Con relativa frecuencia, un sacerdote que confiesa se encuentra entre los pecados del penitente, el siguiente: «el domingo pasado no he ido a Misa». ¿Qué pensar de ello?
Sobre este punto nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica: «2180 El mandamiento de la Iglesia determina y precisa la ley del Señor: «El domingo y las demás fiestas de precepto los fieles tienen obligación de participar en la misa» (CIC can. 1247). «Cumple el precepto de participar en la misa quien asiste a ella, dondequiera que se celebre en un rito católico, tanto el día de la fiesta como el día anterior por la tarde» (CIC can. 1248, §1).
2181 La Eucaristía del domingo fundamenta y confirma toda la práctica cristiana. Por eso los fieles están obligados a participar en la Eucaristía los días de precepto, a no ser que estén excusados por una razón seria (por ejemplo, enfermedad, el cuidado de niños pequeños) o dispensados por su pastor propio (cf CIC can. 1245). Los que deliberadamente faltan a esta obligación cometen un pecado grave.»
Y el Catecismo YouCat: «Un católico asiste el domingo o la víspera del domingo a la Santa Misa… Es un objetivo central de todo cristiano consciente el santificar el domingo y las demás fiestas de la Iglesia. Sólo está dispensado quien tiene necesidades familiares urgentes o está obligado por tareas de importancia social» (nº 365).
Por ello, cuando me encuentro en el confesionario un caso de éstos, es obvio que mi primera pregunta es el por qué no ha ido a Misa. Les recuerdo que es obligación de todo cristiano el santificar las fiestas, yendo a Misa el domingo o el sábado por la tarde y que es una Ley de la Iglesia que hay que cumplir. Pero también les recuerdo que la Iglesia es madre y tiene sentido común. Por ello cuando el sentido común me dice que no debo ir ese domingo a Misa porque tengo que cumplir con alguna obligación incompatible, les recuerdo que no están obligados. Por ejemplo, siempre he considerado, incluso criminal, correr con el coche un domingo por la tarde para llegar a tiempo a Misa. Es preferible, ciertamente, renunciar a ir a Misa ese día e ir a ser posible el día siguiente o cualquier otro día, comulgando tranquilamente. Lo mismo en caso de enfermedad o de atención a personas que lo requieren, como pueden ser los niños. O cuando un viaje en grupo y no me es posible, sin fastidiar a los demás, el ir a Misa. Suelo recomendar en esos casos, el ir a Misa otro día, cuando le sea posible.
En cambio soy bastante duro cuando el motivo es la pereza o la falta de fuerza de voluntad. Tenemos que darnos cuenta de la importancia de la Eucaristía como motor de nuestra vida cristiana, alimento espiritual y ayuda para nuestra vida diaria, así como saber valorar con ojos de fe las realidades religiosas y profanas. No se trata sólo de cumplir un precepto, aunque con frecuencia tenemos que hacer cosas que no nos apetecen, pero son nuestro deber, por ejemplo ir a trabajar o a clase, aunque no tengamos ganas. A Dios le debemos amor y agradecimiento, siendo nuestra vida espiritual muy importante por su conexión con el problema del sentido de la vida y de alcanzar la felicidad, así como para superar nuestro egoísmo y hacer el bien.
En los últimos tiempos estoy empleando una comparación que creo impacta a mucha gente. Les digo: «Mire Vd., si hoy al llegar a casa se encuentran con una carta ciertamente auténtica del Papa Francisco anunciándoles que va a pasar el próximo fin de semana a su casa, a Vd. y a su familia les da un ataque de alegría. Pues bien, en la Misa y Comunión del domingo no se trata del Papa, sino de alguien muchísimo más importante. Pero estamos tan acostumbrados y nos dejamos llevar de tal modo por la rutina, que decirle no a Jesucristo nos importa bien poco o nada». Muchos me responden: «tiene Vd. razón». Pues hagamos caso a Jesucristo y pidámosle un aumento de fe.
P. Pedro Trevijano