La opción de la Iglesia por los débiles es bien clara. Sin embargo, ya no lo parece tanto y eso se debe a que hay dos tipos de "débiles" y a que ambos están enfrentados. Unos lo están mucho y otros lo están muchísimo más. Por ejemplo, el niño enfermo que necesitaba que su hermano le diera un apoyo médico para sobrevivir; es un caso claro de debilidad que conmueve; ¿quién podría negarse a darle esa ayuda? La Iglesia, concluye, airada, la mayoría. La Iglesia, traicionera al mandamiento del amor que le impuso su fundador.
Lo que pasa es que, si bien ese niño es una muestra de debilidad, hay otros que merecen el calificativo de "súperdébiles": aquellos hermanitos suyos que han sido creados en el laboratorio y que han sido asesinados -porque de eso se trata- simplemente porque no tenían las condiciones genéticas necesarias para ayudar al hermanito enfermo. Otro ejemplo es el de las madres que abortan -siempre mujeres que sufren- enfrentadas con sus hijos no deseados, a los que condenan a muerte.
Nos obligan a elegir entre víctimas y no es justo. Y no lo es porque, en el fondo, es una opción farisaica. Siempre se puede elegir un camino que ayude a los dos tipos de víctimas; por ejemplo, en el caso del aborto, la cesión en adopción del niño no deseado. Pero eso no está de moda y ahí estamos nosotros, enfrentándonos a la moda y diciendo que estamos con todas las víctimas y, sobre todo, con las más débiles de entre ellas. La Razón
Santiago Martín, sacerdote