Pasen y vean, dijo Isaías, el profeta. Y añadió el clásico “barra libre” no para ponerse a tope en cualquier garito por un módico precio global, sino que dijo mucho más: comed de balde, sin pagar… que Dios corre con la cuenta. No corre para escapar del fisco evadiendo tasas e impuestos, sino para llegar a más a quien invitar con su medida de infinita generosidad.
Corpus Christi es una fiesta cristiana que fija la mirada en el gesto supremo de ese Dios que se hizo hombre sin dejar de ser Dios. Compartió con nosotros los anhelos y las fatigas, las sonrisas más gratificantes y las desgracias que nos hicieron llorar. Aprendió a hablar quien nos vino como Palabra esperada, y tuvo que aprender a andar quien se humanó para pasearnos su mensaje de esperanza real. Al final de sus días, tomó pan en sus manos y alzó la copa del vino escanciado: como ese pan tierno y ese vino generoso ha sido su vida entregada. Comedlo, bebedlo, compartidlo. Es mi cuerpo, es mi sangre. Os lo dejo como sacramento y milagro de mi presencia, acompañando vuestros lances, nutriendo y saciando vuestra hambre y sed de infinito.
En tantos sitios de renombre importante, y en pequeñas localidades perdidas en nuestras montañas o junto a nuestras costas, el día del Corpus es una fiesta querida, esmeradamente preparada, y con todo respeto celebrada. Es la presencia del mismo Cristo en su santa Eucaristía que adoramos en el Sagrario de nuestras iglesias y ermitas. Presencia que luego procesionamos por donde a diario transcurre la vida. Es un Dios viandante que sube nuestras cuestas o las baja, que llanea en nuestros parques y saluda a los que encuentra. Que se fija en el juego de los niños, que sonríe ante los arrumacos de los enamorados, que reconoce la dignidad sabia de los ancianos. Pero también tiene mirada para quienes por tantos motivos sufren el dolor de la enfermedad, el sinsentido de la violencia, la humillación de los desprecios, el arañazo de la soledad, el sinsabor del desencanto, o el miedo ante todo lo que nos impone su tragedia.
Ese Dios que se pasea con su amor más solidario entre nosotros como uno más sin ser uno cualquiera, no quiere sólo que le queramos con adoración agradecida, sino que amemos lo que Él ama, como Él lo ama, con su misma entrega y por su misma razón. Amar a Dios y a quienes Dios ama, esta es la síntesis del mensaje de la Iglesia, capaz de suscitar con toda su creatividad inimaginable, con toda su libertad indómita, con toda su fuerza incontenible, la perenne revolución cristiana.
Corpus Christi tiene una procesión preciosa por nuestras plazas y calles más vistosas que bajo palio y sobre alfombra de flores pasea a Jesús Eucaristía. Pero Él también es llevado en las procesiones que van por dentro, algunas bien dolientes y vergonzantes de la gente que ha perdido su trabajo o no lo ha estrenado todavía, que no tiene con qué pagar los gastos elementales para llevar una vida digna y normal, que no sabe cómo sostener a su familia, o qué responder a sus hijos cuando con ojos hundidos les clavan su mirada perdida.
Son las dos procesiones cristianas a las que no queremos ni podemos renunciar, porque una nos lleva a la otra, una sostiene a la otra, y ambas juntas nos permiten salir al encuentro de los desfavorecidos con ese abrazo de ternura respetuosa, de comunión solidaria, de entrega concreta que aprendemos del Señor Jesús. Con ayudas compartidas o injustamente discriminados, la Iglesia, y dentro de ella Cáritas, ha recibido esta herencia y por amor a Dios y a los que Él ama, ahí reconoce su tarea.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo