S.S. Benedicto XVI en su Carta Apostólíca Porta Fidei, nos recordaba sus palabras en la homilía de la santa Misa de inicio del Pontificado, en las que exhortaba a la Iglesia a ponerse en camino para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos hacia la amistad con el Hijo de Dios.
Este Año de la Fe, que concluirá con la próxima solemnidad de Cristo Rey, nos exigía un tiempo de especial reflexión y redescubrimiento de la fe: para reanimarla, purificarla, confirmarla y confesarla. Reanimarla para reformar todo aquello que ha impedido nuestra fidelidad a los propósitos del inicio de nuestra conversión, purificarla para conformarla al modelo de Cristo, confirmarla para fortalecer nuestra voluntad en el obrar cotidiano – «cuando estáis en la calle y que no debéis olvidar ni cuando coméis» (Porta Fidei, 9), y confesarla para que nos transforme y nos permita hacer resplandecer las Palabras de verdad y vida que Nuestro Señor desea sembrar en el corazón del hombre para que den fruto. Esta tarea evangelizadora urge cuando contemplamos nuestras parroquias vacías y carentes de esa vida de comunidad que debe garantizar un futuro esperanzador para la vida de la Iglesia local.
Reflexionando sobre la meditación de lo que el Espíritu dice a las Iglesias, en el libro del Apocalipsis, podemos encontrar el punto de partida para iniciar esta labor de apostolado seglar. El breve comentario del Cardenal Van Thuan, durante los ejercicios espirituales impartidos a la Curia del Vaticano en el Año Jubilar, refiriendo las palabras de Cristo Resucitado como un balance de la vida de las siete Iglesias de Asia Menor y comunicando el mensaje que debe purificar la vida de sus comunidades, puede orientarnos para discernir nuestra situación. Una breve reseña bastará para establecer la idea: Éfeso, una Iglesia que debe volver a su conducta primera; Pérgamo, en un ambiente difícil está en tolerancia con la idolatría; Tiátira, operante y activa pero ha perdido su integridad; Sardes, una Iglesia que duerme, está a punto de morir; Laodicea, tibia, de conducta ni fría ni caliente, mediocre; Esmirna, Iglesia perseguida y pobre; y Filadelfia, pequeña y fiel. El Señor llama a la conversión especialmente a las que se encuentran alejadas y se encuentran en el peligro de quedar estancadas en sus debilidades.
Diagnosticada la enfermedad, podremos intentar poner aquellos remedios que nos ofrecen quienes por propia experiencia han recogido los frutos de esta labor. En las conferencias ofrecidas por Monseñor Dominique Rey, obispo de la diócesis de Fréjus-Toulon, Francia, durante el Congreso sobre Nueva Evangelización celebrado en Manresa (Barcelona), abundan todo tipo de reflexiones que pueden permitirnos iniciar el camino con un sólido fundamento. En su exposición podemos identificar una palabra clave: conversión. Personalmente quisiera destacar el cuarto punto relativo a los elementos indispensables que favorecen el crecimiento misionero de la Iglesia: El primado de la gracia – «Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los albañiles» Sal 127,1 -.No perder de vista que es una Obra de Dios y nosotros meros instrumentos. Que le hemos elegido y nos hemos ofrecido para hacer su voluntad.
El pasado día 6 de noviembre celebramos la memoria de los Mártires españoles del siglo XX. Ellos nos enseñaron el camino para morir por Cristo y por su Iglesia. Como enseña Monseñor Van Tuan, de ellos recibimos una herencia que debemos abrazar y escoger en la vida del día a día, en las pequeñas y grandes dificultades viviendo por la Iglesia. Una herencia que nos estimula hacia una vida llena de amor, de mansedumbre y de fidelidad bajo el signo de la cruz y de la Resurrección.
Fernando García Pallán