En una Carta al Director he encontrado la siguiente frase que me paree presenta un problema interesante. Dice así: «He encontrado una gran diferencia entre lo civil y lo religioso. Unos nos apoyamos primero en la Constitución y otros en el catecismo».
De estas líneas parece traslucirse un enfrentamiento entre Constitución y Catecismo. ¿Es realmente así? Por supuesto que ese enfrentamiento no debe darse. Cualquier cristiano dirá que ambos, es decir la Constitución, y el Catecismo, son convenientes y necesarios para el bien común. La famosa frase de Jesús «dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios», nos habla de la autonomía de la realidad temporal política, pero autonomía no significa total separación. La autoridad debe dejase guiar por el orden moral. Las leyes deben ser justas, es decir, conformes a la dignidad de la persona humana y a los dictámenes de la recta razón. La autoridad, en efecto debe reconocer, respetar y promover los valores humanos y morales esenciales, que son innatos, basados en la ley moral objetiva y en la ley natural inscrita en la conciencia y en el corazón del hombre, por lo que son anteriores a cualquier autoridad del Estado, estando el poder político obligado a respetar los derechos de la persona humana. Actualmente la mejor expresión de estos derechos es la Declaración de Derechos Humanos de la ONU de 1948, reconociendo nuestra Constitución en su artículo 10 párrafo 2 que se basa en esta Declaración.
El Catecismo nos enseña que debemos ser buenos ciudadanos. El sujeto de la autoridad política es el pueblo, quien transfiere de diversos modos su soberanía a las autoridades. San Pablo en Rom 13,1-7 y San Pedro en 1 P 2,13-17 nos insisten en que hemos de obedecer a las autoridades a fin de hacer el bien, respetar la justicia y asegurar el bien común. El sistema de gobierno que mejor garantiza el bien común, gracias a sus procedimientos de control y la división de poderes, es la democracia, si bien no es la panacea universal. Pero el ciudadano debe seguir siendo una persona libre y responsable, sujeta al orden moral y por ello tiene el derecho y el deber, ante las violaciones del orden moral del derecho positivo, a practicar la objeción de conciencia, uno de los derechos humanos fundamentales.
Pero ahora hagamos la pregunta contraria: ¿sin el Catecismo, se puede ser un buen ciudadano? Aparentemente parecería que sí, pero el problema es que si no hay un sólido fundamento de los valores humanos, éstos pueden derrumbarse como un castillo de naipes. En efecto, sin la creencia en Dios o en un Ser Supremo, el máximo ser supremo es el hombre. Pero como éste puede entrar en conflicto con sus congéneres, la solución a este problema estaría en la voluntad popular, en la voluntad de la mayoría. Pero el solo consenso popular no es suficiente para considerar justas las modalidades del ejercicio de la autoridad política, tanto más cuanto que muchas veces las mayoría pueden oprimir y negar los derechos de las minorías y además, no hay que olvidar que en nombre de la disciplina de Partido, son muy pocos, e incluso puede llegar a ser un solo individuo, quien toma las decisiones y determina lo que está bien y está mal. La realidad nos muestra que sin Dios es difícil que sea el amor el motivo fundamental de nuestra existencia, para ser sustituido por el poder, el placer o el dinero.
En efecto, si la Ley Natural pasa a ser, como dijo Zapatero una reliquia ideológica y un vestigio del pasado, acabamos quebrantando todos los mandamientos. El cuarto, con las leyes antimatrimoniales y antifamiliares. El quinto, con el desprecio a la vida humana expresada en las leyes del aborto y, cuando la ocasión sea propicia, la eutanasia. El sexto con la ideología de género que pone la sexualidad al servicio no del amor, sino de los instintos y del placer, incluida la corrupción de menores, habiéndose llegado en algún caso en llamar a la pederastia educación afectivo sexual interactiva y libre de tabúes. El séptimo con el robo de más de mil millones de euros a los parados, es decir gente muy necesitada (ver Dt 24,14-15; Ml 3,5; 1 Jn 3,17; Sant 5,4). Es cierto que existe la debilidad humana y el pecado también entre los creyentes, pero como dice un refrán popular: «Delante de la casa del creyente no dejes el trigo, pero ante la del no creyente, ni el trigo ni la cebada».Y en cuanto al octavo, como la Verdad objetiva no existe, tampoco la mentira. Las consecuencias las hemos visto en los regímenes ateos y totalitarios del siglo XX, nazis y comunistas, con sus más de cien millones de personas asesinadas.
P. Pedro Trevijano, sacerdote