si la fe está debilitada o casi no existe (cfr. Familiaris Consortio = FC 68), es preciso reavivarla y no se puede excluir una instrucción exigente y paciente que provoque y alimente el ardor de una fe viva. Sobre todo donde el ambiente se ha ido paganizando, será muy aconsejable un «itinerario que recalque los dinamismos del catecumenado» (FC 66) y la presentación de las verdades cristianas fundamentales que ayuden a adquirir o reforzar la madurez de la fe de los contrayentes
El matrimonio cristiano, como expresión de novedad de vida realizada por Cristo Resucitado, expresa siempre la verdad del amor conyugal y es como una profecía que anuncia claramente la exigencia auténtica del ser humano: hombre y mujer llamados desde su origen a vivir en comunión de vida y amor y abiertos a la transmisión de la vida y de la fe.
Según recuerda también la Familiaris Consortio, en el proceso de formación para el matrimonio hay que distinguir tres etapas o momentos principales: remota, próxima e inmediata. Se alcanzarán las metas particulares de cada etapa si los novios llegan a conocer los contenidos teológico-litúrgicos principales que jalonan las varias fases de la preparación, además de las cualidades humanas fundamentales y las verdades básicas de la fe. Y así con su esfuerzo por adecuar la vida a estos valores, los novios conseguirán la auténtica formación que les disponga a la vida de cónyuges.
«Durante este momento del itinerario [la etapa próxima] serán convenientes frecuentes encuentros en un clima de diálogo, amistad y oración, con la participación de pastores y catequistas. Estos deberán subrayar que «la familia celebra el Evangelio de la vida con la oración cotidiana, individual y familiar: con ella alaba y da gracias al Señor por el don de la vida e implora luz y fuerza para afrontar los momentos de dificultad y de sufrimiento, sin perder nunca la esperanza» (Evangelium vitae = EV 93). Además, las parejas de esposos cristianos comprometidas apostólicamente, con una óptica de sano optimismo cristiano, pueden contribuir a realzar cada vez más la vida cristiana en el contexto de la vocación al matrimonio y en la complementariedad de todas las vocaciones. Por consiguiente, no será éste un tiempo sólo de profundización teórica, sino también un camino de formación en el que, con la ayuda de la gracia y la huida de toda forma de pecado, los novios se preparen a donarse como pareja a Cristo que sostiene, purifica y ennoblece el noviazgo y la vida conyugal»[1].
La preparación de los novios ha de continuar con la atención pastoral a los matrimonios jóvenes, cada día más necesaria. Hay que ayudar en el camino de la madurez personal y como pareja, facilitar el diálogo y la comunicación entre los esposos, ayudarles a elaborar un proyecto común, plantear las labores del hogar partiendo del trabajo fuera de casa de ambos esposos, como hoy es frecuente. Es bueno ayudarles a enfocar bien la relación con la familia de cada uno, y la educación de los hijos en la medida en que van naciendo. También en el acompañamiento a matrimonios jóvenes se atiende a los temas propiamente de fe como el matrimonio sacramento, la familia como Iglesia doméstica, la procreación responsable, la vivencia de la fe y su transmisión a los hijos, etc.
+Manuel Sánchez Monge,
Obispo de Mondoñedo-Ferrol
[1] Pontificio Consejo para la Familia, Preparación al sacramento del matrimonio, Ciudad del Vaticano 13 de mayo 1996, n.37. Este documento puede abrir muchas perspectivas para mejorar la preparación de los novios