Aunque está claro que la gran mayoría de las parejas no llegan vírgenes al matrimonio, pues se han acostado y en muchos casos han convivido juntos ya antes de su matrimonio, mi experiencia de confesor y de consejero me hace estar muy claramente en contra de ese tipo de relaciones, que considero ciertamente contraproducentes.
Ante todo hay que tener en cuenta que Dios es Amor (1 Jn 4,8 y 16). Él es el creador e inventor del amor y si un chico quiere a una chica y viceversa, no es nada aventurado suponer que el último responsable de ello es Dios. Si Dios es Amor, lo más opuesto a Él y por tanto lo más lejano al Amor y al mandamiento del amor a Dios, al prójimo y a mí mismo es el pecado, que es por tanto un no amar. En las relaciones prematrimoniales, el amor presenta una tal serie de carencias, que le hacen prácticamente incompatible con lo que es un verdadero amor.
Sexualidad y amor deben ir unidos. La sexualidad no es algo puramente biológico, sino que afecta al núcleo íntimo de la persona. Las relaciones de una persona con su pareja, son por supuesto sexuadas, pues son dos personas de diferente sexo, y sexuales, pues ambas experimentan una atracción erótica mutua. Ello no tiene por qué significar que tengan que ser ya genitales, pues la donación física total es un engaño si no es signo y fruto de una donación en la que está presente toda la persona. Las personas que realizan sexo sin amor, mienten, porque la cercanía de sus cuerpos no está acompañada de la donación total de sus personas, quedando el sexo degradado a simple instrumento de placer. También la experiencia muestra que las relaciones prematrimoniales dificultan, mucho más que ayudan, para la elección correcta del compañero de vida. Para preparar un buen matrimonio es necesario educar y afianzar el carácter, así como cultivar esas formas de amor y ternura que son las adecuadas para una relación que todavía es provisional. El saber esperar, el saber sacrificarse ayuda a saber respetar al otro y prepara también a superar las dificultades de la vida matrimonial. Aunque algunos piensen que tienen propósitos serios en sus relaciones prematrimoniales, éstas contienen dos reservas que le hacen incompatible con el amor pleno: la posibilidad de dejarlo en cualquier momento y el temor a tener un hijo.
Y es que la relación prematrimonial, aunque se dé en ella una relación de amor con la persona con la que te estás acostando, y en ello se diferencia de la relación en la que está totalmente ausente el amor, carece sin embargo de dimensiones muy importantes para que el amor sea de verdad pleno. La aventura del amor, o se recorre con decisión, o no es amor. La entrega del amor debe ser total, no admite medias tintas. No hay dos clases de amor, uno temporal y otro definitivo. El amor o es para siempre o renuncia a ser amor. Carece por supuesto de la dimensión social, pues ambos sienten que no están en condiciones de proclamar y vivir su amor ante la sociedad; carece también de la dimensión temporal, pues normalmente no están abiertas al hijo, y carecen especialmente de la dimensión religiosa, pues saben que la Iglesia pide insistentemente a los jóvenes que esperen a estar casados antes de realizar el acto sexual. Esta ausencia de la dimensión religiosa hace que, para muchos de ellos, sea un período de alejamiento de la oración y de toda vida cristiana.
Esta relación prematrimonial tiene un elevado número de fracasos, ya antes del matrimonio, con un elevadísimo número de rupturas, pues supone un máximo de inseguridad en la vida afectiva, con una desconfianza radical hacia el otro, lo que no es ciertamente conveniente. Hay que hacerles ver que la causa de sus repetidos fracasos en el noviazgo es precisamente haberlo iniciado y seguido yéndose a la cama. Pero también después del matrimonio, si se puede vivir a prueba como si de casados se tratase, también el vivir de casados es susceptible de reconsideración. Para que no haya ninguna duda un estudio en España del Centro de Investigaciones Sociológicas de 1995, titulado Encuesta sobre fecundidad y familia, confirmado por otros trabajos y estadísticas de Francia, Estados Unidos y Suecia, indican todos la mucha mayor inestabilidad de los matrimonios que se han ido a la cama o han hecho vida conyugal antes del matrimonio, que aquéllos que sólo lo han hecho después. Y es que “el amor humano no tolera la prueba. Exige un don total y definitivo de las personas entre sí” (Catecismo de la Iglesia Católica 2391).
Creo que el mejor momento para hablarles a los chicos y chicas de este problema es cuando tienen quince o dieciséis años, cuando todavía no es un grave problema para ellos, pero si no espabilamos lo va a ser pronto. Por supuesto que una familia de verdad cristiana tiene muchas más probabilidades de no quemarse en este asunto y debo decir también que, aunque sea un grupo claramente minoritario, veo que cada día es más fácil encontrarse con jóvenes que quieren vivir cristiana y virginalmente su noviazgo.
Pedro Trevijano, sacerdote