Ante la discusión que se ha originado sobre el libro de R. Cohen “Comprender y sanar la homosexualidad” y los ataques que algunas organizaciones de homosexuales y lesbianas han hecho contra el citado libro, me parece conveniente tocar el problema de los homosexuales ante el matrimonio, entendiendo por matrimonio lo que siempre se ha entendido: la unión estable y permanente de un hombre con una mujer.
No se puede recomendar el matrimonio como solución para el homosexual, especialmente para el varón, pues no es fácil el paso a la heterosexualidad, tanto más cuanto que no hay que olvidar que psicológica e instintivamente la tendencia homosexual es la predominante, siéndole muy difícil mantener la fidelidad. Pero tampoco hay que prohibirlo en todos los casos, porque si el cónyuge está debidamente informado y media verdadero amor de amistad, el matrimonio puede tener éxito, aunque no conduzca a la armonía y satisfacción sexuales.
Sin embargo, con más frecuencia lo que sucede es que, ya realizado el matrimonio, uno de los cónyuges se entera de la homosexualidad del otro. En este caso la jurisprudencia de las Rota Romana y Española afirman en varias decisiones que una grave forma de homosexualidad es incompatible con la capacidad de asumir los deberes conyugales, y en consecuencia ha declarado nulos estos matrimonios, sin recurrir a otros capítulos de nulidad, pues nadie puede responsabilizarse de situaciones con un defecto que impide cumplirlas, si este defecto es permanente.
De todos modos, hay que tratar de evitar que ambos cónyuges se dejen llevar por el odio y se destruyan mutuamente, así como tampoco se trata de aconsejar sistemáticamente la separación, pues es una decisión que no pertenece sino a las personas afectadas y puede suceder que los cónyuges estimen que lo menos malo sea permanecer juntos, sin olvidar la existencia de los hijos y el que la separación no sólo deja subsistir en su integridad las tendencias homosexuales, sino que además puede significar un incremento de la soledad.
Recordemos aquí lo que dije en mi artículo “¿Se puede salir de la homosexualidad? sobre la posibilidad del paso de la homosexualidad a la heterosexualidad, cuyas principales afirmaciones reitero:
“El proceso de cambio puede conducir a resultados bastante satisfactorios; sin embargo, el resultado final depende de muchos factores: el más importante y absolutamente imprescindible es la motivación del paciente para cambiar, su constancia, su religiosidad, su sinceridad consigo mismo, el aprender a afrontar las dificultades corrientes de la vida, el ánimo que le infunden los demás, el percibir progresos, si bien cuando se consigue un cambio real, éste suele ser consecuencia de un largo trabajo, normalmente de varios años. Una vez entendida la homosexualidad como un problema psicológico del que uno puede recuperarse, se le da al homosexual esperanza. El paciente debe tener muy claro que su objetivo es la heterosexualidad y que para ello necesita paciencia consigo mismo y la aceptación de la naturaleza evolutiva de la lucha que ha iniciado. El proceso total es una autorreeducación con alzas y recaídas ocasionales”.
Personalmente lo tengo muy claro: no sé si es una enfermedad o no, pero es posible salir de ella. En la Filosofía Medieval había una sentencia que decía así. “contra el hecho no valen argumentos”. Y este libro y otros muchos psiquiatras nos hablan de personas que sí han llegado a la heterosexualidad. Es decir, sí hay personas que habiendo sido homosexuales hoy son heterosexuales. Otro punto a tener en cuenta, es que si se realizan estos tratamientos, es porque hay homosexuales que los demandan, porque quieren salir de la homosexualidad y llegar a ser heterosexuales.
En el caso de mujeres lésbicas tengamos en cuenta que su homosexualidad no apaga el instinto maternal y que les resulta más fácil que a los hombres llevar una vida conyugal. Además su carácter menos genitalizado y el hecho de que la sociedad les permita ciertas manifestaciones afectivas inadmisibles para los hombres, hace que su desviación sea menos percibida e incluso, que permanezca oculta y larvada hasta para la propia persona.
Pedro Trevijano, sacerdote