La religión cristiana, heredera cualificada de la fe judía en el Dios YHWH, tiene una característica que la hace única en el mundo de las religiones: la fe en Cristo Jesús con su doble naturaleza, divina por ser Hijo de Dios Padre y humana por ser hijo virginal de María. A primera vista este doble origen de Jesús podría ser atribuido a algún mito de las culturas ancestrales o de las mitologías griegas o egipcias, que describen uniones de dioses con personas humanas, pero tiene argumentos históricos y teológicos.
Ha habido detractores de Jesús que han negado su naturaleza humana, pero no han podido refutar las evidencias de los evangelios canónicos y de otros documentos históricos que atestiguan sin lugar a dudas la existencia real de Jesús en la tierra.
Más controversial ha sido y sigue siendo la naturaleza divina de Jesús. De hecho el Sanedrín, autoridad religiosa del pueblo judío, le condenó por declarar que era el «Hijo de Dios», con aquellas lacónicas palabras: «Ha blasfemado. Reo es de muerte» (Mt 26, 64-66). Para la religión judía que profesa la fe en un único Dios personal, es una blasfemia admitir a otro ser con naturaleza divina.
Jesús, conocedor de ese monoteísmo rígido, se esforzó por probar ante el pueblo que Él era el Hijo de Dios, arguyendo cómo las Sagradas Escrituras prefiguraban un monoteísmo abierto al Mesías y además realizó señales milagrosas que acreditaban su identidad divina. El Evangelio de San Juan centra gran parte de su exposición en esa polémica entre Jesús y las autoridades religiosas. Pero éstas por ceguera espiritual y perversión moral se negaron a reconocerle, atribuyendo incluso al mismo Satanás las curaciones y expulsiones de demonios realizadas por Jesús (Mt 12, 22-32).
Por ello el Señor centró la prueba definitiva de su divinidad en su resurrección de entre los muertos, que no iba a ser temporal, cómo la resurrección de Lázaro, sino definitiva y eterna. San Pablo, educado en la escuela rabínica y después convertido a la fe cristiana, entendió perfectamente ese desafío de Jesús y lo expresó con esta lacónica frase: «Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe (1 Co 15, 15, 14).
Las autoridades judías, conocedoras de que Jesús había predicho su propia resurrección a los tres días, exigieron a Pilato, el Procurador romano, poner una guardia a la entrada del sepulcro, para evitar el robo fraudulento del cadáver, a lo que Pilato accedió (Mt 26, 62-66). Al tercer día, de madrugada hubo un gran terremoto y la piedra del sepulcro se removió, dejando abierta la entrada. Algunas discípulas de Jesús, que habían ido a embalsamar el cadáver, fueron las primeras en comprobar que el sepulcro estaba vacío e incluso tuvieron una aparición del Señor resucitado, aunque su testimonio, por ser mujeres, no fue creído por el grupo de los apóstoles (Mt 28, 1-8).
Sin embargo dos de ellos, Pedro y Juan, corrieron al sepulcro y éste último al ver vacía la tumba y desinflada la sábana doble que envolvía el cuerpo de Jesús y plegado el sudario que le cubría la cabeza, creyó en la palabra de Jesús que había predicho que resucitaría al tercer día según la Escritura (Jn, 20, 9). Por eso Juan es el modelo del creyente por encima de los demás discípulos que necesitaron de la aparición del Señor resucitado e incluso uno de ellos, Tomás, exigió meter su mano en el costado abierto de Jesús para convencerse de que era el mismo que fue traspasado por la lanza del soldado romano (Jn 20, 27-28).
Hoy en día sigue habiendo muchas personas incrédulas que niegan rotundamente la posibilidad de la resurrección de Jesús y califican esa creencia como fanática o al menos improbada. Sin embargo la providencia divina ha permitido el conocimiento científico de un testimonio histórico que viene a apoyar la verdad de la resurrección de Jesús. Se trata de la sábana doble que envolvió el cuerpo de Jesús y cuya autenticidad de ser la misma que envolvió el cadáver de Jesús es cada vez más contundente para los peritos forenses, médicos y científicos, que la han examinado sin prejuicios ideológicos.
Nuevos descubrimientos vienen, además, a confirmar que en la Sábana Santa hay indicios probatorios de la resurrección. Uno de los últimos experimentos realizados explica que la particularidad de la imagen original reside en la «profundidad de la coloración», que fue impresa «de modo muy superficial, únicamente en los estratos más externos del tejido». «La imagen de la Sábana Santa se parecía a las que realizan algunas industrias textiles a través del láser». Serían impulsos de luz ultravioleta extremadamente breves pero muy intensos (ACI/Europa Press, 2010, mayo 06.). Consideramos que constituye un argumento científico de la existencia de una energía, proveniente de la Rúaj Santa, que reavivó el cuerpo de Jesús resucitado y confirmaría su proclamación de ser Hijo de Dios.
P. Miguel Manzanera, sj