La soledad del reverendo y la plenitud del sacerdote
Fotograma de la película First Reformed

La soledad del reverendo y la plenitud del sacerdote

Reflexión católica a propósito de la película «First Reformed»

Introducción

En la película First Reformed (2017), dirigida por Paul Schrader, se nos presenta la figura del reverendo Ernst Toller, pastor protestante de una iglesia reformada, atrapado en una profunda crisis espiritual. Con una notable interpretación de Ethan Hawke, el film desarrolla un drama íntimo y existencial, en el que el protagonista, herido por la culpa, el escepticismo y la soledad, intenta encontrar sentido en medio de un mundo herido por la injusticia, la destrucción ecológica y la desilusión religiosa.

La cinta tiene momentos de una crudeza estremecedora, y no carece de sinceridad. Pero lo que conmueve más profundamente, desde una lectura católica, es lo que falta. La película, sin saberlo, se convierte en una especie de antítesis trágica de la verdad eclesial: es la historia de lo que sucede cuando un ministro de culto intenta vivir su vocación separado del Cuerpo real de Cristo, sin sacramentos, sin María, sin Iglesia viva, sin presencia eucarística, sin Magisterio y sin comunión. La soledad del reverendo es, al fin, una parábola contemporánea del extravío que produce el desgajamiento de la vid verdadera.

1. Una eclesiología herida de muerte

La iglesia que el reverendo Toller custodia, llamada significativamente First Reformed, es más un museo que un santuario. Es un templo vacío, reconvertido en atracción histórica, sin comunidad viva, sin niños, sin sacramentos. Depende administrativamente de una megaiglesia evangélica llamada Abundant Life, que representa el otro extremo del cristianismo protestante: el espectáculo, el sentimentalismo de masas, el mensaje diluido. Entre la esterilidad culta y la banalidad carismática, Toller busca a tientas un lugar que ya no existe.

El drama de su vida espiritual está ligado a esta eclesiología desarraigada, fruto de la Reforma protestante, que rompió la continuidad apostólica y suprimió los sacramentos instituidos por Cristo. En su soledad, Toller intenta asumir el peso de una culpa que no puede redimir, en un cuerpo eclesial que no puede sanar. No hay sacramento de la confesión. No hay Eucaristía real. No hay sacerdocio ministerial. No hay Iglesia como misterio de comunión. Por eso, su crisis no es sólo psicológica, sino teológica.

2. El calvinismo: una herida profunda en la antropología cristiana

El trasfondo doctrinal del protagonista es el calvinismo reformado, una corriente que –en nombre de la soberanía absoluta de Dios– niega la libertad del hombre para cooperar con la gracia. Se afirma la predestinación como decreto irrevocable, la depravación total del ser humano, y una salvación concebida no como encuentro real con Cristo, sino como un favor legal imputado a unos pocos.

Este marco doctrinal tiñe toda la experiencia espiritual de una cierta rigidez, que con frecuencia desemboca en una visión sombría del hombre, del mundo y de la Iglesia. La dimensión sacramental, aunque formalmente conservada en parte, queda profundamente reducida. El bautismo y la «cena del Señor» se consideran signos externos que no confieren gracia por sí mismos, sino que sirven como recordatorio para los elegidos. El pan y el vino no se transforman, ni Cristo está realmente presente, sino que se entiende una comunión meramente «espiritual». La ordenación no es un sacramento en sentido estricto, y no hay un sacerdocio sacramental, sino ministerial, desligado del carácter ontológico.

En cuanto a la unción de los enfermos, las bendiciones, las consagraciones, el uso de objetos sagrados o el recurso a la intercesión de los santos y de la Virgen María, todo ha sido suprimido o reinterpretado a la luz de un principio sola Scriptura estrechamente racionalista. María, aunque reconocida como madre de Jesús, no es honrada como Madre de los creyentes, ni medianera, ni reina, ni refugio. Ha sido marginada litúrgica y doctrinalmente, como si bastara con nombrarla una vez en la historia sin darle ningún lugar en el presente. La comunión de los santos queda reducida a una inspiración moral, sin vínculo real.

Todo esto se expresa visualmente en la misma estética del templo del reverendo Toller: una iglesia desnuda, sin imágenes, sin santos, sin la Virgen, sin un sagrario, sin misterio. Es un edificio sobrio, rectilíneo, blanco, frío. En él se predica, se canta con severidad, se recuerda la historia… pero no se adora, no se contempla, no se confía. Es, en el fondo, una iglesia huérfana, sin la Madre. Y donde falta la Madre, falta también la ternura, la belleza, la alegría, la fecundidad espiritual.

Por eso, cuando un alma sufre, como la del reverendo, no encuentra consuelo visible, ni alimento concreto, ni medicina sacramental. Sólo ideas, soliloquios, doctrinas… y un silencio que pesa como una piedra.

En la Iglesia católica, por el contrario, cada herida tiene su sacramento, cada noche su vigilia, cada temor su luz. La gracia es real, eficaz, derramada. El sacerdote no es un orador, sino instrumento del Redentor. Y la liturgia es presencia transformante, no sólo memoria. En el corazón mismo de la fe católica, Cristo está vivo y actúa, hoy como ayer, con la ternura de un Dios que no abandona jamás a sus hijos. Y a su lado, María está siempre presente como Madre de la Iglesia, estrella del camino, refugio de los pecadores y consuelo de los afligidos.

3. El sacerdote católico no está solo

El drama del reverendo Toller es la soledad. La película entera es un descenso a los infiernos de un hombre que ha perdido la certeza de que Dios está presente, actúa, perdona, acompaña y salva. La liturgia es mínima. El altar está vacío. La Biblia se vuelve un libro cerrado. Ni siquiera se sugiere que el reverendo pueda rezar el padrenuestro con un corazón confiado.

Qué contraste con la vida de un sacerdote católico fiel, incluso en la más grande oscuridad. El sacerdote católico no está solo. Cada mañana, al ofrecer la Santa Misa, se une al sacrificio redentor de Cristo. Cada vez que confiesa, participa del poder divino de atar y desatar. Cada vez que consuela, unge o enseña, actúa in persona Christi. Si cae, se levanta por la confesión. Si duda, se deja iluminar por la Tradición viva. Si sufre, lo hace acompañado por el Corazón de María, que nunca deja solos a sus hijos predilectos.

Incluso en el desierto, un sacerdote católico lleva consigo el tabernáculo del Dios vivo, que es su alma. Aunque lo rodee la oscuridad, su centro arde con la luz de la Eucaristía.

4. La Iglesia: columna y fundamento de la verdad

En First Reformed, la pregunta última que atormenta al protagonista es si Dios ha callado para siempre. Su silencio se vuelve insoportable. Pero ese silencio es, en el fondo, el eco de una iglesia sin sacramentos, sin sucesión apostólica, sin comunión universal. Es el precio del desgajamiento eclesial. Donde se rompe la comunión con Pedro, se rompe la comunión con Cristo.

La Iglesia católica, en cambio, no ha dejado de hablar. Su voz es la misma de Cristo, prolongada en el tiempo por la Tradición viva. Su doctrina no cambia con las modas. Su liturgia no es un espectáculo, sino participación en el culto eterno. Su poder no es humano, sino divino. Ella es, como dice san Pablo, la columna y fundamento de la verdad (1 Tim 3,15). Por eso la fe católica no desespera, no se cierra, no explota, no cae en activismos sin fruto ni en intelectualismos estériles. Porque Cristo vive, y vive en ella.

5. Hacia una teología del consuelo

Este film, sin pretenderlo, nos ofrece una oportunidad preciosa: renovar nuestra gratitud por haber recibido el don inmenso de la fe católica, completa, verdadera y viva. Nos recuerda que no basta con tener buenas intenciones, ni con un sentido ético de la vida, ni con discursos sobre Dios. Necesitamos la vida divina derramada en nosotros por los sacramentos, la intercesión constante de María, la compañía de los santos, la unidad de la Iglesia y la certeza de que Cristo no nos deja nunca.

No podemos permitir que nuestros sacerdotes vivan como reverendos reformados: solos, rodeados de vacío, sin consuelo, sin adoración, sin comunidad real. Necesitamos forjar una teología del consuelo, centrada en la Eucaristía, en el misterio de la Cruz fecunda, en el Sagrado Corazón de Jesús que arde por nosotros, y en la maternidad universal de María, refugio de los afligidos.

6. También el sacerdote católico puede quedarse solo

La verdad católica, aunque plena, no es automáticamente fecunda si no se cultiva. También el sacerdote católico puede conocer la soledad estéril, no por falta de gracia, sino por descuido interior, por negligencia, por pereza o por encierro voluntario.

Un sacerdote sin oración, sin confesión frecuente, sin dirección espiritual, sin lectura seria, sin vínculos fraternos, sin descanso sano, sin belleza, puede acabar tan solo como el reverendo protestante, aunque viva en el seno de la Iglesia.

La literatura ha retratado este drama con notable lucidez. En San Manuel Bueno, mártir, de Miguel de Unamuno, se presenta al sacerdote que, a pesar de su fe vacilante, continúa sosteniendo a su pueblo con la fuerza de la esperanza y la caridad, ocultando sus dudas para no quebrar la fe común. Su sacrificio interior revela la fragilidad humana y la profundidad del ministerio pastoral.

En Diario de un cura rural, de Georges Bernanos, se describe la soledad dolorosa de un pastor que lleva su cruz en medio de la incomprensión y el desarraigo, pero que une su sufrimiento a la redención de Cristo con paciencia y fe profunda. Allí se muestra cómo la vocación sacerdotal se vive también en el misterio del silencio y el sacrificio callado.

Finalmente, El poder y la gloria, de Graham Greene, nos ofrece la figura del «sacerdote del whisky», un hombre quebrantado, perseguido y lleno de pecados, pero sostenido por la gracia divina que nunca abandona a los suyos. En esta novela se resalta la misericordia de Dios que actúa incluso en las almas más heridas y la dignidad indeleble del ministerio sacerdotal.

Estas obras nos recuerdan que el alma sacerdotal necesita ser cuidada con esmero y que la fragilidad humana no está reñida con la grandeza de la vocación.

Para que el sacerdote católico no naufrague en la soledad, es imprescindible que su vida esté profundamente arraigada en la experiencia sacramental, encontrando en la Santa Misa diaria y en la confesión frecuente no solo el ministerio que ofrece al pueblo, sino el manantial de gracia que sostiene y renueva su alma. Así mismo, necesita el acompañamiento de una dirección espiritual que le ayude a discernir con sabiduría y humildad, orientando su camino interior y protegiendo su vocación de las sombras del aislamiento.

El celibato, lejos de ser una carga, debe vivirse como un don que configura su corazón para entregarlo íntegramente a Jesucristo y a la Iglesia, una entrega gozosa que purifica las relaciones humanas y evita la dispersión de las energías afectivas. En su trato con los fieles, el sacerdote ha de desplegar una prudencia amable, combinando cercanía y familiaridad con la discreción necesaria para preservar la pureza de su entrega y la integridad de su misión. Esta familiaridad, limpia y luminosa, debe reflejar la paternidad espiritual que se le ha confiado, irradiando ternura, fortaleza y acogida sincera.

Además, su vida humana debe enriquecerse con vínculos fraternales entre sacerdotes, el reposo saludable, la belleza de la música y el arte, el paseo que refresca el espíritu, y la lectura profunda que alimenta la mente y el corazón. Todo ello nutre el alma, fortalece el ánimo y permite resistir las tempestades del mundo sin perder la alegría ni la esperanza.

Solo así, cultivando con esmero este equilibrio entre oración, sacramentos, afectos ordenados, prudencia y riqueza humana, el sacerdote puede resistir la tentación de la soledad estéril y vivir plenamente su ministerio como amigo del Esposo, reflejo del Buen Pastor y custodio del don divino que le ha sido confiado.

 

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2 comentarios

Giacomo Arlecchi
Exacto!! Por eso me pregunto qué sentido tiene el ecumenismo sino es para decirles a los cristianos separados: " dejado de tontear y venid a la verdadera Iglesia de Cristo".
30/06/25 1:06 PM
Jose
Gracias, Monseñor, por esta magnífica reflexión. Espero que la lean y acepten todos esos sacerdotes católicos que se han "protestantizado" a causa de la mala o nula verdadera doctrina que desató el modernismo y que tantos estragos ha hecho en la Iglesia Católica.
Y gracias por sus meditaciones que escucho siempre por Youtube.
Dios lo bendiga.
30/06/25 1:41 PM

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