La monja benedictina Teresa Forcades y el ex presidente de Justicia y Paz, economista y persona muy comprometida con las reivindicaciones de justicia social Arcadi Oliveres han tomado la decisión conjunta de entrar en política a partir de un movimiento social que debería presentar una candidatura unitaria. Hasta aquí los hechos.
Los dos son personas que gozan de un excelente nivel de popularidad, al menos en Cataluña y también más allá de ella. Mi opinión personal es que considero que su decisión es buena porque puede representar una renovación de todo un sector de la política. El reto lo tienen en su capacidad de traducir sus críticas en un proyecto, económico sobre todo, concreto. La aportación de Oliveres, en este sentido, creo que puede ser muy interesante. Mucho más escéptico me muestro con la monja Forcades, chavista empedernida en un país que carece de petróleo y con soluciones económicas un mucho verbeneras, como cuando presenta como modelo la pequeña actividad que realiza su monasterio sin contemplar que su comunidad no vive de esta actividad económica, sino que lo hace en gran medida a través de las aportaciones y rentas exteriores que recibe. Si la pequeña producción de bienes y servicios tuviera que mantenerlas hace tiempo que hubieran desaparecido.
También incurren en riesgos, obviamente. La política es un territorio especialmente duro, desalmado. La primera cuestión será demostrar que van a participar dándole precisamente alma y contenido de respeto cristiano hacia los demás, pero quizás el principal riesgo que tienen es quedar fagocitados por este inmenso agujero negro que es la política de hoy.
Dicho todo esto, debo añadir que hay una cuestión fundamental desde la que deseo alzar con modestia mi voz. Se trata de lo siguiente: un sacerdote, un monje, no puede entrar en la política de partidos, y una monja no puede ser una excepción por muy Forcades que se llame y por el hecho de que hasta ahora haya dicho y llevado a cabo lo que se le haya pasado por el gorro sin que su comunidad dijera nunca esta boca es mía; lo cual sin duda, y ahora se ve, constituye un precedente poco afortunado que precisamente no pasará como un acierto a la historia de tan ilustre congregación religiosa. Un religioso o una religiosa no pueden participar en el juego de los partidos. Si así desean hacerlo, porque en conciencia consideran que es absolutamente necesario, el camino es su secularización, no hay vuelta de hoja. La prohibición es evidente, es total y no admite excepciones. Y la razón de ello es obvia: no puede crearse la confusión de que en alguna manera la Iglesia está presente a través de esa persona en aquella opción política. No podemos asumir una acción de Forcades por el hecho de declararse de la postizquierda si no lo aceptaríamos por parte de una monja actuando en el otro sentido del espectro político. Ya existe suficiente división en el seno de la Iglesia por razones muy distintas, muchas más ligadas a personalismos y a otros motivos -y Forcades también pertenece a este grupo porque su ego está inconmensurablemente desarrollado-, como para que vayamos a vivirla más ahora con banderas de partidos.
La Iglesia está por encima del conflicto político secular. Su mensaje y actuación directa, social y económica, guiada por su Doctrina Social, puede ser todo lo contundente que se quiera y en las actuales circunstancias lo ha de ser y mucho. Pero esto es una cosa y otra muy distinta es sentar el precedente de que alguien se pueda envolver con la bandera de un partido político y presentarse a las elecciones siendo monja. A ver si ahora vamos a descubrir una especie de nacionalcatolicismo político pero de izquierdas. Quienes han de hacer política de partido son los laicos, los hombres y mujeres que para eso están. La tarea de las monjas, de los monjes, de los sacerdotes, es muy distinta. O Forcades se seculariza por voluntad propia, o la secularizan, o el precedente a escala española y europea será absolutamente impresentable, porque va mucho más allá de un territorio concreto, de un pequeño grupo político, y afecta a toda la congregación benedictina y por extensión a toda la Iglesia.
Josep Miró i Ardèvol, presidente de E-Cristians y miembro del Consejo Pontificio para los Laicos
Publicado originalmente en Forum Libertas