La filosofía escolástica empezaba sus discusiones con las nociones, es decir por tal palabra aquí entendemos tal cosa. En este artículo hay que hacer lo mismo. Por progresista entiendo una persona que está a favor del avance de la humanidad, es decir que está a favor de la promoción y del respeto a los derechos humanos. Retrógrado es quien no respeta o combate estos derechos. Me parece una precisión importante, porque ya los romanos decían: “questio de nomine, questio de re”, es decir la cuestión sobre el nombre de las palabras es ya cuestión sobre el fondo del asunto, y en esto de falsificar los conceptos, nuestros oponentes ideológicos saben hacerlo francamente bien.
Como sacerdote que soy me gustaría saber porqué, ya que soy un decidido partidario de los derechos humanos, por definición soy reaccionario o carca y no progresista. Y si se me concreta diciendo que el progresismo consiste, como oímos constantemente, en defender el aborto, la eutanasia, el divorcio exprés, la ideología de género y todas las formas de familia menos la natural, pensaré, por no emplear ninguna expresión hiriente, que mi interlocutor o no se ha leído la Declaración de Derechos Humanos o no le sobra el sentido común. En nuestro país entre el relativismo moral tan de moda y la disciplina de partido la consecuencia es que un grupo muy reducido de personas, tal vez haya que decir incluso una sola, determinan lo que está bien y lo que está mal, pues como Dios no existe es a ellos, quienes presuntamente hablan en nombre de la mayoría que les vota, quienes deciden cuáles son los valores que hay que aplicar.
Precisamente porque trato de defender los derechos humanos, pienso que es intolerable y claramente totalitario que se trate de no permitir la objeción de conciencia de los padres que no aceptan que a sus hijos les impongan modos de pensar, pues piensan que son ellos los que deben decidir cómo educar a sus hijos conforme a sus convicciones. Es cierto que eso está en la Declaración de Derechos Humanos, pero los seudodemócratas totalitarios creen que se puede interpretar de otra manera, aunque sea una bofetada a la gramática y al sentido común, y no les parece bien que sean los padres, y no ellos, quienes decidan cómo hay que educar a los chavales. Otras batallas que hay que librar frente a nuestros progresistas retrógrados son defender el valor de la vida humana, la necesidad de ser personas honradas, la democracia en política y un no rotundo a los totalitarismos. Por ello que no me vengan con cuentos que el aborto, un crimen horrible según el Concilio Vaticano II, es un derecho, aunque unos cuantos se enriquezcan con él. No lo es ni para el hijo asesinado, ni para quienes participan en él. Cuántas veces he tenido que oír: “Hace cuarenta o cincuenta años aborté o intervine en un aborto. Me ha arruinado la vida”. Por ello sus defensores son retrógrados, como lo son los partidarios de la eutanasia, porque quieren hacernos volver a épocas donde la vida humana no tenía valor. Lo mismo hay que decir a quienes se declaran de hecho a favor de los terroristas contra las víctimas, como algunos partidos o políticos nacionalistas. Algo parecido hay que decir de la ideología de género, es decir que yo pueda cambiar de sexo cuando me venga en gana o que enseñe esa barbaridad a nuestros adolescentes.
Mi ideal político es la Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU, declaración a la que Pablo VI calificó el 4 de Diciembre de 1968 de “precioso documento” e “ideal para la comunidad humana”. En efecto no puedo amar a mi prójimo si no empiezo por respetarle. Por ello a mis alumnos les decía: podéis tener las ideas políticas que os dé la gana, siempre que respetéis y defendáis los derechos humanos. Con el paso del tiempo cada día estoy más convencido no sólo de la verdad, sino también de lo acertado de este consejo. Y, por supuesto, la persona, sindicato, partido o grupo religioso que no se proponga defender los derechos humanos que no cuente conmigo, mejor dicho que cuente que me va a tener enfrente.
Pedro Trevijano Etcheverría, sacerdote