El magnífico discurso con que el cardenal Rouco inauguró la Plenaria del episcopado quizá no sirva más que para dejar constancia de la disposición al diálogo que tiene la Iglesia católica. No es poco, pero es insuficiente. Porque por mucho que la Iglesia tenga la mano extendida, no se producirá encuentro si el Gobierno no hace lo propio con la suya. Y no parece decidido a hacerlo, quizá porque considera que le rinde más políticamente mantener el enfrentamiento artificial con la Iglesia que llevarse bien con ella. Sólo así se puede explicar lo que ha pasado en las últimas semanas a propósito de la placa de santa Maravillas que el PSOE decidió no colocar en su casa natal, o de la retirada de crucifijos de los colegios.
Si en vez de tratarse de una religiosa hubiera sido una prostituta que hubiera servido de inspiración a un literato para escribir una obra procaz, seguro que los socialistas habrían sido los primeros en pedir no sólo la placa, sino un monumento; si en vez de ser una cruz lo que hay que quitar de una pared hubiera sido la media luna islámica, otro hubiera sido el comportamiento de jueces y gobernantes. Rouco pedía en su discurso volver al espíritu de la transición; es imposible y no porque la Iglesia no quiera, sino porque en la transición la izquierda no gobernaba; para ésta, el diálogo es un medio para llegar a un fin: el poder; una vez alcanzado, ya se pueden quitar la careta.
Santiago Martín, sacerdote