Queridos hermanos en el Señor:
Os deseo gracia y paz.
El Papa Francisco afirma en su Exhortación apostólica «Evangelii gaudium» que entre los débiles que la Iglesia quiere cuidar con predilección «están también los niños por nacer, que son los más indefensos e inocentes de todos, a quienes hoy se les quiere negar su dignidad humana en orden a hacer con ellos lo que se quiera, quitándoles la vida y promoviendo legislaciones para que nadie pueda impedirlo» (EG 213).
La luz de la razón es suficiente para reconocer el valor inviolable de cualquier vida humana. La vida es siempre un bien, un bien original, diverso, con valor incomparable. La vida humana está dotada de una altísima dignidad porque en el ser humano se refleja la realidad misma de Dios. Dios es el único Señor de la vida y el hombre no puede disponer de ella. La vida humana, don precioso de Dios, es sagrada. La vida humana proviene de Dios, es su regalo, su imagen e impronta, participación de su soplo vital. Por ello, la eliminación directa y voluntaria de un ser humano inocente es siempre gravemente inmoral.
En su encíclica «Evangelium vitae» San Juan Pablo II recordaba que el Evangelio de la vida está en el centro del mensaje de Jesús y que, al presentar el núcleo central de su misión redentora, Jesús dice: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,10). En la oración final de aquel documento el Papa rezaba a la Virgen María para que los cristianos sepamos anunciar el Evangelio de la vida con firmeza y amor; para que se nos conceda la gracia de acoger el Evangelio de la vida como don siempre nuevo; para que se nos otorgue la alegría de celebrar el Evangelio de la vida con gratitud durante toda nuestra existencia, y para que recibamos la valentía de dar testimonio del Evangelio de la vida con solícita constancia (cf. EV 105).
A los cristianos nos corresponde la histórica tarea de ser anunciadores incansables del Evangelio de la vida, para ser verdaderamente un pueblo al servicio de la vida, con constancia y valentía.
Es urgente construir entre todos una nueva cultura de la vida. El primer paso consiste en la formación de la conciencia moral sobre el valor inconmensurable e inviolable de toda vida humana. A la formación de la conciencia se une la labor educativa, es decir, educar en el valor de la vida comenzando por sus mismas raíces. El cambio cultural exige la decisión de asumir un nuevo estilo de vida que nos haga pasar de la indiferencia al interés por el otro y del rechazo a su acogida.
Es urgente una gran oración por la vida. Es necesario que desde el corazón de cada creyente, desde las familias, desde los grupos y asociaciones, desde las parroquias, desde las comunidades cristianas, se eleve una súplica apasionada a Dios, Creador y amante de la vida. San Juan Pablo II escribía a las mujeres que han recurrido al aborto: «La Iglesia sabe cuántos condicionamientos pueden haber influido en vuestra decisión, y no duda de que en muchos casos se ha tratado de una decisión dolorosa e incluso dramática. Probablemente la herida aún no ha cicatrizado en vuestro interior. Es verdad que lo sucedido fue y sigue siendo profundamente injusto. Sin embargo, no os dejéis vencer por el desánimo y no abandonéis la esperanza. Antes bien, comprended lo ocurrido e interpretadlo en su verdad» (EV 99).
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
+ Julián Ruiz Martorell, obispo de Huesca y de Jaca