La vejez es un fenómeno complejo difícil de encasillar. Según todos los datos disponibles, los ancianos son un sector en aumento dentro de la población: a ello contribuyen los progresos de las ciencias médicas y el descenso de la natalidad, por lo que se vive cada vez más años. Actualmente en España el número de ancianos supera al de niños y la desproporción sigue aumentando. Todas las naciones, tanto las ricas como las pobres, coinciden, aunque desde ópticas diversas, en la necesidad de prepararse a los problemas que plantea esta nueva realidad, tanto más cuanto que una familia o un pueblo que no respeta ni atiende a sus abuelos, es una familia o nación que se desintegra. A medida que aumenta la esperanza de vida y crece el número de los ancianos, es cada vez más urgente promover una ancianidad no relegada ni marginada, sino valorada como la etapa que culmina la vida.
Además se está redescubriendo la importancia de los abuelos en la familia, pues es indiscutible que los abuelos pueden jugar un gran papel en el acompañamiento, cuidado y educación de sus nietos, con lo que no sólo se sienten útiles, sino que son realmente útiles, pues, gracias a su experiencia, serenidad de juicio, sabiduría y cariño, están en condiciones de ofrecer a los jóvenes consejos y enseñanzas preciosas. La mejor residencia sigue siendo la familia y la vida en familia. Bastantes tienen además un muy importante papel en la transmisión de la fe y evangelización de sus nietos. La vida de los ancianos ayuda a captar mejor la verdadera escala de los valores humanos. A los padres actuales les vienen muy bien unos abuelos en quienes apoyarse, aconsejarse y ser ayudados en aquello que por su trabajo tantas veces no pueden hacer, como recoger a los niños del colegio. Es importante para los abuelos que se sientan queridos, que vean que les hacemos caso, que les escuchamos y tomamos en serio sus observaciones, así como que sabemos valorar lo que hacen bien y no hacemos un drama por lo que hacen menos bien, aparte que el cariño de los hijos hacia los padres, el ver cómo los tratan con atención y cariño, es una gran lección de generosidad y amor que sirve para que los nietos aprendan a respetar y amar no sólo a sus abuelos, sino también a sus padres.
En lo religioso muchos ancianos caen en la cuenta de que nuestra vida nos lleva hacia Dios y que la fe nos enseña que el Señor está cerca de nosotros, acompañándonos en nuestro camino y ayudándonos a aceptar los cambios que se van produciendo. La ancianidad tiene una misión que cumplir en el proceso de progresiva madurez del ser humano. Incluso el pensamiento de la muerte puede llegar a tenerse sin temor en la esperanza que allí se realiza nuestro encuentro definitivo con un Dios que nos ama infinitamente. Por ello, con frecuencia son ellos los transmisores de la fe, pues muchos de ellos la viven profundamente y son un ejemplo para sus nietos, pues aunque las formas externas pueden ser muy distintas, los niños y jóvenes perciben con frecuencia actitudes sinceras y profundas. Por todo ello, el ideal sigue siendo la permanencia de los ancianos en la familia, con la garantía de eficaces ayudas sociales para las crecientes necesidades que conllevan la edad o la enfermedad.
Los padres han de procurar que ellos y sus hijos visiten a sus abuelos, y los abuelos han de procurar recibir con alegría la visita de sus hijos y nietos, pero evitando imponerlas o exigirlas, así como, aunque les duela, se ha de respetar la decisión de los hijos cuando deciden no bautizar a los nietos. En este caso lo mejor que puede hacerse es seguir rezando por ellos y quererles incondicionalmente, como Dios nos ama.
Como los demás períodos de la vida, la ancianidad tiene sus luces y sombras, sus ventajas e inconvenientes. La calidad de vida durante la vejez depende mucho del ambiente y las circunstancias en que se encuentre el anciano. El anciano puede tener una vida plena de sentido y sigue siendo sujeto de deberes éticos, y aunque desde el punto de vista biológico la vejez pueda ser una edad involutiva, desde el punto de vista cultural nuestra tarea de autoeducación y personalización sólo termina con la muerte, y de hecho muchos aprovechan para seguir formándose, tanto más cuanto que si un anciano se mantiene intelectualmente activo, evita o retrasa los aspectos más negativos del envejecimiento, pues la capacidad de aprender no se altera, aunque sí la capacidad de retener información, pues la memoria a corto plazo es a menudo menos eficaz. Desde el punto de vista espiritual, como no hay que olvidar la acción del Espíritu Santo en nosotros, la ancianidad sigue siendo una época evolutiva.
Pedro Trevijano, sacerdote