En tiempos pasados la fornicación homosexual, propia de los gays, era considerada un pecado gravísimo «contra naturam» y a los pecadores se les calificaba de sodomitas. En la actualidad el problema de la homosexualidad ha adquirido una mayor difusión e incluso en algunos países ha pasado a ser muy controversial. A partir del Concilio Vaticano II la Iglesia Católica ha revisado su moral y acción pastoral acerca de la homosexualidad. En su Catecismo, muestra una actitud comprensiva y misericordiosa hacia las personas involucradas, aunque mantiene un juicio ético exigente respecto de los actos homosexuales:
«La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Su origen psíquico permanece en gran medida inexplicado. Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves (cf Gn 19, 1-29; Rm 1, 24-27; 1 Co 6, 10; 1 Tm 1, 10), la Tradición ha declarado siempre que ‘los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados’. Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso» (2357).
«Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente radicadas. Esta inclinación desordenada constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición» (2358).
«Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana» (2359).
La Iglesia mantiene su calificación de los actos homosexuales como «estrictamente desordenados y contrarios la ley natural». Pero esto no significa que sea «homofóbica», sino que considera las relaciones homosexuales contravienen el correcto uso de los órganos genitales, comprometen la dignidad, intimidad y libertad de las personas y ponen en peligro su salud corporal y espiritual y asimismo su proyecto de vida según el plan de Dios.
Aclaremos que por similares razones la Iglesia considera también desordenadas las relaciones heterosexuales previas o fuera del matrimonio, denominadas fornicación o adulterio respectivamente. Todos esos actos si se realizan con conciencia plena y consentimiento libre se consideran pecados graves. Las personas que los realizan no están en condiciones de recibir la comunión sin una previa absolución en el sacramento de la confesión.
La Iglesia Católica pide a Dios por las personas homosexuales a las que hay que tratar con respeto en las relaciones familiares, amistosas o laborales, pero siempre teniendo cuidado para preservar la propia integridad cuando se trata de personas gays o lesbianas activistas. Reconoce que tienen especial dificultad las relaciones familiares, por ejemplo entre padres e hijos que se declaran homosexuales y viven como tales.
Consciente de esta problemática la Iglesia promueve una pastoral hacia las personas homosexuales que no siempre es posible organizar ya que se necesitan personas adultas, bien formadas en la enseñanza de la Iglesia y al mismo tiempo afectivamente maduras, bien sea porque están casadas y viven felizmente su matrimonio o porque son célibes sin desequilibrios psicosexuales. Es conveniente la supervisión de algún sacerdote o religiosa con cierta experiencia en esa área.
En cuanto a la finalidad no se trata simplemente de acompañar a los gays y lesbianas en sus reuniones o festejos, sino de entablar un diálogo constructivo en búsqueda de la Verdad sobre todo con aquellas personas que se declaran cristianas y no ven la incompatibilidad de la fe cristiana con su modo de vida. Un primer objetivo de esta pastoral es dejar los actos homosexuales. Para ello se recomiendan los medios espirituales, la ascesis, la oración y la práctica de los sacramentos. La meta final es llegar a la rehabilitación de estas personas que así lo deseen, revirtiendo sus tendencias homosexuales y reencauzándolas hacia conductas concordes con la ética natural y la moral cristiana.
Si bien los que promueven la ideología de género niegan que los homosexuales necesiten un tratamiento de reversión de su orientación sexual, hay que respetar la voluntad de numerosas personas gays y lesbianas que han conseguido salir de la situación crítica en que se encontraban. Ya hay programas terapéuticos exitosos dirigidos por profesionales psicólogos con criterios sanos. Para personas cristianas ayuda la fe cristiana en el Dios que por amor nos ha creado, nos ha redimido y nos ha dado su Espíritu para que, liberados del pecado, busquemos y encontremos horizontes de verdadera libertad en consonancia con la naturaleza humana restaurada, orientándonos hacia el matrimonio o hacia el celibato por motivaciones legítimas, siempre buscando crecer en la capacidad de amar siguiendo el ejemplo de Jesús.
P. Miguel Manzanera, SJ