Chicos y chicas se van acercando poco a poco a la madurez, gracias a una serie de pasos sucesivos, en los que se ven favorecidos o perjudicados según haya sido su ambiente familiar. En esta evolución primeramente la atención se dirige hacia uno mismo, después hacia los otros, buscando inicialmente la amistad con los de su sexo, después con los del otro, hasta que surge el sentimiento nuevo de estar enamorado y se escoge al que le gustaría sea un día su cónyuge. Cada uno de estos pasos tiene sus cosas bonitas, pero también sus problemas y peligros.
La afirmación de sí mismo no debe confundirse con el egoísmo y la masturbación, ni la amistad con compañeros con la homosexualidad, ni la amistad y más adelante el noviazgo con persona del otro sexo con la prostitución y el amor libre. Para ello es preciso reconocer algunos valores fundamentales. El hombre, nos enseña la Biblia, ha sido creado “a imagen y semejanza de Dios” (Gén. 1,26). Ahora bien, al enseñarnos el misterio de la Trinidad, Dios nos enseña que cada una de las personas divinas se realiza a Sí misma dándose, y que Dios es la Generosidad Absoluta, por lo que el ser humano, si quiere realizarse como persona debe estar al servicio del amor y la generosidad. Ninguno de nosotros es autosuficiente, sino que todos debemos aportar a los demás y dejarnos aportar por ellos. El hombre es un ser para los demás.
La educación se desarrolla sobre unos determinados valores, que pensamos ayudan a la construcción de la persona, dándole también capacidad de creer y entregarse al otro. Lo que se busca es el crecimiento, desarrollo y maduración del individuo, lo que se consigue cuando se piensa que la vida tiene una finalidad y hay una tarea que realizar. Para el creyente Dios es el autor de la sexualidad y no podrá ser perverso lo que ha brotado de sus manos. Además nuestra fe nos dice que existen unas normas morales que tienen en Dios su último fundamento y realizan la conexión entre la naturaleza humana y lo que debemos hacer para lograr nuestro desarrollo y perfección personal. Ésta es la línea en la que pienso debe ir toda educación digna de este nombre, y por tanto la educación sexual, lo que presupone la creencia en la capacidad del joven para optar por el bien. Hay miles y miles de libros sobre educación, pero la única receta universalmente válida para educar bien es amar. Educar es un gesto de amor que ayuda a desarrollar la personalidad para que pueda vivir su vida de la mejor manera posible.
Cambio físico y cambio psicológico son característicos de la adolescencia. La vida de éstos fluctúa entre lo que es y lo que está llamado a ser. Igualmente, sus relaciones con los demás tienden a cambiar de sentido, pues de una situación hasta entonces relativamente satisfactoria de dependencia, quiere pasar a una actitud de autonomía. Recibe todavía mucho, pero tiene que empezar a dar, a abrirse. Descubre que lo que hasta ahora constituía su universo familiar, ya no responde plenamente a sus aspiraciones. Es un momento difícil, lleno de interrogantes y de dudas sobre sí mismo y su propia identidad. Hay una conciencia de ruptura con la etapa infantil, con la apertura hacia una realidad que percibe como conflictiva. Todo lo que le rodea e incluso los propios padres son puestos en cuestión, puesto que el adolescente desea emanciparse y vivir por sí mismo, y no acepta ser totalmente dirigido o protegido, sino que quiere tomar iniciativas, tener un mundo íntimo y situarse entre los adultos como un igual, significando para él ser libre el ser responsable de sí mismo, el ser dueño de sí con todas sus consecuencias.
En este punto de su ansia de libertad hay que insistirle en que Dios también quiere que nos realicemos plenamente como personas libres, para lo que necesitamos la ayuda de su gracia, para no ser esclavizados por nuestras pasiones, pues persona libre es la que es capaz de mandar en sí misma, poniéndose al servicio del bien y del amor. Aunque parezca paradójico, la única dictadura aceptable es la dictadura de nuestra conciencia. Por ello, las normas morales hemos de verlas no tanto como lo que nos prohíbe algo, aunque sea dañino para nosotros, sino sobre todo como indicativos que enseñan a nuestra conciencia el camino que ha de seguir si queremos realizarnos como personas libres.
El adolescente debe dedicarse con empeño a construir su propia personalidad, lo que no es precisamente sencillo. Aparte del afán de amar y ser amado, hay también en ellos el anhelo de que se les estime, de que se les tome en serio, así como también los deseos de aumentar sus conocimientos y preparación, de ser útiles y buenos, de entregarse a una causa que valga la pena. Es, por tanto, muy importante motivarlo, porque cuando un adolescente o joven está motivado, es capaz de hacer maravillas. Debe aprender a hacer frente a la vida, siendo lo importante que se vaya preparando gradualmente y no esquive la cuota de sacrificio que cada paso comporta. La exigencia en el orden afectivo e intelectual ayuda a los muchachos a disciplinarse. Para ello han de esforzarse por dominar sus impulsos, a fin de poder autoafirmarse, autoafirmación que tiene mucho que ver con su vida psíquica en plena evolución y necesitada de modelos en los que poder apoyarse. Como adultos, especialmente si somos padres o docentes, hemos de ser verdaderos testigos de los valores que defendemos, pues el adolescente se descorazona y desanima cuando ve que una cosa es el decir y otra nuestro hacer.
Pedro Trevijano, sacerdote