Es algo ya común que cuando el Santo Padre pronuncia cualquier discurso, los medios de comunicación se hagan eco de sus palabras. Esto, que en sí es algo bueno, en la realidad no lo es: desafortunadamente, la mayoría de los medios se dedican a atacar o desvirtuar aquello que el Papa dice o deja de decir. El reciente caso de Reuters es sintomático en este sentido: lo importante es simplemente disentir.
Esto, que se ha convertido en algo muy a la moda, puede ser más o menos entendible cuando viene de personas que no son creyentes. Pero cuando estos rechazos proceden de gente que se dice católica, simplemente no me entra en la cabeza. ¿Son realmente católicos los que así hablan? Más aún, ¿comporta un beneficio para alguien el hecho de que nos opongamos radicalmente a las enseñanzas petrinas?
La Historia, Maestra de la vida, parece tapar últimamente la boca a estas personas. Ella nos está enseñando que las verdades predicadas por los papas contemporáneos, sobre todo aquellas realidades que han sido más fervientemente combatidas, han resultado ser proféticas y muchos de sus vaticinios se están cumpliendo ahora.
Quisiera poner como botones de muestra dos encíclicas que fueron muy discutidas en su día y a las que no se les hizo caso del todo, trayendo consecuencias no leves para nuestra sociedad hodierna.
I. La “Rerum Novarum” de León XIII:
A finales del siglo XIX, la sombra del comunismo comenzaba proyectarse sobre algunos países. La así llamada cuestión obrera preocupaba mucho a la sociedad, debido, sobre todo, a la revolución industrial, que trataba a los hombres más como máquinas que como personas. Esta situación amenazaba con convertirse en una guerra interna de los países afectados.
Ante un panorama como éste, el Papa León XIII (Papa de 1878 a 1903) levantó su voz y escribió la primera encíclica en la historia de la Iglesia centrada, de modo exclusivo, en doctrina social: la Rerum Novarum, firmada el 15 de mayo de 1891.
El escrito papal quiere afrontar sobre todo la situación de los obreros en la sociedad y, gracias a ello, ahonda en varios temas relacionados con esta cuestión. Alarmado por «el prurito revolucionario que desde hace ya tiempo agita a los pueblos» (n. 1), decide hacer ver algunas de las amenazas que este comunismo presenta para la sociedad. Me detengo ahora en uno de los puntos, tal vez el más importante de la encíclica, que me parece algo muy apropiado también para nuestros días: la mala injerencia del Estado en la propiedad privada. León XIII es muy tajante en este sentido: el Estado sólo debe ayudar a la familia, no tomar su puesto. Para el Papa es muy importante este punto, pues
«si las familias, hechos partícipes de la convivencia y sociedad humanas, encontraran en los poderes públicos perjuicio en vez de ayuda, un cercenamiento de sus derechos más bien que una tutela de los mismos, la sociedad sería, más que deseable, digna de repulsa» (n. 9).
La familia es el centro de la sociedad; su figura más esencial. Si la familia desaparece, la sociedad se corrompe. Esto es especialmente importante en lo que a la educación se refiere. En efecto, así nos lo describe el Papa:
«Los hijos son algo del padre y como una cierta ampliación de la persona paterna, y, si hemos de hablar con propiedad, no entran a formar parte de la sociedad civil sino a través de la comunidad doméstica en la que han nacido. Y por esta misma razón, porque los hijos son “naturalmente algo del padre..., antes de que tengan el uso del libre albedrío se hallan bajo la protección de dos padres” (Santo Tomás de Aquino, II-II q.10 a.12)» (n. 10).
Y volviendo a la propiedad privada, si se llegase a dar los pasos que el comunismo desea dar en este campo, el Papa advierte de las consecuencias que se podrían derivar:
«se deja ver con demasiada claridad cuál sería la perturbación y el trastorno de todos los órdenes, cuán dura y odiosa la opresión de los ciudadanos que habría de seguirse. Se abriría de par en par la puerta a las mutuas envidias, a la maledicencia y a las discordias; quitado el estímulo al ingenio y a la habilidad de los individuos, necesariamente vendrían a secarse las mismas fuentes de las riquezas, y esa igualdad con que sueñan no sería ciertamente otra cosa que una general situación, por igual miserable y abyecta, de todos los hombres sin excepción alguna. De todo lo cual se sigue claramente que debe rechazarse de plano esa fantasía del socialismo de reducir a común la propiedad privada, pues que daña a esos mismos a quienes se pretende socorrer, repugna a los derechos naturales de los individuos y perturba las funciones del Estado y la tranquilidad común. Por lo tanto, cuando se plantea el problema de mejorar la condición de las clases inferiores, se ha de tener como fundamental el principio de que la propiedad privada ha de conservarse inviolable» (n. 11).
¿Fue escuchado León XIII? Podemos decir que, en su tiempo, la mayoría de las veces no. Sí, en el ámbito intelectual católico muchos se admiraron de la profundidad de su escrito. Pero en la vida social, simplemente se pasó de largo. Más aún, hubieron personas que rezaron por el Papa, “que se les estaba volviendo algo comunista”…
Todos somos conscientes de lo que esta cerrazón implicó para la humanidad entera. La revolución que azotó Rusia a inicios del siglo XX y el modo como el Leninismo y el Stalinismo afligieron el alma del pueblo ruso son un claro ejemplo del socialismo radical del que el Papa tanto nos advertía. Y como Rusia, se puede hablar de todos los países del bloque comunista, en Europa y en el resto de los continentes.
Parece que en el horizonte de hoy empiezan a levantarse ciertas banderas muy parecidas a las que ondearon en la Rusia de inicios del siglo XX. Que lean la Rerum Novarum y se den cuenta de la profecía que sus palabras encierran. «El que tenga oídos para oír, que oiga».
II. La “Humanae Vitae” de Pablo VI:
Tal vez ninguna encíclica haya levantado tanto resquemor y revuelo como ésta, salida de la pluma de Pablo VI (Papa de 1963 a 1978) el 25 de julio de 1968. Seis días después de su publicación, los lectores del New York Times, por ejemplo, encontraron el siguiente título en su portada: «Against Pope Paul’s Encyclical». Los autores firmantes no eran ateos intelectuales o agnósticos rabiosos, sino más de 200 teólogos “católicos”, que invitaban a los fieles a desobedecer las enseñanzas recogidas en la Humanae Vitae. Era, si se quiere, el primer manifiesto de disenso organizado en la historia de la Iglesia.
¿Cuál era el mensaje del Papa Montini? Algo muy sencillo: para el católico, la contracepción artificial no es válida, pues desmiente de la belleza del acto conyugal que Dios ha establecido. Y precisa el Papa que esto es así porque del mal moral nunca puede venir el bien; sería simplemente contradictorio.
Con esto, el Papa deseaba elevar a un plano mucho más elevado el amor conyugal, que él califica de «auténticamente humano», es decir, sensible y espiritual a la vez; pleno o total, esto es, generosamente donativo; fiel y exclusivo hasta la muerte, con fidelidad a veces difícil, pero que es manantial de felicidad profunda; y fecundo, que no se agota entre los esposos, sino que se prolonga en nuevas vidas (cf. n. 9).
¿Qué pasaría si los católicos utilizasen la contracepción artificial? El Papa enumera cuatro fatales consecuencias (cf. n. 17):
a) La infidelidad conyugal.
b) La degradación general de la moralidad, sobre todo en los jóvenes.
c) La explotación despreocupada y egoísta de la esposa.
d) El despotismo abusivo de los poderes públicos, que se creerían con derecho para interferirse en el sector más personal y más reservado de la intimidad conyugal.
En resumen, esto no hace más que quitar esos «límites infranqueables a la posibilidad de dominio del hombre sobre su propio cuerpo y sus funciones; límites que a ningún hombre, privado o revestido de autoridad, es lícito quebrantar» (n. 17).
Estas enseñanzas, que querían ser un punto de encuentro para los católicos, resultaron ser el pretexto por el que muchos se levantaron contra el Magisterio. Y fue tan dolorosa esta situación para el mismo Papa que no volvió a escribir una encíclica durante su vida.
Así pues, las enseñanzas de la Humanae Vitae no fueron acogidas. Pero bastaría ver la sociedad actual para darnos cuenta que sus palabras resultaron más claras que nunca. Años después, esas consecuencias que el Papa nos profetizaba están cumpliéndose puntualmente… incluso a nivel científico. El Dr. Simón Castellví, por ejemplo, ha publicado un interesante artículo titulado 40 años después de la Encíclica Humanae vitae desde el punto de vista médico en el que lo explica magistralmente. Para el Dr. Castellví, el Papa tenía razón, y se ha confirmado con estudios serios, al afirmar que
«la relación entre los esposos debe ser de total confianza y amor. Excluir con medios impropios la posibilidad de la procreación, enturbia la relación de pareja. El donarse el uno al otro debería ser total y enriquecerse por la capacidad de la transmisión de la vida».
Más aún, el estudio revela que el consumo de las píldoras es más peligroso de lo que se pensaba. Así nos lo explica el Dr. Castellví:
«el papa Pablo VI fue profético también desde el punto de vista científico. Con esa encíclica puso en guardia sobre los peligros de la píldora contraceptiva como el cáncer, la infertilidad, la violación de los derechos humanos, etc. El papa tenía razón y muchos no quisieron verlo. Si se trata de regular la fertilidad, son mucho mejores los métodos naturales, que son eficaces y respetan la naturaleza de la persona».
En resumen, el médico afirma que
«al celebrar los sesenta años de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, se puede decir que los métodos anticonceptivos violan al menos cinco importantes derechos: el derecho a la vida, el derecho a la salud, el derecho a la educación, el derecho a la información (su difusión ocurre en desmedro de la información sobre los métodos naturales) y el derecho a la igualdad entre los sexos (el peso de los anticonceptivos recae casi siempre sobre la mujer)».
III. Conclusión:
Espero que al terminar este artículo pueda el lector admirarse, como yo mismo me admiré, al descubrir esta faceta, tal vez pocas veces pensada, de la misión del Papa. Él está ahí también como profeta, como un faro que nos advierte de los peligros que nos pueden atormentar. Si es el Vicario de Cristo, es Cristo quien nos habla a través de él. Haríamos muy bien en prestarle más atención, si no ya por el amor que él se merece como nuestro Padre, sí por el bien que la humanidad necesita y espera tras sus palabras.
León XIII y Pablo VI han pasado a la Casa del Padre y hoy el Profeta se llama Benedicto XVI. ¿De qué peligro nos está advirtiendo hoy? Ojalá que sigamos siempre atentos sus palabras y seamos dóciles hijos que escuchan lo que ese Padre, desde su puesto de vigía, más alto que nosotros, nos indica.
P. Juan Antonio Ruiz, L.C.