Los padres de los adolescentes están generalmente en la mediana edad, es decir son algo mayores de los 40 años. Aunque su evolución es más lenta que la de sus hijos, ello no quiere decir que no se den en ellos cambios y tengan también problemas de todo tipo.
Para empezar, las difíciles relaciones entre hijos y padres no sólo hacen sufrir a los hijos, sino también a los padres, quienes tienen que afrontar la transformación de sus hijos y ven con frecuencia que sus esfuerzos por tender puentes de comunicación con ellos, son sistemáticamente ignorados por éstos, y es que la diferencia generacional no sólo existe entre padres e hijos, sino también está en la otra dirección.
En esta edad ya se dan algunos síntomas de decadencia corporal. Cuesta cada vez más retener las cosas nuevas y se dan con frecuencia problemas físicos debidos al sobrepeso y al sedentarismo. La mujer experimenta un aumento de su sexualidad que intenta tapar un declive. Se da en ella una disminución de la producción de estrógenos, con la consecuencia de sofocos, debidos a un fallo en el sistema de la regulación de la temperatura. También es la época del climaterio o pérdida de su capacidad de procrear, con su consecuencia la menopausia o cese de la menstruación.
Los varones también se resisten a envejecer, intentando algunos probarse que siguen siendo muy capaces sexualmente con aventuras amorosas con jóvenes que son en ocasiones de la edad de sus hijos mayores, buscando estas jóvenes a su vez la protección de estos adultos o la seguridad económica. Pero, gracias a Dios, es cierto que la inmensa mayoría de los matrimonios se mantienen firmes y estables y son para sus hijos una ayuda inestimable y un ejemplo de cómo se superan los problemas. En el plano sexual quien ha logrado tener un proceder correcto, sabiendo comprender, perdonar y aceptar al otro pese a las limitaciones de ambos, ahora sólo debe continuar por el mismo camino. La persona madura que ha logrado el equilibrio personal, sabe integrar la dinámica de su fuerza sexual con una vivencia consciente y tranquila del impulso y del comportamiento sexual, en una relación de entrega y apertura a los demás y muy especialmente a su familia.
La mediana edad es el momento de replantearse muchas cosas. Es la edad en la que el ser humano suele terminar de asentarse, siendo importante cómo se superaron los problemas de la adolescencia, pues si lo hicieron bien les es más fácil solucionar los conflictos de este período. Profesionalmente, son años en los que se ha alcanzado un cierto éxito y plenitud. Puede ser una época maravillosa de gran creatividad y realización personal.
El adulto que ha sabido madurar cristianamente sabe lo que tiene que hacer y vive los valores morales, en muchos casos porque la fe, la oración y la Palabra de Dios iluminan su existencia, superando cuando es preciso los prejuicios consiguientes a una educación a veces no acertada y manteniendo la capacidad de autocrítica.
Estas personas de mediana edad en su fase un poco más avanzada, se enfrentan al problema del envejecimiento de sus padres, que empiezan a declinar, perder facultades, enfermarse y ven acercarse la muerte. Los padres están en medio de dos generaciones, la de sus padres y la de sus hijos, con responsabilidades y deberes en ambos casos, estando demostrado que el cariño prolonga la vida de los ancianos
Con respecto a sus hijos adolescentes no cabe duda de que se trata de una relación complicada para los padres. Recordemos que la educación consiste en hacer pasar a los hijos de la total dependencia del niño pequeño, a la autonomía primero y luego a la madurez e independencia del adulto. Los hijos alcanzan el estado adulto cuando son sujetos activos de su propia educación, liberándose de la influencia de los padres para tener su propio juicio y en este camino hacia la independencia los hijos han de sentirse acompañados por sus padres, quienes con frecuencia deberán actuar como freno, aunque sin impedir el avance de sus hijos hacia el estado adulto. Además, actualmente los hijos estudian y superan con frecuencia a sus padres en conocimientos. Pese a ello, los padres no pueden delegar las tareas educativas fundamentales a la hora de poner normas, criterios, horarios y sobre todo de transmitir valores. El ayudar a que el hijo sea capaz de volar por sí mismo, es ciertamente un motivo de sufrimiento para los padres, que ven cómo los hijos se separan de ellos para hacer su propia vida. Pero el saber aceptar este sacrificio es una ayuda inestimable para la transformación en adultos de sus hijos.
Es bueno que los adolescentes sean conscientes de estos problemas de sus padres, pues la comprensión no debe ser unilateral, sino que debe funcionar en las dos direcciones.
P. Pedro Trevijano, sacerdote