En nuestro país desgraciadamente el problema del aborto está politizado. Los partidos de izquierda, y alguno, como el PNV, que no hace mucho se consideraban cristianos, consideran que el aborto es un derecho de la mujer del que no hay que privar a ésta, o al menos eso es lo que votaron en el Parlamento con disciplina de voto.
Tengo delante de mí un periódico del año 2010 en el que los representantes socialistas de los Ministerios de Igualdad y Sanidad amenazan al Gobierno de la Comunidad Autónoma de Valencia con llevarles a los Tribunales por incluir fotos de fetos en los sobres que hay que entregar a las mujeres que desean abortar. Para los números dos de ambos ministerios: “Si meten esas fotos en los sobres estarán coaccionando la voluntad de las mujeres, empujándolas a no abortar. Y eso es torpedear el acceso a la interrupción voluntaria del embarazo. O sea, un incumplimiento de la ley”(El Mundo, 14-VII-2010, pág 14).
Recuerdo también que en un debate sobre el aborto que hubo en mi ciudad, intervine como público que era y alguien que no opinaba como yo me espetó: “Usted es de extrema derecha”, a lo que le contesté: “Usted lo que es es una asesina”. Más de una vez he pensado sobre esta contestación y he llegado a la conclusión que fue correcta, porque desde el punto de vista humano se mata a un ser humano inocente y desde el punto de vista católico es un crimen abominable (Gaudium et Spes nº 51), por lo que como mínimo expresarse así es expresarse a favor del crimen. Pienso que así como hoy nos parece increíble que la Humanidad haya tardado tanto en condenar la esclavitud, seguramente los hombres futuros no les cabrá en la cabeza que en nuestra época se haya aceptado el aborto e incluso se considere un signo de progresismo.
La solución al problema del aborto está en la eliminación de las causas que lo provocan. Para ello, urge educar a la juventud en el verdadero sentido de la sexualidad humana, con una educación sexual abierta a la vida y al servicio del amor, no con la barbaridad de la ideología de género. Hay que preparar también a los matrimonios en lo que es una auténtica paternidad responsable. E igualmente tiene que haber una verdadera solidaridad entre las familias, que se concreta en la ayuda a las familias con problemas.
Como dice un conocido eslogan: “las dificultades de la vida no se superan suprimiendo la vida, sino suprimiendo juntos las dificultades”. Si las mujeres en dificultades reciben el debido asesoramiento, ello puede llevarles en muchos casos a que mujeres que en un primer momento querrían abortar cambien de intención y opten por la vida de su hijo. Para ello es necesario que sepan que no están solas, que hay instituciones, como pueden ser los diferentes grupos Pro-Vida que están dispuestos a ayudarles.
En este asesoramiento pueden jugar un papel importante aquellas personas que en épocas pasadas de su vida realizaron abortos. Ha sido mundialmente conocida la figura del Dr. Nathanson, que de director del centro abortista más importante del mundo, pasó a ser referente mundial de la lucha a favor de la vida. En muchos lugares son las personas que realizaron abortos o estuvieron a punto de hacerlo, las más decididas defensoras del derecho a la vida. Muchas personas que han abortado, son a la vez autoras y víctimas de este acto criminal, pues se vieron abandonadas a su suerte o presionadas para realizar ese acto criminal.
Aunque nos lo intenten vender como un derecho de la mujer y un acto progresista, pocos actos, si es que los hay, son más retrógrados que ese acto que niega a los seres más inocentes y desvalidos el derecho a la vida. Es indiscutible que para una correcta conciencia social de reconocimiento del concebido como ser humano, la educación previa y el ambiente en que se vive tienen gran importancia. Para poder mejor servir a la vida debe existir una red suficiente de centros eclesiales de asesoramiento, con personal competente y ayudas materiales. En este campo también debe entrar en juego la responsabilidad del padre. La simpatía, el consejo y las ayudas pueden solucionar graves problemas y promover la opción por la vida.
“Un hijo puede haber sido concebido sin quererlo, pero esto no exime de la responsabilidad ante la nueva vida concebida. Dicha responsabilidad es siempre compartida; ante todo por el padre y la madre, pero también por la familia, la sociedad y la comunidad cristiana. Por ello, no es justo cargar a la madre con toda la responsabilidad de la nueva vida que lleva en sus entrañas. Por el contrario, es un deber de estricta justicia prestar a la mujer que espera un hijo el apoyo personal, económico y social que merece la maternidad, como valiosísima aportación al bien común; tanto más cuando las circunstancias de una determinada gestación resultan problemáticas por la soledad de la madre, por la carencia de recursos económicos suficientes o por otros motivos (Instrucción Pastoral de la Conferencia Episcopal Española, La familia, santuario de la vida y esperanza de la sociedad, nº 112). En cuanto a los médicos, recordemos que calificar el aborto como acto médico, va contra su ética profesional y el sentido común, porque su vocación es defender y proteger la vida, no destruirla.
P. Pedro Trevijano, sacerdote