El título del artículo es intencionado para causar el interés por su lectura. Pero ante todo creo que estamos ante un tema muy importante para el futuro de nuestra Iglesia: la religiosidad popular y, más concretamente, el mundo cofrade. Siempre será buena, muy buena, la religiosidad popular si no deriva o degenera en la secularización de la fe. Pero conviene advertir de ese peligro que, por caer en la tentación, se ha convertido en una realidad de profunda actualidad. Estudiemos el asunto:
Las hermandades, o cofradías, ya sean de penitencia, gloria o sacramentales, son entidades reconocidas por el derecho canónico. Y para su constitución se ha de recorrer un itinerario que, sobre el papel, parece ofrecer plenas garantías de que sólo serán reconocidas como tales las que, inicialmente formadas como asociaciones de fieles, estén administradas por fieles católicos con una vida sacramental y compromiso pastoral coherentes. El problema no está, por tanto, sobre el papel. No hay, pues, laguna jurídica canónica. El problema está en el fondo: los itinerarios de formación no coinciden con la formación en los itinerarios. Y me explico con ideas muy claras obtenidas de la cotidiana realidad en una gran mayoría de los casos:
- No hay vida sacramental mínima, la que exige la Iglesia a todo bautizado en uso de razón. En las juntas de gobierno de hermandades y cofradías se encuentran personas que no van a Misa los domingos ni confiesan al menos una vez al año. Es muy común encontrar parroquias donde aparecen estas personas solo en tiempo de cultos (una o dos semanas al año) para luego desaparecer hasta el año siguiente.
- No hay compromiso eclesial mínimo, lo que la Iglesia pide como normal y natural a todo bautizado en uso de razón. Se hace una curiosa separación entre «parroquia» y «hermandad». De tal modo que la respuesta a las convocatorias parroquiales es nula o mínima, y si es la hermandad quien lo hace la respuesta es muy numerosa en contraste con la parroquial. Se crea así una «Iglesia paralela» a la Iglesia real.
Naturalmente que hay una minoría de cofrades que si participan de la sacramentalidad y eclesialidad, y con notable aportación para la Iglesia. Pero el problema es que es una minoría. Y esto es indiscutible porque la estadística no engaña. En Sevilla, mi diócesis, puede haber, aproximandamente, un tercio de la población inscrita en hermandades. Y la práctica dominical se sitúa en torno al 7% de esa población. Si tenemos en cuenta que una parte de esa población practicante no está vinculada a las hermandades, obtenemos que, por lo bajo, solo una quinta parte de los cofrades son practicantes (y creo errar en esta apreciación, pues podría ser menor).
Por tanto: se ha creado un segmento de religiosidad popular muy fuerte en las formas pero con una grave debilidad en el fondo. Ello contribuye mucho a la secularización de la fe, y es porque:
- Cuando una cofradía se sabe fuerte en número de miembros, y a la vez constata que su convocatoria llena el Templo cuando no la del párroco, entonces se convierte en un «poder» que presiona a la autoridad parroquial para ser favorecida por ésta.
- De ese modo se va creando en muchos fieles la mentalidad de que «primero se es cofrade y luego católico» y no al contrario (que sería lo normal y deseable)
- Al construir una «realidad paralela» y ser ésta más fuerte en número (y formas) que la realidad realmente eclesial, no pocas parroquias se ven literalmente «secuestradas» por hermandades que se adueñan de la liturgia, de la formación y de otras áreas pastorales.....no tanto en beneficio del pueblo sino suyo en particular.
Todo lo expuesto causa una temible secularización de la fe ya que ésta queda en manos de personas que viven la fe «a su manera cofrade» y no a la manera cristiana de verdad, en un inquietante vuelco de valores y prioridades. Como consecuencia de ésto, no pocos sacerdotes han de acudir a la ayuda urgente del Obispo para sentirse avalados por la autoridad superior ante las presiones de los que se han adueñado de la comunidad parroquial para sus fines particulares.
Por todo ello, creo urgente una revisión de la FORMACIÓN que deben recibir todas aquellas personas con responsabilidades de gobierno en hermandades y cofradías, lo cual conlleva:
1ª: Recordar a los fieles laicos que gobiernan las hermandades que su tarea cristiana más importante se encuentra en su familia, su trabajo, su vida social....donde han de dar testimonio de fe ante todo. Y sólo después, o como mucho añadido a ello, su compromiso en la hermandad.
2ª: Recordar a estos fieles laicos que son representantes de la Iglesia ya que cada hermandad es una entidad de derecho canónico. Y por tanto se les exige fidelidad a esa Iglesia que representan, por lo que no deben caer en la tentación de suscitar realidades paralelas sino convergentes y unidas a la parroquia.
3ª: Recordar a estos fieles laicos que, si no están de acuerdo con las dos recomendaciones dichas, sería más coherente de su parte que constituyeran «hermandades civiles», es decir, entidades ajenas al derecho de la Iglesia, si es que no se sienten a gusto dentro de la misma.
¿Exagerado todo mi planteamiento?.....voy a traer a colación una cita de alguien a quien respeto mucho, y le tengo gran afecto, y que creo está trabajando mucho por el bien de la Iglesia. Es el Señor Presidente del Consejo de Hermandades y Cofradías de Sevilla, Don Carlos Bourrellier: «Me preocupa que las cofradías se conviertan en una afición sin Dios» (4 Julio 2013 a la prensa). Con esa frase se dice todo y en pocas palabras. Si le preocupa es porque hay un peligro latente y que ha asomado bastante la cabeza como para que la inquietud esté presente.
Hay que potenciar, y hacer crecer, la religiosidad popular, por el bien y el futuro de nuestra Iglesia. Pero que sea una religiosidad popular formada con garantías de sacramentalidad y eclesialidad, sin caer en última instancia en conformarse con las labores sociales (que puede hacer cualquier Ong) sin que éstas sean consecuencia y efecto de una coherencia católica enseñada y vivida.
Hagamos votos para que, a la respuesta de la pregunta que intitula el artículo, podamos responder: Religiosidad popular, SI, desde una fe encarnada y no secularizada.
Santiago González, sacerdote