Que no suene el título de este artículo a desafío alguno. Es sencillamente la expresión de un convencimiento y de una llamada. Me explico.
Es frecuente en nuestra sociedad encontrarse con personas de distinto rango social que, por una parte dicen defender la democracia, el respeto a los derechos humanos y la libertad de las personas y grupos y, por otra parte, hablan, actúan y promueven actitudes y comportamientos claramente contrarios a los principios que dicen defender.
En las líneas que siguen me limito a aplicar estas afirmaciones preliminares al campo de lo religioso y, en concreto, a la fe cristiana, a la Iglesia Católica y al lugar que estas realidades pueden ocupar en la sociedad democrática.
Si por algunos fuera, toda referencia a la trascendencia y a la moral fundada en la relación del hombre con Dios, quedaría borrada del área del pensamiento y de la conducta personal y social. No cabe duda de que esa forma de pensar está basada, para algunos, sobre una noticia o sobre una experiencia negativa que pudo tener su origen en un presentación deficiente, equivocada o tendenciosa del hecho religioso, o en la conducta improcedente de personas que ostentaban o representaban la condición cristiana. De hecho, cada vez es más frecuente la manifestación de inconvenientes para aceptar la fe católica, y para dejarse informar, cuanto menos, acerca de la realidad cristiana y eclesial de la que dicen discrepar.
Esta postura, aunque sea explicable, no está suficientemente apoyada sobre el conocimiento de la realidad de la que se desconfía, o a la que se rechaza; tampoco ha dado lugar generalmente a un claro interés por conocer la identidad, fundamento y derivaciones de la fe en Jesucristo nuestro Señor, y de la Iglesia que lo manifiesta y lo defiende mediante la proclamación del Evangelio y el testimonio de los santos.
Dada la situación social creada por quienes piensan y actúan motivados por una actitud contraria a la fe y a la labor de la Iglesia y de los cristianos convencidos, no deja de haber cristianos influenciados por esta presión negativa. Presión que, bien llegue de frente y a las claras, o bien actúe indirectamente y deformando la verdad por la instrumentalización de noticias, de hechos históricos, o de influencias personales, constituye un gran inconveniente para muchos cristianos. Inconveniente que se convierte en motivo de duda sobre sus convicciones, en causa de disimulos y connivencias con posturas ajenas o contrarias a la fe católica, o en abandono total o parcial de las conductas fieles a la fe que dicen profesar; sobre todo, cuando estas conductas son contrarias a sus intereses personales, familiares, profesionales, políticos o económicos.
Ante esta situación conviene entender, con mucha claridad y firmeza, que los principios que han de fundamentar y sostener la conducta cristiana no están en la cultura dominante, ni en los embates sociales de parte de ideologías o resentimientos más o menos agresivos, sino que están en la noticia y en la experiencia de que Dios nos ama infinitamente; de que ha dejado bien manifiesto su amor, no solo en la vida, pasión y muerte de Jesucristo, sino también a lo largo de la historia en general y en lo que nos concierna a cada uno. Una reflexión serena y equilibrada puede ayudar a distinguir lo que se pretende justificar con la conducta personal de unos individuos o grupos, y lo que tiene su fundamento en el Evangelio y en la doctrina de la Iglesia, fiel siempre a la revelación del Señor.
Si no fuera esta la forma objetiva y acertada de mirar la realidad social y las realidades presentes en nuestro mundo, tendríamos que concluir en la más absoluta desconfianza de todos y de todo. ¿O no hay anécdotas y comportamientos capaces de desacreditar a los políticos de todos los partidos, a los sindicatos de cualquier signo, a los padres, a las estructuras educativas y a quienes las representan, etc.?
Ante esta situación, es necesaria la serenidad que nos permita reflexionar y juzgar con equidad y sensatez todo lo que se nos ofrece en esta sociedad plural. Es necesario, igualmente, procurar la firmeza en las propias convicciones sentadas sobre la formación e información suficientes y debidamente contrastadas y reflexionadas. Y es necesario que entendamos bien que la verdad no está al albur de los votos parlamentarios, de las presiones sociales, ni de los intereses particulares. ¡Pues no faltaba más! La verdad se fundamenta en sí misma. Y, para el cristiano, la verdad es Cristo mismo, y solo en Él tiene su fundamento.
Son necesarios los que proclaman la verdad y los que dan testimonio de la verdad con sus vidas, sin esperar recompensas materiales ni siquiera terrenas.
Ánimo, pues, queridos cristianos jóvenes y adultos: el fundamento de nuestra fe es Jesucristo que, con su vida, pasión, muerte y resurrección nos ha manifestado su amor incondicional; el fundamento de nuestra fe es la revelación divina que nos llega mediante las sagradas escrituras y mediante la tradición fiel y multisecular de la Iglesia.
No podemos tambalearnos empujados por los embates ocasionales, aunque puedan empujarnos con fuerza. Si Dios está con nosotros ¿quién estará contra nosotros? ¡Pues no faltaba más!
+ Santiago García Aracil, Arzobispo de Mérida-Badajoz.