Otros habiendo estudiado teología por correspondencia en la Universidad de la Vida, lo resuelven todo proponiendo: hagamos una sopa con todos los ingredientes. Sus estómagos lo aguantan todo: sopa, puré, salchichas de dudosa composición y más oscura procedencia, todo.
Yo estoy de acuerdo con los rabinos de venerables barbas y con los popes ortodoxos de largos cabellos, y con Santo Tomás de Aquino y con John Henry Newman: la religión es tradición. Si uno quiere ser revolucionario, para eso que se vaya a la Revolución Francesa.
A mí, cuando me como un filete, me gusta identificar la carne. No me gusta meterme en la boca cosas que no sé qué son. Diréis que sois raro y escrupuloso. Pero he oído historias muy feas acerca de la carne de las salchichas.
Las salchichas, incluso las teológicas, sólo les gustan a los reclutas. Como me decía un sargento de cocina cuando hice yo la mili como capellán: Si quieres que el soldado esté feliz, dale hamburguesas y huevos fritos.
Pulula mucho recluta de la religión. Pero a los seguidores de este blog, les gusta la religión pura. Son exigentes. Me descubren cada fallo de ortografía y saben distinguir el solomillo argentino del filete duro como una suela.
A los lectores de mis pobres posts, les gusta el agua clara. No se les puede dar gato por liebre. Ecumenismo sí, sincretismo no, abrazos sí, modernismo no, Bergoglio sí, Forcades no. Es decir, a la hora de sentarse a la mesa, el menú progresista de Burger King, no.
Artículo publicado originalmente en el Blog del Padre Fortea