Con unos cuantos años menos , inicié la lectura «Qué hace y qué dice el Corazón de Jesús en el Sagrario», del beato Manuel González García. He querido hoy retomar alguna de sus páginas para ordenar cuatro ideas a propósito de un hecho que me sucedió ayer domingo cuando asistí a Misa.
Dice el beato Obispo en el cuarto capítulo de su introducción: «¡Está tan callado y tan quieto el Señor en el Sagrario que parece que en él no pide otro homenaje que el de nuestra adoración en silencio!
Qué contraste de actitud, entre esta piadosa observación y la realidad de nuestras Iglesias. Una triste realidad que consiste en oír por aquí o por allá, comentarios de los feligreses mientras esperan que se inicie la Santa Misa. No es la primera vez que presencio la escena al entrar en el Templo, pero lo de ayer superó mi capacidad de tolerancia y no pude contenerme, así que me acerqué a los contertulios pidiéndoles el necesario silencio.
Sobre esta cuestión, recuerdo vivamente, la recomendación que nuestro director espiritual, el P. José Mª Alba, nos hacía por activa y por pasiva sobre el silencio que debemos observar cuando estamos en lugares sagrados, particularmente en la iglesia. En cierta ocasión que visitamos el Vaticano con la Asociación Juvenil que dirigía, nos llamó la atención, a un amigo y a un servidor, por estar cuchicheando dentro de la basílica de San Pedro cuando nos hacíamos unas fotos para inmortalizar el momento. Nos comentó, que esa falta de compostura. era más propia del turista profano; que a los cristianos se nos debía distinguir especialmente por nuestro silencio en el Templo. Por nuestro uniforme, no creo que nadie nos confundiera con un turista al uso.
Volviendo al caso particular de ayer, quisiera aprovechar para puntualizar alguna observación sobre lo que sucedió a continuación de mi «intervención». De los cuatro contertulios - dos matrimonios, sentados dos delante y dos detrás en bancos diferentes y compartiendo como si estuvieran tomando una cañas en el bar de la esquina-, uno de ellos muy amablemente me contestó que atendería a mi ruego, los otros extrañados, continuaron su charla por unos momentos, hasta que el silencio de mi interlocutor hizo su efecto y tomaron ejemplo. Al poco rato, los pequeños murmullos de otros corrillos desaparecieron y el silencio recibió al sacerdote para iniciar el Santo Sacrificio.
Se analiza reiteradamente el proceso de descristianización rampante que vivimos en la Iglesia. Yo creo que esa indiferencia, que ha se enquistado en el proceder de los cristianos cuando estamos en presencia de Jesús Sacramentado, es uno de los motivos que tiene su peso específico en esta triste realidad. Vivamos esos momentos de silencio, adorando su Divina presencia, escuchando lo que el Señor nos quiere decir en estos tiempos difíciles para el bien de nuestras almas y de la Iglesia.
Sirvan de colofón, para esta pequeña reflexión , las palabras que el beato Marcelo dictó para la inscripción sepulcral que preside sus restos en la capilla del Santísimo, de la Catedral de Palencia:
«Pido ser enterrado junto a un Sagrario,
para que mis huesos, después de muerto,
como mi lengua y mi pluma en vida, estén siempre diciendo a los que pasen:
¡Ahí está Jesús! ¡Ahí está! ¡No lo dejéis abandonado!»
Fernando García Pallán