Desde hace varios años, suelo aprovechar unos días de verano para sentarme a confesar en lugares donde hay abundancia de penitentes. Durante unos cuantos años lo hice en Santiago de Compostela, y tras una visita mía a Medjugorje en el puente del Pilar, este año lo he hecho en ese lugar de Herzegovina, que es, indiscutiblemente, un lugar de peregrinación, de oración y de conversión, hasta el punto que algunos no dudan en calificarlo, posiblemente con razón, como el mayor confesionario del mundo. Han sido dos semanas de trabajo intenso, en el que he estado libre de televisión, radio, periódicos y hasta de Internet. Lo que pretendía, confesar unas cuantas horas diarias, lo he conseguido, pues casi todo el rato tenía gente confesándose y raros han sido los huecos que he tenido entre una confesión y la siguiente. De todos modos, no recomiendo a nadie que vaya allí a confesar si no sabe italiano, pues la gran mayoría de las confesiones eran en ese idioma, mientras francés, alemán y español andaban más o menos a la par a considerable distancia.
Es indudable que cuando confiesas a novecientas personas en pocos días, encuentras de todo. Por supuesto muchas eran profundamente cristianas, lo que no es raro si tenemos en cuenta que se trata de un lugar de peregrinación, y trataban de aprovechar su estancia allí para mejorar en su fe y progresar en su vida espiritual. Por el confesionario pasa gente de toda clase y condición, siendo un magnífico muestrario de lo que es el ser humano, con sus grandezas y miserias. Aunque es un lugar donde se exponen principalmente nuestras flaquezas, debilidades y pecados, también te encuentras con personas que te dejan impresionados por su categoría moral, por su santidad, como varios enfermos de cáncer, incluso con metástasis, que te dicen: «me he entregado completamente a la voluntad de Jesús y María, para que dispongan de mí según su voluntad. Lo que le pido a Dios, si tengo que morirme es tener una buena muerte». O esas otras personas que te dicen: «Me he entregado totalmente a Jesús y María, para que dispongan de mí según su voluntad». O esos novios absolutamente decididos a vivir un noviazgo plenamente cristiano, reservando su entrega plena para después del matrimonio, pues piensan que el amor para siempre es muy superior y humaniza más que el amor sin compromiso para una temporada, aparte, que, como todo sacramento, es un lugar privilegiado de encuentro con Dios. Estos casos, allí en Medjugorje, no son precisamente raros, aunque hay que tener en cuenta que es precisamente su fe la que les ha llevado hasta allí.
Y el sacerdote confesor, ¿qué piensa? Aunque es evidente que puedes equivocarte y a veces te equivocas, es indudable que como dice la parábola de los talentos, la única manera segura de equivocarse es la de no hacer nada para no equivocarse (Mt 25,14-30), y además con frecuencia sientes que Dios se sirve de ti, como cuando una persona vuelve a los sacramentos después de muchos años, y, aunque te lleves un alegrón, no puedes por menos de preguntarte cómo es que Dios sea capaz de fiarse de ti y hacerte su Instrumento. El confesionario es una gran escuela de Humanidad, y recuerdo el comentario que me hizo alguien a la noche de uno de esos días con muchas horas de confesiones: «Te veo agotado, pero feliz». Sencillamente creo que era verdad, como creo que a ello también contribuye ese maravilloso final de la Carta a Santiago: «Hermanos míos, si alguno de vosotros se desvía de la verdad y otro le convierte, sepa que quien convierte a un pecador de su extravío se salvará de la muerte y sepultará un sin fin de pecados» (5,19-20).
P. Pedro Trevijano