I) La dolorosa sorpresa
Hace más de veinte años, el 19 de marzo de 1994, el Papa San Juan Pablo II envió una carta autógrafa a los jefes de Estado de todo el mundo (1).
Por aquel entonces, la ONU había promovido la celebración de un Año Internacional de la Familia, convocando además para septiembre de ese mismo año, a la Conferencia Internacional sobre la Población y el Desarrollo, a realizarse en El Cairo.
Fue precisamente el Proyecto de Documento Final para dicha reunión, elaborado por la ONU, lo que motivó la inusitada carta autógrafa del Pontífice. De ella transcribimos los párrafos más significativos, tomados textualmente de la edición en español de L′OSSERVATORE ROMANO del 22 de abril de1994, N.16, pág.6.:
«Creo que en la institución familiar se encuentra un manantial de humanidad del que brotan las mejores energías creadoras del tejido social, que cada Estado debería preservar celosamente».
«He aquí por qué el proyecto de documento final de la próxima Conferencia de El Cairo ha atraído toda mi atención, y su contenido me ha deparado una dolorosa sorpresa.
Las innovaciones que contiene, tanto a nivel de conceptos como de terminología, lo convierten en un texto muy diferente de los documentos de las Conferencias de Bucarest y de Ciudad de México. No se puede por menos de temer funestas consecuencias morales, que podrían llevar a la humanidad hacia una derrota, y cuya primera víctima sería el hombre mismo.
Se nota, por ejemplo, que el tema del desarrollo (. . .) pasa casi desapercibido a la vista de las escasas páginas que se le dedican. La única respuesta a la cuestión demográfica y a los retos planteados por el desarrollo integral de la persona y de las sociedades parece reducirse a la promoción de un estilo de vida cuyas consecuencias –si fuera aceptado como modelo y plan de acción para el futuro– podrían revelarse especialmente negativas.»
«Por otra parte, la concepción de la sexualidad que subyace en este texto, es totalmente individualista, en la medida en que el matrimonio aparece como algo superado. Ahora bien, una institución natural tan fundamental y universal como la familia no puede ser manipulada por nadie.
¿Quién podría dar tal mandato a individuos o instituciones? ¡La familia pertenece al patrimonio de la humanidad! Por otra parte, la Declaración universal de los derechos humanos afirma sin equívocos que la familia es «el núcleo natural y fundamental de la sociedad»(art. 16,3). El Año Internacional de la Familia debería ser la ocasión privilegiada para que la familia reciba de la sociedad y del Estado, la protección que la Declaración universal le reconoce. No hacerlo sería traicionar los ideales más nobles de la ONU.
Resultan aún más graves las numerosas propuestas de un reconocimiento generalizado, a escala mundial, del derecho al aborto sin ninguna restricción, lo cual va mucho más allá de lo que por desgracia, ya consienten algunas legislaciones nacionales.
En realidad, la lectura de este documento –si bien es verdad que no es más que un proyecto deja la amarga impresión de pretender imponer un estilo de vida típico de algunos sectores de las sociedades desarrolladas, ricas materialmente y secularizadas».
«Mirando hacia el año 2000, ¿cómo no pensar en los jóvenes? ¿Qué se les propone? Una sociedad constituida por cosas y no por personas; el derecho a hacer todo, desde la más tierna edad, sin límite alguno, pero con la mayor seguridad posible. Por otra parte, vemos que la entrega desinteresada de sí, el control de los instintos, el sentido de la responsabilidad, son considerados nociones pertenecientes a otra época».
«Al dirigirme a vuestra excelencia (…) (a cada jefe de Estado destinatario de la carta autógrafa del Papa ) (…) he querido, sobre todo, llamar su atención sobre los graves retos que han de afrontar los participantes en la Conferencia de El Cairo. En efecto, cuestiones tan importantes como la transmisión de la vida, la familia, el desarrollo material y moral de las sociedades, requieren sin duda una reflexión más profunda.
Por todo ello, me dirijo a usted, señor Presidente, que se preocupa por el bien de sus conciudadanos y de toda la humanidad. Es importante no debilitar al hombre, su sentido del carácter sagrado de la vida, su capacidad de amar y de sacrificarse. Se trata de temas sumamente sensibles por medio de los cuales se puede consolidar o destruir una sociedad».
II) Veinte años después, la Asamblea Sinodal
Aquel «proyecto» de Documento final en realidad poseía pretensiones mucho más ambiciosas. Fue un programa de acción a realizarse en el corto, mediano y largo plazo; destinado a modificar radicalmente lo que San Juan Pablo II llamó «los ideales más nobles de la ONU», aquellos que habían contribuido a que la familia fuera valorada como «patrimonio de la humanidad» (Sobre las modalidades de esa «agenda», existe valiosa documentación que excede los límites de este aporte).
San Juan Pablo II percibió con lucidez la posibilidad de ese cambio radical en la ONU, que advertía de pronto con dolorosa sorpresa. Por eso formuló de inmediato un urgente llamado a los jefes de Estado de todo el mundo.
Advirtió que se trataba de innovaciones «que podrían llevar a la humanidad hacia una derrota, y cuya primera víctima sería el hombre mismo»; en temas «sumamente sensibles por medio de los cuales se puede consolidar o destruir una sociedad». Los fundamentos de su advertencia fueron desarrollados a lo largo de todo el texto de la carta autógrafa que hemos citado.
Veinte años después, aquellos fundamentos que prevenían sobre una dolorosa realidad posible, se vuelven una realidad vigente y comprobable. Lo confirma el INSTRUMENTUM LABORIS puesto a disposición de los miembros de la próxima Asamblea Sinodal sobre «LOS DESAFÍOS PASTORALES DE LA FAMILIA EN EL CONTEXTO DE LA EVANGELIZACIÓN».
En el punto 15 del Capítulo II de la Primera Parte del INSTRUMENTUM, bajo el subtítulo «Algunos motivos de la dificultad de recepción», se expresa lo siguiente:
«Además, la gran mayoría de las respuestas pone de relieve el creciente contraste entre los valores que propone la Iglesia sobre matrimonio y familia y la situación social y cultural diversificada en todo el planeta. Existe unanimidad en las respuestas también en relación a los motivos de fondo de las dificultades a la hora de acoger la enseñanza de la Iglesia:
- las nuevas tecnologías difusivas e invasivas;
- la influencia de los medios de comunicación de masas;
- la cultura hedonista;
- el relativismo;
- el materialismo;
- el individualismo;
- la creciente secularización;
- el hecho de que prevalgan concepciones que han llevado a una excesiva liberalización de las costumbres en sentido egoísta;
- la fragilidad de las relaciones interpersonales;
- una cultura que rechaza decisiones definitivas,
- condicionada por la precariedad,
- por la provisionalidad,
- propia de una ‘sociedad líquida’,
- del ‘usar y tirar’,
- del ‘todo y en seguida’
- valores sostenidos por la denominada ‘cultura del descarte` y de lo ‘provisional`, como recuerda frecuentemente el Papa Francisco».
Al aludir a las «respuestas», el INSTRUMENTUM se refiere a las solicitadas en el cuestionario del Documento Preparatorio, de amplísima difusión en el mundo entero. Es notablemente significativo que exista unanimidad sobre los motivos de fondo que explican «las dificultades a la hora de acoger la enseñanza de la Iglesia» sobre matrimonio y familia. (Nos hemos permitido presentar el texto en columna, para que se aprecie con mayor claridad su contenido.)
Esos motivos de fondo detallados en nuestra cita, coinciden ampliamente con los fundamentos de la grave advertencia que el Papa San Juan Pablo II hizo llegar a los jefes de Estado de todo el mundo. Se confirma así –hoy– el acierto de aquella advertencia profética sobre una posible derrota de la sociedad humana, que victimizaría a cada persona humana.
Pero aquella amplia coincidencia también nos llena de esperanza. En que el dolor que el Papa Santo transformó en perseverante fortaleza y alegría, sea ahora ofrecido a la Iglesia por esta Asamblea Sinodal, como un mensaje renovador de la milenaria alegría de la evangelización.
+ Jorge Luis Lona, Obispo emérito de San Luis (Argentina)
(1) Carta de San Juan Pablo II a los jefes de estado de todo el mundo