1.- La Escuela Católica del siglo XXI: estado de la cuestión
Con motivo del inicio del Año de la fe, Benedicto XVI vinculaba la crisis de la fe en Occidente con la crisis del matrimonio y de la familia. Y qué duda cabe de que así es. Y esa crisis de fe y esa crisis de la familia están íntimamente ligadas a la crisis de la escuela católica.
En los últimos treinta años, los colegios católicos – con las excepciones que ustedes quieran – han seguido un proceso imparable de mundanización. Se ha considerado que las escuelas católicas serían más atractivas para sus potenciales clientes cuanto más se adaptaran a la mentalidad y a las costumbres del mundo y, para ello, no han dudado en desertar a toda prisa de la tradición de la Iglesia. Eso de centrar el proceso educativo en Dios resulta «carca» y «fascista» y nos retrotrae al nacionalcatolicismo, origen de todos los males, como todo el mundo sabe. En cambio, una educación basada en el «humanismo cristiano»(expresión socorrida donde las haya, tópico en el que fundan sus valores la inmensa mayoría de los «proyectos educativos» católicos e, incluso, muchos colegios laicos), una escuela católica liberal,construida sobre la centralidad del hombre, de la razón y de los valores humanitarios universales (los derechos humanos, la paz, la solidaridad…), resulta progresista y mucho más atractiva para la mentalidad democrática y burguesa que exigen los nuevos tiempos, dejando el orden sobrenatural relegado a un segundo plano absolutamente insignificante. Ya no se puede hablar de que exista una religión verdadera, porque eso resulta «intolerante» con quienes profesan otras confesiones que son igualmente respetables y verdaderas (o al menos tan verdaderas o tan falsas como la religión cristiana). Ya no hay civilización ni barbarie, porque todas las culturas tienen igual valor desde una mentalidad multicultural, progresista y democrática: lo mismo vale la cultura de las tribus amazónicas que la Occidental, que siempre ha intentado imponer su superioridad al resto del mundo – la muy canalla – por su condición de «imperialista, colonialista y opresora».
Perdónenme el sarcasmo, pero lo que quiero demostrar, en definitiva, es que, en esta educación fundada sobre el «humanismo cristiano», lo sustantivo es la centralidad del hombre y lo adjetivo y secundario, su condición de «cristiana»,que deviene en algo accesorio, marginal y poco o nada significativo en la vida de cualquiera de estos colegios. El carácter cristiano de nuestros colegios se ha convertido en un ligero barniz que queda bien ante un público burgués liberal, siempre y cuando no se note demasiado ni exija mayores compromisos.
Si seguimos por este camino, la escuela católica seguirá siendo responsable directa – no exclusiva, pero sí directamente responsable – del proceso de apostasía clamorosa (algunos dicen que «silenciosa») que vivimos en España y en el conjunto del Occidente otrora cristiano.
Por sus obras los conoceréis. Los resultados de las escuelas católicas en las últimas décadas no pueden ser más desoladores. ¿Cuántas vocaciones a la vida consagrada o al sacerdocio han surgido de nuestros colegios en estos últimos veinte o treinta años? ¿Cuántos chicos han salido de nuestras escuelas con dieciocho años, y después de diez o doce años en nuestros centros educativos, con verdadera fe? ¿Cuántos de estos chicos van a misa o se comprometen en cualquiera de las múltiples asociaciones o movimientos seglares de la Iglesia? La respuesta la conoce perfectamente cualquiera: la mayoría de nuestros alumnos salen del colegio católico como perfectos ateos, agnósticos o simplemente indiferentes ante todo lo que tenga que ver con la religión o con la Iglesia.Algunos creen en la reencarnación, otros en el espiritismo o en cualquier otra estupidez ocultista y esotérica. Pero católicos, pocos: muy pocos. Y esos pocos jóvenes que siguen siendo católicos y siguen yendo a misa los domingos y confesándose con cierta regularidad después de pasar por nuestras aulas, lo son más por mérito de sus padres que por la acción evangelizadora, misionera o pastoral de los colegios. Verdad es que la culpa del alejamiento o de la falta de fe de los niños y jóvenes tampoco se puede atribuir exclusivamente a las escuelas católicas: la responsabilidad fundamental es de los padres, que han dejado de transmitir la fe a sus hijos, porque ellos mismos la han perdido o porque nunca la han tenido. Y nadie puede daraquello de lo que carece.
2.- Fines y objetivos de la «nueva escuela católica»
Si queremos que los centros educativos católicos contribuyan con su labor al esfuerzo que el Santo Padre nos pide llevar a cabo para la nueva evangelización, debemos poner en marcha un profundo proceso de reflexión y de renovación de los colegios católicos. Hace falta una nueva escuela católica que esté al servicio de la transmisión de la fe; un escuela católica, centrada en Cristo, que contribuya al crecimiento armónico de la vida intelectual y espiritual de nuestros niños y jóvenes. La escuela católica debe tener presente a Cristo como Rey y Señor. En nuestros colegios, debemos trabajar con ahínco por la salvación de las almas de nuestros alumnos, con una visión de la vida trascendente y sobrenatural; y la escuela también debe ser un espacio de salvación para los padres y para los propios profesores implicados en la labor docente. En nuestras escuelas, debemos educara a los jóvenes para que se comprometan en la batalla contra el diablo, padre de la mentira. Y en ese combate debemos enseñarles a luchar con la Verdad, que se adquiere con el estudio y con la oración. En esta nueva escuela católica, debemos trabajar para que de ella salgan jóvenes arraigados en Cristo, firmes en la fe y en comunión con la Santa Madre Iglesia.
Frente a una escuela liberal inmanentista que prescinde de Dios y de cualquier visión trascendente de la vida, debemos educar a los niños y jóvenes en la fe en Jesucristo, muerto en la Cruz para nuestra redención, y resucitado. Debemos transmitirles a los niños el Amor que Dios les tiene: que el Señor les ha dado la vida por amor para que sean felices amando a los demás; que venimos de Dios, vivimos en Dios y caminamos hacia el encuentro definitivo con Dios.
Frente a la cultura nihilista imperante, que empuja a los jóvenes hacia la adoración idolátrica de un vitalismo dionisíaco, para dejarlos luego al borde del abismo de una vida vacía y sin sentido, debemos transmitirles a esos jóvenes la alegría y la esperanza que brotan al poner toda nuestra confianza en Jesucristo, único camino verdadero hacia una vida plena y feliz.
Frente al hedonismo que identifica la felicidad con la búsqueda frenética del placer, debemos enseñar a los jóvenes la felicidad verdadera que procede de la renuncia a uno mismo y de la entrega generosa a los demás desde la caridad, que nace de la comunión profunda con Dios.
En definitiva, la escuela católica que la Iglesia necesita para volver a evangelizar a nuestra descristianizada Europa debe propiciar el encuentro personal de los niños y jóvenes con Cristo para que de ese modo, puedan escuchar su llamada y discernir la voluntad de Dios en sus vidas. Debemos formar hombres y mujeres dispuestos a combatir contra el mal y contra la cultura de la muerte; hombres y mujeres que opten por la bandera de Cristo Rey y se dispongan a poner sus talentos al servicio de Dios y de su Iglesia; hombres y mujeres dispuestos a ser testigos de Cristo en la vida pública, en medio de un mundo hostil que rechaza la Verdad de la Cruz de Cristo y que quiere acabar con cualquier rastro de Dios en nuestra sociedad. Necesitamos educar a hombres y mujeres que sean luz en medio de tantas tinieblas; hombres y mujeres dispuestos a obedecer a Dios antes que a los hombres; personas plenas que proclamen con su palabra y con sus obrasla Verdad, que es Cristo, en medio de una sociedad que no acepta más verdad que la de un cientifismo materialista y ateo que nos promete un falso paraíso en la tierra mientras nos condena a la desesperación de la muerte y de la nada.
3.- Medios que precisa la Escuela Católica
3.1. Profesores creyentes en la verdadera fe de la Iglesia
En primer lugar, para transmitir la fe hace falta una comunidad de creyentes. Necesitamos profesores que sean verdaderos educadores católicos y que vivan su fe con autenticidad. El claustro de profesores de un colegio católico debe constituirse en verdadera comunidad de fe que se une en torno a Cristo para cumplir la misión que la Iglesia les encomienda: conducir a los niños a Cristo para procurar la salvación de sus almas. Hacen falta profesores militantemente creyentes y que sean además buenos profesionales en sus respectivas materias. De poco sirve un profesor que tenga mucha fe si no domina su materia ni es capaz de explicarla adecuadamente a sus alumnos. Pero también sobran los doctos maestros que carecen de la fe necesaria para que con su palabra y sus obras puedan transmitir la Verdad de Cristo a sus alumnos. El profesor debe enseñar desde el diálogo y la comunión entre fe y razón.
Los profesores deben celebrar juntos su fe en comunidad y compartir de manera frecuente la oración y el encuentro con el Señor en la Eucaristía. Si los sarmientos no están firmemente unidos a la Vid Verdadera, no podrán dar fruto. Se deben fomentar los momentos de retiro y la participación del profesorado en Ejercicios Espirituales. La comunidad de profesores debe fomentar el sentido de familia y de comunidad cristiana, invitando a los maridos y esposas de los maestros a compartir la fe todos juntos dentro de una comunidad que vive su trabajo como un auténtico ministerio al que son enviados por Cristo y por la Iglesia.
El maestro de una escuela católica debe ser ejemplo de vida intachable en coherencia con la fe que profesa y con los principios morales de la Iglesia. Y como signo de esa fe, deberíamos proclamar públicamente nuestra adhesión al Credo de la Iglesia y jurar fidelidad al magisterio y a la tradición de la Santa Madre Iglesia y al Romano Pontífice, sucesor de Pedro.
3.2. Vinculación con las Parroquias
El Colegio Católico no debe ser una isla al margen de la comunidad parroquial, sino que, muy al contrario, debe ser un ámbito privilegiado que colabore con la parroquia en su labor evangelizadora y pastoral. Evitando en cualquier caso injerencias indeseables del sacerdote en las tareas de dirección del colegio y de la dirección del colegio en la organización de las tareas parroquiales, lo deseable es una coordinación y colaboración mutuas.
El sacerdote debe implicarse en las tareas evangelizadoras de la escuela, administrando los sacramentos, supervisando la pastoral, impartiendo si es necesario la catequesis o la clase de religión y llevando la dirección espiritual de maestros, padres y alumnos.
Asimismo, el Colegio debe ser un lugar idóneo para la catequesis de primera comunión y de confirmación de los alumnos y, a su vez, de preparación de catequistas que puedan transmitir los principios de la vida cristiana a los niños, con fidelidad a lasana doctrina de la Iglesia.
Los padres tienen una relación especialmente importante con los colegios que debe ser aprovechada para la formación humana y espiritual de los matrimonios, de tal modo que recuperemos el ámbito doméstico para que las familias sean verdaderas iglesias donde se vuelva a vivir y a transmitir la fe. El Colegio y la Parroquia deben aprovechar la presencia de los padres para animar a que se formen grupos de oración, de formación o de diálogo en los que se pueda compartir la fe y la vida desde una perspectiva comunitaria.
Celebrar juntos – padres, profesores y alumnos – la eucaristía dominical y los distintos momentos «fuertes» del año litúrgico (navidad, semana santa, adviento, cuaresma…) crea comunidad y aviva la fe de todos, a la vez que nos une en comunidad que camina hacia el Señor. ¿Qué mejor manera de animar y vivificar la vida parroquial que hacer que los mismos que comparten la tarea educativa puedan vivir juntos también la fe en la parroquia o parroquias en las que se incardine la escuela?
3.3. Acercar a los niños a Cristo
Estudio y crecimiento en la vida espiritual deben ir juntos. Para ello, a la vez que proporcionamos a los alumnos la mayor calidad de enseñanza de las diversas materias, debemos acercar a los alumnos al Señor. El desarrollo intelectual y afectivo del niño debe llevarse a cabo al mismo tiempo que se forja su carácter para que sea capaz de dominar sus instintos y sus afectos, de modo que, en cada momento, tengan la fuerza de voluntad necesaria para cumplir con sus responsabilidades académicas y con sus deberes para con sus semejantes y para con Dios.
Es importante que los alumnos puedan celebrar de manera frecuente y habitual los sacramentos, especialmente la penitencia y la eucaristía. Solo saliendo de la oscuridad del pecado y convirtiéndose a la luz de Cristo, podemos vivir unidos al Señor en auténtica comunión de vida. Sólo Dios es Santo y sólo su gracia nos puede ir santificando a nosotros.
También debemos fomentar la devoción y el amor a la Santísima Virgen María en los niños y en toda la comunidad educativa. Ella nos conduce a su Hijo y nos ama como madre nuestra que es. Rezar el Santo Rosario con los niños, enseñarles su valor para llegar a Cristo y fomentar en los colegios la festividades dedicadas a la Virgen, aumentarán la fe y el amor de todos hacia Cristo y hacia su Iglesia.
A los jóvenes hay que ofrecerles igualmente experiencias de encuentro interpersonal entre ellos y de encuentro con Dios a través de la oración, mediante la organización de convivencias y ejercicios espirituales, que, en la medida que lo permita la madurez de los chicos, les vayan proporcionando momentos de encuentro personal con el Resucitado.
La capilla del Colegio debe ocupar un lugar central dentro de las instalaciones del centro educativo. Debe estar accesible y abierto y se debe invitar a los niños a visitar al Santísimo, presente en el Sagrario. Fomentar la adoración eucarística nos acerca a todos – padres, profesores y alumnos – al misterio del Dios que se entrega como alimento de vida eterna para nuestra salvación y que se hace presente en cuerpo, alma y divinidad en el Santísimo Sacramento.
Por último, la fe no debe vivirse nunca como un mero espiritualismo desencarnado. La fe en el Resucitado, si es verdadera, debe impulsarnos al desarrollo de la acción caritativa. Por pura coherencia eucarística, debemos fomentar todo tipo de acciones de voluntariado que impliquen a padres, profesores y alumnos a servir a los más necesitados. Tal vez, se debería favorecer la implicación en campañas de Caritas de la parroquia o la visita a enfermos y ancianos. En cualquier caso, la vida de fe debe sustanciarse en acciones concretas que hagan realidad las obras de misericordia que agradan al Señor: «dar de comer al hambriento, de beber al sediento; visitar al enfermo; vestir al desnudo; acoger al emigrante».
4.- Conclusión
Benedicto XVI ha señalado que «la crisis de verdad contemporánea está radicada en una crisis de fe». El origen de todos los males radica en la permanente tentación del ser humano de endiosarse, de ocupar el lugar que le corresponde a Dios, para decidir por sí mismo lo que está bien y lo que está mal. Es lo que está pasando en nuestras sociedades postmodernas y también en nuestras escuelas católicas. Hemos arrinconado a Dios, lo hemos quitado del lugar central que le corresponde como Creador y Señor, y nos hemos puesto a nosotros mismos en su lugar. El hombre es el centro y la medida de todas las cosas. No necesitamos a Dios para nada. Vivimos como si Dios, efectivamente, hubiera muerto. Y la consecuencia es una sociedad relativista e inmoral incapaz de generar nada que nos sea el pecado y la muerte: aborto, divorcios y matrimonios destrozados; asesinatos y malos tratos a mujeres y niños; pederastas inmorales y detestables; drogas y «botellones»; paro, corrupción, desahucios y pobreza; y un largo etcétera de calamidades que tienen como denominador común la destrucción del ser humano y la implantación de una cultura de la muerte que ha convertido el mal en algo deseable; y el bien, en algo desfasado, friki y anticuado. Pero siempre que el hombre ocupa el puesto de Dios, el resultado acaba siendo siempre el mismo: destrucción, inmoralidad, pecado y muerte. Así terminan las utopías que han querido construir el paraíso en la tierra sin contar con Dios.
De ahí que resulte urgente volver a poner a Dios en el lugar que le corresponde, como Creador y Padre. En eso debe consistir la Nueva Evangelización. Porque, efectivamente, Dios ha muerto. Pero también ha resucitado. Y Cristo vive hoy y nos llama a anunciar la buena noticia de la salvación a una sociedad necrófila e idolátrica que ha apostatado de manera clamorosa. Cristo es Rey, es el único Señor. Él es el Camino, la Verdad y la Vida y sólo Él tiene palabras de vida eterna.
Y debe ser el Señor el único y verdadero centro de la Escuela Católica que necesitamos para esta nueva evangelización. Es el Sagrado Corazón de Jesús quien nos enseña el camino a seguir: «Dejad que los niños se acerquen a mí». El Amor de Dios es el medio más eficaz para educar a nuestros hijos. El Amor de Dios es el único camino para que nuestros hijos sean felices, encuentren su vocación y su propio rumbo en la vida y desarrollen los talentos que el Señor les ha dado para que lo puedan poner al servicio de los más necesitados; al servicio de la justicia y de la paz que brotan del Corazón de Cristo. El Amor de Dios es el único camino para la salvación.
En su viaje a Estados Unidos, en abril de 2008, Su Santidad el Papa Benedicto XVI recordaba en un discurso dirigido a los educadores católicoslo que debe ser una verdadera escuela católica: «cada institución educativa católica es un lugar para encontrar a Dios vivo, el cual revela en Jesucristo la fuerza transformadora de su amor y su verdad». Y en ese mismo discurso – clave para entender el magisterio de Benedicto XVI sobre lo que él mismo ha denominado «emergencia educativa» – nos lanzaba el Papa una serie de preguntas que nos señalan certeramente el camino a seguir: «¿Creemos realmente que sólo en el misterio del Verbo encarnado se esclarece verdaderamente el misterio del hombre? ¿Estamos realmente dispuestos a confiar todo nuestro yo, inteligencia y voluntad, mente y corazón, a Dios? ¿Aceptamos la verdad que Cristo revela? En nuestras universidades y escuelas, ¿es tangible la fe? ¿Se expresa fervientemente en la liturgia, en los sacramentos, por medio de la oración, los actos de caridad, la solicitud por la justicia y el respeto por la creación de Dios? Solamente de este modo damos realmente testimonio sobre el sentido de quiénes somos y de lo que sostenemos».
Este es el reto al que estamos llamados los educadores católicos. Esta es la misión que la Iglesia nos encomienda. Pongámonos en manos de nuestra Madre Santísima para que ella nos ayude y nos conduzca hacia su Hijo. Y que todo sea para mayor gloria de Dios, Nuestro Señor.
Pedro Luis Llera Vázquez
Publicado originalmente en Camineo.info