Que un hombre pegue a una mujer (o una mujer a un hombre, posibilidad no contemplada por la Ley de Violencia de Género) es sin duda lamentable. Pero en ocasiones la agresión puede resultar paradójicamente liberadora: una mujer que venía soportando vejaciones verbales y psicológicas –sin atreverse a romper, porque son ya tantos años de convivencia, y ¿a dónde va a ir una si no?– se resolverá a dejar por fin una relación fracasada cuando le pongan la mano encima. ¡Hasta aquí hemos llegado!
La relación de la derecha sociológica con el PP no se puede decir que fuera apasionada. El PP no ha estado nunca enamorado de nosotros: por ejemplo, jamás se ha definido como de derechas, inventando todo tipo de eufemismos patéticos para evitar la etiqueta maldita («centro reformista», etc.). Como los malos maridos, el PP ignora a su electorado natural –al que sabe con la pata quebrada y en casa- para dedicarse a coquetear con el de centro-izquierda, al parecer mucho más sexy. El PP es un partido de tecnócratas, convencido en el fondo de la supuesta superioridad intelectual y moral de la izquierda, e incapaz por tanto de librar ninguna batalla cultural con ella. El PP rehúye siempre el debate de ideas, prefiriendo vender «eficacia»: gestión, «resultados», lluvia fina… Pero la derecha sociológica, ayuna de alternativas y temerosa de la izquierda, prolongaba la cohabitación electoral con un amante tan poco satisfactorio. Ya se sabe, el mal menor.
Cabe agradecer, pues, a Rajoy que nos haya abofeteado tan sonoramente en el asunto del aborto. Lo ha hecho con ensañamiento: la promesa electoral, el proyecto de ley que ponía la miel en los labios, las dilaciones, las explicaciones miserables al anunciar el carpetazo… Las descarnadas motivaciones demoscópicas de fondo: «sólo perderemos algunos miles de votos por la derecha, y ganaremos muchos más por el centro». Rajoy conjetura que dentro de unos meses le perdonaremos la bofetada, porque entonces pesará más el miedo a Podemos, a la secesión catalana, a perder los brotes verdes de la vacilante recuperación económica… Como el marido que sabe que la esposa golpeada terminará volviendo al hogar, porque en la calle hace mucho frío, Rajoy nos está diciendo implícitamente: «sé que no tenéis media bofetada y que dentro de un año volveréis a comerme en la mano».
Y, así como las mujeres maltratadas hacen terapia de grupo para reafirmarse en su resolución de no volver con sus agresores, así nosotros deberíamos profundizar en las razones para no volver a votar jamás al PP. No se trata sólo de que hayamos sido pisoteados, de que se nos haya engañado como a chinos. Se trata de entender que, definitivamente, el PP no es más que una maquinaria electoral de persecución y conservación del poder como un fin en sí mismo: sin ideas, sin principios, sin horizonte de largo plazo. El PP carece de una concepión de la persona y del mundo, de una visión ideológica que contraponer a la de la izquierda (que sí tiene una). El PP considera en realidad que sólo la izquierda y los nacionalismos tienen legitimidad moral para cambiar la sociedad. Por eso, cuando alcanza el poder, se limita a cuadrar las cuentas, taponar las peores vías de agua y convalidar todos los experimentos sociales que la izquierda o los nacionalismos hayan tenido a bien realizar: aborto, matrimonio gay, divorcio exprés, ideología de género, inculcación de una nueva conciencia nacional en Cataluña y País Vasco, exclusión del castellano como lengua de la educación…
Hay que romper con la lógica mezquina del mal menor. Mientras sigamos presos de ella no podrá surgir un bien mayor. Rajoy ni siquiera ha sido capaz de arreglar las cuentas: nuestra deuda pública está a punto de alcanzar el 100% del PIB (algo que pesará sobre nuestros hijos) y el déficit público sigue clavado por encima del 6% del PIB; la tasa de paro actual (24.5%) es más alta que cuando el PP llegó al poder (22.8%). Este gobierno no ha liberalizado la economía (¿dónde quedó la prometida ley de emprendedores?), reducido el peso de las administraciones ni acabado con las subvenciones millonarias a los sindicatos. Ha subido brutalmente los impuestos. No ha garantizado la independencia del poder judicial. Ignora por completo el probema demográfico. Su gestión apenas difiere de la que aplicó Zapatero después de mayo de 2010.
La oportuna aparición de Podemos pone las cosas muy fáciles al PP para agitar el espantajo de un posible Frente Popular: ¡votadme o caeréis en las garras de la extrema izquierda! Pero las cuentas no son esas. Incluso si se produce una poderosa irrupción parlamentaria de Podemos, no es evidente en absoluto que vayan a pactar con PSOE y/o IU. Si Podemos se empatana en un gobierno de coalición, perderá su aura mágica de alternativa integral al sistema. Y si el PSOE se deja abrazar por Podemos, se tratará del abrazo del oso (y eso lo sabe Sánchez). No es cierto que cada voto de menos al PP esté propiciando un frente de izquierdas. En realidad, parece mucho más probable el escenario de una «gran coalición» PP-PSOE. De hecho, algunos indican que la retirada de la reforma del aborto sería un primer paso de cara al futuro acuerdo PP-PSOE (como siempre, el que cede es el PP, continuando así su interminable «carrera hacia el centro»: un centro que se desplaza eternamente hacia la izquierda, como la liebre perseguida por los galgos).
E incluso si se produjera un gobierno PSOE-Podemos-IU… no sería lo de 1936. No, no se quemarán iglesias ni se abrirán chekas. Eso es imposible en un país desarrollado de la UE en el siglo XXI. Pedro Sánchez no es Largo Caballero, Pablo Iglesias no es Durruti. Un gobierno de izquierdas nos costaría unos cientos de miles de parados, pero no una guerra civil. En realidad, sería como una tercera legislatura de Zapatero. Al cabo de unos meses se comprobaría que Podemos no tiene ninguna varita mágica y que el chavismo no trae sino más pobreza. La derecha lo tendría fácil para un rápido retorno al poder.
De nosotros –de nuestra firme resolución de no volver a votar a un PP que nos maltrata y carece de principios- depende que, para entonces, exista una derecha digna de tal nombre. Una derecha que –junto a otras banderas abandonadas por el PP, como la domesticación de los nacionalismos o la liberalización de la economía– asuma con entusiasmo y credibilidad la defensa de la familia y de la vida del no nacido.
Francisco José Contreras