En febrero de 2013, en coloquio abierto con el clero romano en San Juan de Letrán, Benedicto XVI hizo importantes recuerdos de su experiencia conciliar, magno evento cuyo cincuentenario conmemoraba ese Año de la Fe. «Estaba el Concilio de los Padres -el verdadero Concilio-, pero estaba también el Concilio de los medios de comunicación», advirtió, espacio en el que se imponía el espíritu de la ruptura y discontinuidad versus el de la reforma en continuidad, propio del verdadero Concilio, según tan bien él mismo caracterizó. Situación, valga recordar, completamente distinta de la vivida al otro lado de la Cortina de Hierro, donde la prensa oficial desconocía y silenciaba todo sobre el Concilio, siendo este comunicado al pueblo católico por los propios Padres conciliares, como en Polonia, por ejemplo, con el resultado de esa Iglesia unida y vigorosa de Wyszynski y Wojtyla que todo el mundo admiró.
«Sabemos en qué medida este Concilio de los medios de comunicación... era lo dominante -continuó Benedicto XVI- lo más eficiente, y ha provocado tantas calamidades, tantos problemas; realmente tantas miserias: seminarios cerrados, conventos cerrados, liturgia banalizada... y el verdadero Concilio ha tenido dificultad para concretizarse, para realizarse; el Concilio virtual era más fuerte que el Concilio real».
Por desgracia y no sin fundamentos, muchos advierten ya algo parecido con relación al próximo Sínodo sobre la Familia -institución básica cuya concepción cristiana es hoy auténtico epicentro de virulencia mediática- y no les falta razón. Como cuando tuvo lugar «el Concilio de los medios de comunicación», una legión de expertos afinan su puntería en el sentido de la ruptura y la discontinuidad. La carta de Jorge Costadoat S.J. publicada en este espacio (n.d.r.:El Mercurio) es solo un ejemplo más. Así, consultar al pueblo cristiano, obispos o laicos, sobre determinada situación eclesial -estado de una diócesis, de una orden o de un movimiento religioso en crisis, de la propia institución familiar en determinada región , etcétera- equivale para él, torciendo la hermenéutica, a traducir lo constatado en signo de lo que el Espíritu indica como camino a seguir (y no por ejemplo a superar y resolver).
El Instrumentum laboris elaborado por el Sínodo para los que tomarán parte en él, en lugar de ofrecer la clave de lectura para el acontecimiento, parece que en cambio debería leerse en la clave hermenéutica de Costadoat, apenas con la salvedad, dice, «que refleja un mayor celo doctrinal...».
Conviene estar atento, a fin de que estas especies de dialécticas moralístico-relativistas y otras fórmulas de banalización ideológica de lo que es muy serio, no vuelvan ahora también a afligir conciencias y a confundir espíritus.
Jaime Antúnez Aldunate
Publicado originalmente en El Mercurio