Don César Vidal, hombre nada pretencioso, afirma que España aún no soporta que se difiera de ciertas posturas, es decir, no soporta sus “críticas”, si bien parece optimista con ese “aún”. Ya llegará España a aceptarlas, tan llenas de fe y de razón están… ¡Oh, perdón, para un protestante la razón es el diablo! Y como es además persona amable y paciente, tiene a bien aclararnos que no solo mentir es pecado, sino también robar, lección indispensable porque los católicos siempre han creído lo contrario, al revés que los protestantes. Por eso, Con esos mimbres de falta de respeto por la propiedad privada, de acumulación de privilegios seculares, de misericordia infinita hacia los que roban y defraudan siempre que sean de los nuestros, ¿puede extrañar que los españoles roben siempre que puedan? Ninguna extrañeza. Los españoles, se sobreentiende, menos César Vidal y cuatro más. Por suerte el código penal español --sin duda de oculta inspiración protestante--, castiga el robo: de otro modo al pobre don César le habrían dejado sus lamentables compatriotas hasta sin la camisa y andaría pidiendo en el metro y durmiendo a la intemperie, con lo que el país se perdería sus inapreciables enseñanzas.
Que los protestantes nunca roban, lo sabemos de sobra; y sin embargo, los católicos se empecinan malévolamente en negar esa evidencia. Así, aducen con mala fe, el protestantismo se expandió precisamente a base de robos sin cuento: los príncipes alemanes abrazaron el protestantismo pensando en el expolio de los monasterios y bienes eclesiásticos y de los católicos recalcitrantes, enorme botín ciertamente tentador. Aseguran también que la feroz represión sobre los campesinos, que tanto entusiasmaba a Lutero, incluía el robo, pues la explotación a la que eran sometidos por los nobles entrañaba, en efecto, un robo. Aviesamente, los católicos suelen recordar que los calvinistas y los anglicanos hicieron un auténtico negocio de la piratería contra los barcos católicos (que incluía asesinatos y violaciones de las damas que se arriesgaban a viajar en los barcos), y fueron los mayores traficantes de esclavos, a quienes robaban su más privada e íntima propiedad. También robaron a los irlandeses sus tierras, convirtiéndoles en un país de pobres, situación causante de la Gran Hambruna que mató a un millón de ellos y obligó a emigrar en terribles condiciones a otro millón o más: un auténtico genocidio, aseguran muchos, olvidando que los irlandeses se obstinaban en permanecer católicos y por ello se lo habían ganado a pulso. Los protestantes robaron asimismo las tierras comunales de los ingleses y los escoceses, reduciendo a los campesinos a la extrema miseria y la emigración, aseguran los católicos sin tener en cuenta que, como decía de los bienes públicos cierta ministra –seguramente calvinista en espíritu— aquellas tierras “no eran de nadie”.
Y suelen poner otros muchos casos sobre los que no me extenderé por no aburrir al personal. Casos falsos, naturalmente, porque, como muy bien ha explicado don César, los católicos mienten por sistema.
Tengo todavía una duda, no obstante: en tiempos de Franco el número de robos era insignificante, mucho menor que en casi cualquier otro país de Europa, no digamos de Usa; y aunque luego creció mucho, sigue siendo inferior al de diversos países protestantes. ¿Cómo puede explicarse tamaño absurdo? He pensado una hipótesis aceptable: en realidad Franco, hombre ladino como todo el mundo sabe, era protestante y había convertido a España en un país de tal índole sin que nadie se diera cuenta. Si después aumentó mucho el número de delitos, el robo entre ellos, se debió a que la izquierda volvió a hacerse muy influyente y, como don César nos ha aclarado en otro de sus brillantes artículos, la izquierda española no es otra cosa que la misma Iglesia católica en negativo. Es decir, después de Franco, España volvió al catolicismo. Con todas sus taras. A ver si don César nos enseña de una vez el buen camino: todo es cuestión de que aprendamos a soportar sus enseñanzas.
Pío Moa
Publicado originalmente en "Presente y pasado"