Hacía muchos años que no se hablaba en público en Santander de las apariciones de Garabandal, según me dijeron. Pero nada de esto me importó para viajar a esa ciudad hace unos días, para presentar el libro de Santiago Lanús, Madre de Dios y Madre Nuestra. Fátima, Ámsterdan y Garabandal de la editorial San Román, de cuyo prólogo soy autor. Acepté escribir ese prólogo y acudir a la presentación de Santander, porque el libro es de lo mejor que se ha escrito sobre apariciones marianas. La presentación tuvo lugar en uno de los centros culturales más importantes de la capital cántabra, el Ateneo de Santander, donde acudió mucha gente y se expusieron ideas muy importantes en la hora y media que duró el acto.
Al comienzo de mi intervención justifiqué y describí el sentido histórico de las apariciones marianas durante la Edad Contemporánea. Si Dios es el Señor de la Historia, como afirmara el beato Juan Pablo II, no puede permitir que su Madre desentone en el curso de la Historia. Por lo tanto sus apariciones, además de la finalidad religiosa, también han de tener un sentido histórico, porque ni Dios ni la Virgen María hacen cosas raras ni vanas. Por ese motivo, cuando comienza la Edad Contemporánea con la Revolución Francesa (1789), la Virgen María se aparece de manera diferente a como lo ha hecho hasta entonces. Desde hace dos siglos ha bajado del Cielo en múltiples ocasiones, no tanto para comunicar algo a un vidente de modo particular, sino más bien para utilizar a esos videntes como intermediarios para transmitir mensajes a todos sus hijos. De manera que en cierto modo se podría afirmar que durante los siglos XIX XX y lo que va del actual la Virgen María se nos está «apareciendo» a todos nosotros.
Con un ejemplo se entenderá. Por gracias especiales, la Virgen María les hizo comprender a los tres pastorcitos de Fátima realidades que requieren una reflexión muy profunda, pero sin embargo transmitieron algún mensaje que aquellas criaturas de una aldea perdida de Portugal no sabían lo que significaba. Cuando después de uno de los éxtasis en los que hablaron con la Señora, comentaron entre ellos lo que la Virgen las había dicho, que Rusia extendería sus errores por el mundo, Francisco sentenció que la Virgen se debía referir a la burra del tío Joaquín que se llamaba «rusa», a lo que respondió la mayor de los tres, Lucía, afirmando que Rusia debía ser el nombre de una mujer muy mala. Si la Virgen les hubiera querido aclarar lo que era Rusia, lo hubiera hecho. De momento era suficiente adelantarse maternalmente a prevenirnos de algo en esas fechas inimaginable, pues Rusia era una nación decrépita, gobernada por la corrupta administración de los zares, con poca influencia internacional y en la que todavía no había triunfado la revolución comunista. Era comprensible por lo tanto que aquellos tres niños ni les sonara la palabra Rusia.
¿Y de que errores de Rusia nos quiso prevenir la Virgen de Fátima? Sin duda de los errores del comunismo, la mayor tiranía del siglo XX que más vidas ha segado, después de las leyes abortistas del siglo anterior y el actual. Pero siendo graves las consecuencias de ese régimen totalitario como es la falta de libertad o la ausencia del Derecho en las relaciones humanas, todo eso solo son las consecuencias de una causa fundamental: el ateismo. En efecto, el ateismo es la fuerza motriz que da vida y sostiene al marxismo. Y esto es exactamente lo que dice la doctrina marxista en Filosofía del derecho, tomando prestada de Feuerbach una de sus tesis: «La crítica de la religión tiene su meta en la doctrina de que el hombre es para el hombre el ser supremo».
Y ese es el error sobre el que se ha construido la mayor parte de nuestra cultura y de los sistemas políticos, error letal del que nos previno la Virgen de Fátima. Y digo que es y no ha sido, porque entre los cascotes del derrumbado muro de Berlín sigue brotando esa planta venenosa. La meta última del marxismo no era tanto acabar con las injusticias sociales como implantar el paraíso celestial en esta tierra, abrir los ojos de las alienadas gentes para que vieran que todo se debe resolver de tejas para abajo, porque según el marxismo «la religión es el opio del pueblo».
¿Y qué pretende la ideología liberal-progresista? Pues en lo fundamental lo mismo que el marxismo, aunque por distinto método. Pues si el marxismo propone que el progreso y el avance histórico se produce de un modo dialéctico, mediante el enfrentamiento y la lucha de clases, la ideología liberal-progresista pretende implantar un materialismo radical en paz y armonía, que de eso se encarga una mano invisible que todo lo arregla. Comunistas y liberales son tan sectarios como crédulos y en el punto fundamental intercambiables, y esto explica la facilidad con que se han producido muchas conversiones de antiguos comunistas en actuales liberales. Por no citar a nuestros carpetovetónicos liberales, antes comunistas, me referiré como prototipo a Angela Merkel, comunista con el mejor pedigrí, como el que se despachaba en la Alemania del Este donde ella vivó…, y ahí la tienen ahora tan democratacristiana ella.
Pues bien el libro de Santiago Lanús descubre las muchas líneas de continuidad que hay de Fátima a Grabandal, porque al ser la misma Virgen la que se aparece no se puede contradecir. Desde luego que no se contradice, pero tampoco se repite porque su cuidado maternal siempre sale al paso, cuando los hombres nos damos maña de buscar nuevas maneras de alejarnos de Dios. Y es en este punto, la proclamación de la autonomía del hombre, donde detecto una clarísima continuidad entre Fátima y Garabandal.
Proponer como hace el marxismo y la ideología liberal-progresista la autonomía del hombre, que el hombre para el hombre es el ser supremo, y que por lo tanto hay que construir la sociedad sin contar con Dios, es un grave error que ha preñado de sufrimiento la historia de la Humanidad durante los últimos cien años. Pero la Virgen en Garabandal viene a prevenirnos de un problema todavía mayor como es el cáncer del modernismo dentro de la Iglesia, que consiste en sustituir la doctrina de Jesucristo como cimiento de la Iglesia, por los criterios humanos, una vez que se proclama la autonomía del hombre como la fuente doctrinal y moral, llamada sustituir el depósito de la fe.
El modernismo a lo sumo, le concede a Jesucristo capacidad para fundamentar la Iglesia hasta el siglo XX, porque a partir de ese momento, la propuesta modernista de un puñado de clérigos consiste en que deben ser nuestros criterios los pilares que sustenten la salvación. En definitiva, los modernistas se proponen construir la Iglesia sobre el pecado contra el Espíritu Santo, por lo que San Pío X cuando lo condenó se refirió al modernismo como el conjunto de todas las herejías.
Ahora bien, que San Pío X hiciera un diagnóstico certero de la enfermedad que aquejaba a la Iglesia en modo alguno puede interpretarse como que durante su pontificado al paciente ya se le podía dar de alta. Ciertamente que la estrategia de los primeros modernistas no fue de lo más eficaz para atraer a un gran número de seguidores. Proponer que se debía vivir al margen del magisterio y ser autónomo para que cada uno pudiera decidir las verdades de fe, que se podían cambiar para estar en consonancia con la ciencia moderna, no tuvo suficiente tirón social a principios del siglo XX. Pero tras décadas de letargo, que algunos interpretaron equivocadamente como su muerte definitiva, despertaron los modernistas y tuvieron un éxito sin precedentes, tras publicar Pablo VI (1963-1978) la Humanae vitae (25-VII-1968); a partir de este momento sí que hubo y sigue habiendo muchos católicos partidarios de reivindicar su autonomía, para que, al margen de la moral de la Iglesia Católica, cada uno pueda decidir lo que está bien y lo que está mal en el lecho conyugal. La cuestión es que el depósito de la fe y la moral es indivisible y se empieza rechazando la Humanae vitae y se acaba dando la espalda a todo el magisterio de la Iglesia.
Cuando pocos años antes de publicarse la Humanae vitae se nos advierte en Garabandal de que muchos cardenales, obispos y sacerdotes van por el camino de la perdición, y llevan tras de sí a muchas almas, sencillamente se nos pone en guardia de que el virus del modernismo está a punto de dar el salto desde los ámbitos clericales, donde se gestó, para invadir al pueblo fiel. El triunfo del modernismo ha exigido la corrupción de la familia cristiana, de manera que si queremos enderezar lo torcido, no queda otro remedio que desandar el mal camino andado. En efecto si lo que me propongo es ir de Madrid a Barcelona, y de repente me encuentro en Cáceres, no queda otra si quiero llegar a mi destino que volver a Madrid y coger la carretera buena, porque de seguir andando por la carretera equivoca cada vez me alejaré más de mi destino.
Por eso es tan importante el mensaje de Garabandal, porque en su cumplimiento nos va la supervivencia y así evitar que rebose sobre el mundo la copa del mal. No hay más remedio que desandar el trecho mal andado; si queremos vencer al modernismo necesariamente hay que recuperar el sentido cristiano de la familia. Y para ello hay que ser muy claros y muy valientes para proclamar justo los principios contrarios al modernismo, que aniquilan la familia. Hay que volver a predicar y a vivir la familia indisoluble de uno con una hasta la muerte, y por supuesto abierta a la vida, sin adulterar mediante artilugios y píldoras la paternidad responsable en paternidad confortable.
Javier Paredes
Publicado originalmente en el Diario Ya