Si preguntásemos a nuestros fieles sobre los distintos dogmas o verdades de fe de la Iglesia Católica cuál les cuesta más creer o simplemente no se lo creen, pienso que sería la infalibilidad del Papa la que ocuparía uno de los lugares de cabeza. Creo también que si preguntásemos a los fieles sobre en qué consiste esa infalibilidad, tendríamos para escribir unos cuantos libros de disparates teológicos.
La infalibilidad me parece una consecuencia bastante lógica de estos textos de los evangelios: “Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo” (Mt 28,20) y “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16, 18), “Yo he rogado por ti, a fin que no desfallezca tu fe, y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos” (Lc 22,32), lo que significa que Cristo confía a Pedro y a su Iglesia la misión de conservar siempre fielmente su doctrina.
Pero para saber en qué consiste exactamente la infalibilidad lo mejor es transcribir la definición dogmática del Concilio Vaticano I. Dice así: “Con aprobación del sagrado Concilio, enseñamos y definimos ser dogma divinamente revelado: Que el Romano Pontífice, cuando habla ex cátedra, esto es, cuando cumpliendo su cargo de pastor y doctor de todos los cristianos, define por su suprema autoridad apostólica que una doctrina sobre la fe y las costumbres debe ser sostenida por la Iglesia universal, por la asistencia divina que le fue prometida en la persona del bienaventurado Pedro, goza de aquella infalibilidad de que el Redentor divino quiso que estuviera provista su Iglesia en la definición de la doctrina sobre la fe y las costumbres; y, por tanto, que las definiciones del Romano Pontífice son irreformables por sí mismas y no por el consentimiento de la Iglesia” (Denzinger 1836). Por su parte el Catecismo de Juan Pablo II afirma; “ El grado supremo de participación en la autoridad de Cristo está asegurado por el carisma de la infalibilidad. Esta ‘se extiende a todo el depósito de la revelación divina’; se extiende también a todos los elementos de doctrina, comprendida la moral, sin los cuales las verdades salvíficas de la fe no pueden ser salvaguardadas, expuestas u observadas” (CEC, 2035). Ahora bien en las Notificaciones a la Lumen Gentium se nos dice: “este Santo Sínodo (el Concilio Vaticano II) precisa que en la Iglesia solamente han de mantenerse como materia de fe y costumbres aquellas cosas que él declare manifiestamente como tales”. Lo demás, aunque sea doctrina del Magisterio supremo de la Iglesia y haya que hacerle el caso debido al magisterio, no tiene sin embargo pretensión de infalibilidad, como sucede en los documentos del Vaticano II, incluso los más importantes.
Como aquí sólo hablamos de infalibilidad está claro que en los demás casos la posibilidad de error existe y que las declaraciones dogmáticas infalibles son muy raras (en el siglo XX el único dogma proclamado fue la Asunción de la Virgen por Pío XII en 1950). Pero, como señalan los Obispos alemanes en una Carta Pastoral de 1967, la Iglesia no puede permitir en su doctrina y en su práctica “que se la coloque siempre ante el dilema de tomar una decisión magisterial taxativa o callar absolutamente”. Y sobre la posibilidad que el propio Papa se equivoque recuerdo una audiencia que tuvo mi Seminario con el Papa Juan XXIII. Estuvo muy a gusto con nosotros, nos contó unas cuantas batallitas que le habían pasado como sargento del ejército italiano, pero en un cierto momento se dirigió a nosotros con una cierta y real preocupación: “no sé si lo que os estoy diciendo es correcto teológicamente”. Y nosotros, los seminaristas, le tuvimos que decir que estuviese tranquilo, que no había dicho ningún error.
En pocas palabras; creo en la infalibilidad del Papa y de la Iglesia, como verdad de fe que hay que creer, pero con los límites que la propia Iglesia le pone, es decir como algo que sucede muy rara vez.
Pedro Trevijano, sacerdote