En el «Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia» número 513 se nos dice: «El terrorismo es una de las formas más brutales de la violencia que hoy sacude a la comunidad humana: siembra odio, muerte, deseo de venganza y de represalia. La lucha contra el terrorismo presupone el deber moral de contribuir a crear las condiciones para que no nazca y se desarrolle».
Desde hace muchos años, hay en nuestra Sociedad dos concepciones muy distintas de concebir el derecho. Por una parte estamos los creyentes, es decir aquéllos que creemos en Dios o en un Valor absoluto que puede identificarse con Él, como pueden ser el Amor, la Verdad o la Justicia con mayúsculas, y por otra los no creyentes, es decir aquéllos que piensan que no hay un Ser Supremo ni una realidad por encima del ser humano. El hombre recibe en la concepción relativista sus derechos, no de su dignidad intrínseca, sino por medio del Estado, siendo sus derechos aquéllos que graciosamente le concede éste, porque no hay una Verdad objetiva. Pero si no hay una Verdad objetiva, si el bien y el mal son intercambiables, si somos incapaces de alcanzar la Verdad o ésta está totalmente supeditada al ser humano, entonces resulta que cada uno de nosotros sería su autoridad suprema, autoridad que por motivos prácticos cede al Estado, es decir a los gobernantes de cada momento. Nos encontramos con la no existencia de reglas generales universalmente válidas, por lo que es fácil, al no haber un orden moral objetivo, el caer en las mayores aberraciones. Las consecuencias de esta concepción al carecer de principios morales sólidos y objetivos, son aterradoras a lo largo de la Historia. No sólo los crímenes nazis y comunistas, y por ello el Tribunal de Nuremberg tuvo que basarse en el Derecho Natural que condena el genocidio, sino también leyes criminales como la del aborto, que quiere transformar a éste en un derecho, o esta sentencia que lamentamos, porque supone una concepción del terrorismo que como católicos y personas normales no podemos admitir. No nos olvidemos que los terroristas son delincuentes que están o deben ir a la cárcel por haber cometido delitos comunes, (estragos, chantaje, secuestros, asesinatos), generalmente de especial gravedad.
En su Instrucción Pastoral del 23-XI-2006 escribían nuestros Obispos: «68. Una sociedad que quiera ser libre y justa no puede reconocer explícita ni implícitamente a una organización terrorista como representante político legítimo de ningún sector de la población, ni pueda tenerla como interlocutor político. Los eventuales contactos de la autoridad pública con los terroristas han de excluir todos los asuntos referentes a la organización política de la sociedad y ceñirse a establecer las condiciones conducentes a la desaparición de la organización terrorista, en nuestro caso de ETA… La justicia, que es el fundamento indispensable de la convivencia, quedaría herida si lograran total o parcialmente sus objetivos por medio de concesiones políticas que legitimaran falsamente el ejercicio del terror. Una sociedad madura, y más si está animada por un espíritu cristiano, poidría adoptar, en algunos casos, alguna medida de indulgencia que facilitara el fin de la violencia. Pero nada de esto se puede ni se debe hacer sin que los terroristas renuncien definitivamente a utilizar la violencia y el terror como instrumento de presión.»
Recordemos que este Documento, que parece de especial actualidad, fue escrito hace seis años. Y a quien tenga la desfachatez de decirnos que el tenemos que acatar lo que diga el Tribunal Constitucional, le recordaremos que el Tribunal Constitucional olvida la sentencia del Tribunal de Estrasburgo que sentenció que la ilegalización de Batasuna era «una necesidad social imperiosa», sin olvidar el deber que tenemos todos de obedecer a la propia conciencia y a Dios antes que a los hombres. En este sentido resulta interesante recordar que los seis miembros que han votado a favor de la legalización de Sortu, son todos nombrados por el PSOE y Zapatero, ese individuo que dijo aquello que la Ley Natural es un vestigio ideológico y una reliquia del pasado, que se opone abiertamente a Jesucristo con su frase «La Libertad os hará verdaderos» y que defiende unos nuevos derechos humanos que se oponen y contradicen a la Declaración de Derechos Humanos de la ONU del 10-XII-1948. Como sí creo en los derechos humanos de verdad, rechazo el relativismo y a aquéllos que carecen de principios morales, y ruego a Dios que nos libre lo antes posible de la plaga relativista.
Pedro Trevijano, sacerdote