No deja de ser una feliz coincidencia que el milagro que que le abra la barrera hacia los altares a Pablo VI sea la curación milagrosa de un feto. Hace 16 años una mujer de California a la que su ginecólogo le aconsejó que abortara, desechando el consejo del médico, encomendó al hijo de sus entrañas a Pablo VI, precisamente, por haber publicado la encíclica Humanae vitae.
Ese es un texto capital que marca un hito en la Iglesia por muchos motivos, entre otros por la decisión del papa Pablo VI de publicar ese documento en contra de la opinión y del consejo de la mayoría de sus asesores, muchos de ellos obispos, lo que justifica la actitud de aquella piadosa persona, de no me acuerdo que ciudad, que se niega a rezar un Padre Nuestro al final del Rosario por el obispo de la diócesis y sus intenciones porque dice que conoce las intenciones de su obispo.
Y en mi opinión la publicación de la Humanae vitae marca un hito en la historia de la iglesia porque es la primera vez que los modernistas plantean una batalla formal contra la Iglesia, y al modo modernista, es decir sin abandonar la Iglesia.
Se equivocan quienes piensan que el modernismo fue superado por las condenas de san Pío X y que con el decreto Lamentabili todo se acabó. Aquel santo pontífice, en efecto, no hizo poco con detectar y denunciar el mal, pero no pudo hacer más. Algo parecido a lo que le sucede a un médico que es capaz de diagnosticar un cáncer, pero cosa distinta es curarlo.
San Pío X se refirió al modernismo como el conjunto de todas las herejías, pues no en vano los modernistas pretenden edificar la Iglesia utilizando como cimiento el pecado contra el Espíritu Santo: son los criterios humanos y no la doctrina de Jesucristo las pautas por las que hay que guiarase, de manera que se proclama como primer dogma que el hombre sea un ser autónomo.
Ahora bien, no estuvieron acertados como estrategas los primeros modernistas, por lo que en el pontificado de San Pío X quedaron reducidos a unos círculos clericales muy pequeños. Aquellas primeras propuestas modernistas tuvieron muy poco eco entre los fieles porque eran casi todas de este tipo: «quiere usted proclamarse autónomo para decidir si en la Santísima Trinidad hay tres personas o veintiocho...»
Pero la estrategia cambió cuando en el verano se 1968 la Humanae vitae sostuvo que el uso de anticonceptivos era inmoral en las relaciones matrimoniales.
Y fue entonces cuando los modernistas cambiaron su estrategia. La propuesta ahora era esta: «quiere proclamarse autónomo para decidir lo que está bien y lo que esta mal en el lecho conyugal... Aquello fue distinto y desde entonces el número de los que confunden la paternidad responsable con la paternidad confortable ha ido en aumento, de modo que puedo afirmar que dentro de la Iglesia es mucho mayor el número de católicos que no viven de acuerdo con las pautas de la Humanae vitae.
El desarrollo histórico es de todos conocidos, porque se empiezan rechazando los criterios de la Humanae vitae y se acaba afirmando sin ruborizarse que las personas de la Santísima Trinidad son veintiocho o las que le convenga en cada momento a nuestra real autonomía.
La autonomía del hombre como criterio moral es la raíz de esa planta venenosa que se llama relativismo, cuya consecuencia más visible es la infertilidad religiosa. Hoy los modernistas disimulan la fealdad diabólica de su doctrina con la biensonante doctrina del mal menor, que es la justificación que permite todo tipo de inmoralidades. Por eso a aquel obispo, el de las malas intenciones y entusiasta defensor de la teoría del mal menor, se veía y se ve privado de las oraciones de aquella buena persona. Y ya siento no acordarme ahora de la diócesis de la que es titular para advertir a mis lectores, no vayan a estar apoyando con sus rezos una intenciones tan episcopales como modernistas, que como decía el santo papa Pío X a esas malas intenciones no las superan ni todas las herejías juntas de toda la historia de la Iglesia.
Javier Paredes, Catedrático de Historia Contemporánea
Publicado originalmente en DiarioYa