A propósito de la 71ª Congregación de Procuradores (Ad usum nostrorum II)

A propósito de la 71ª Congregación de Procuradores (Ad usum nostrorum II)

Sobre el ensayo anterior

1. En primer lugar quiero agradecer las decenas de respuestas escritas y orales que recibí por el ensayo. Si antes de enviarlo tenía algunas dudas, el volumen y calidad de ecos que he recibido desde diversos puntos de América, Europa y alguno de Asia, me confirman ampliamente y han sido una fuente de gran consolación y paz espiritual. Recibí muchos comentarios de jesuitas que recibieron el ensayo directamente de mí, pero muchos otros de compañeros a los que llegó a través de otros miembros de la orden. Antes de dos semanas estaba traducido al inglés y eso hizo que se difundiera entre muchos más jesuitas de los previstos. Agradezco mucho al compañero estadounidense que se tomó el trabajo de hacerlo por su propia cuenta y riesgo. Gracias a todos por el apoyo, los comentarios, las críticas y la cercanía.

2. En este ensayo no voy a comentar todos los aportes que recibí, pero sí voy a destacar algunos elementos que me parecen particularmente interesantes:

3. A) Me ha alegrado sobremanera haber recibido muchos e-mails de jóvenes jesuitas, sacerdotes ordenados recientemente o cercanos a la ordenación. A la mayoría de ellos no los conocía. Ese grupo, en especial, estaba en mi cabeza todo el tiempo en que estuve escribiendo el ensayo, y les agradezco sus mensajes, porque me confirman en lo hecho. Una de las cosas que más me conmovió fue el testimonio de los que me dijeron que el ensayo los había ayudado a redescubrir y valorar más la Formula Instituti y que habían rezado con ella en sus Ejercicios[1]. Muchos de esos compañeros jóvenes agradecían que finalmente un jesuita de mediana edad, del establishment, (y la expresión ha aparecido mucho en las cartas y conversaciones), se animara a decir que las cosas en la Compañía de Jesús van mal. Otros me hablaron de haber roto con el mainstream jesuítico, sobre todo, en el caso de América Latina.

4. B) He recibido muchísimas respuestas de jesuitas que me decían que no estaban de acuerdo con todo lo que decía, y que incluso discrepaban fuertemente con algunas cosas, pero que me agradecían que motivara la discusión y revisión, porque consideraban que la Compañía de Jesús está pasando un momento muy difícil y es necesario hablar de ello. Esos comentarios fueron importantes para mí, porque entiendo que es prácticamente imposible estar de acuerdo con tantas cosas dichas en sesenta y seis páginas, pero lo fundamental es tener una visión compartida de que como orden estamos en problemas y que tenemos que trabajar para reencauzar las cosas.

5. C) Tuve una sola respuesta pública, de un compañero chileno, que agradezco especialmente. Aunque no puedo estar más en desacuerdo con su visión del sacerdocio católico, me parece bueno que lo haya expresado públicamente. Aunque no comparte muchas de las cosas que yo decía, no dejaba de reconocer que como Compañía tenemos serios problemas.

6. D) Finalmente, he recibido algunas recomendaciones de lecturas que quiero compartir con ustedes.

7. a. Un compañero me preguntó por qué no hablaba de la Congregación General 35 y me obligó a releerla. Allí descubrí que tiene tres decretos muy buenos y de una calidad que deja aún peor a los dos decretos de la Congregación General 36, de los que tanto hablé. ¿Por qué no los había releído? La respuesta me la dio el mismo que me los señaló: porque prácticamente no tuvieron trascendencia. Esa congregación pasó tan sin pena ni gloria, como el generalato del Padre Adolfo Nicolás. Aún se está por escribir la historia de la Congregación General 35, pues hubo desencuentros entre la Compañía y la Santa Sede antes y durante su transcurso, que la historia oficial aún no cuenta, pero que se dieron en la trastienda de la congregación. El comienzo del gobierno del padre Nicolás parece que no fue fácil, y la enfermedad que le provocó el deterioro cognitivo que sufrió durante parte de su generalato y provocó su renuncia, no le permitieron tener un desempeño relevante.

8. b. Otro compañero me recomendó leer el artículo de John W. O´Malley, S.I. y Timothy W. O´Brien, S.I.: «The Twentieth-Century Construction of Ignatian Spirituality: A Sketch». Hay una versión en español, traducido por el P. Carlos Coupeau, S.I.: «La construcción de la espiritualidad ignaciana en el siglo XX: un esbozo». Ambos se encuentran fácilmente en Internet. Es un artículo brillante, que describe cómo se construye en el pasado siglo una idea de lo que es la espiritualidad ignaciana, que es la que hemos adoptado en las últimas décadas como normativa, pero que sin embargo corresponde a un tiempo determinado y no tiene por qué ser más válida que la concepción que tuvieron los jesuitas desde el siglo XVII hasta la primera mitad del siglo XX. Me parece un artículo muy importante e iluminador. Me ayudó mucho a entender algunas cosas que tenía como intuiciones. Se los recomiendo vivamente.

9. c. Otro compañero me recomendó una historia de los jesuitas escrita por un historiador alemán, no vinculado a la Compañía. La pude leer en una versión inglesa. Ojalá pronto pueda estar también en español: Markus Friedrich, The Jesuits. A History. (Princeton University Press, 2022). Los cinco capítulos que tratan la historia de la orden desde su fundación hasta la restauración en 1814 son una síntesis extraordinaria, crítica, llena de matices, pero que muestra nuestra historia de una manera nueva para mí. Muy recomendable. El Epílogo, en el que trata la vida de la Compañía a partir de la Restauración creo que es más flojo. En parte, porque el historiador es un especialista en Historia Moderna y no Contemporánea. Además, porque hay menos obras de investigación de calidad sobre los últimos dos siglos. Finalmente, porque para hablar del período postconciliar sigue acríticamente las obras de Gianni La Bella, que como ya dije en el ensayo anterior, son ad usum Delphini: historia oficialista. Igual lo recomiendo especialmente. Nos ayuda a conocer mejor nuestra gran historia, con sus luces extraordinarias, pero también con las sombras que tiene.

II. ¿Qué es una Congregación de procuradores?

10. Según el artículo sobre congregaciones de procuradores del Diccionario Histórico de la Compañía de Jesús, redactado por José Antonio de Aldama e Ignacio Echarte, la decisión de establecer las congregaciones de procuradores surgió en la segunda Congregación General, como una forma de contrarrestar las presiones que sufría la Compañía para definir un tiempo regulado de convocación de las congregaciones generales, al estilo de los capítulos generales de las demás órdenes. Por tanto, ni son de la época de San Ignacio, ni están en las Constituciones de la Compañía. En la Congregación General IV, se originó la «Fórmula de la Congregación de Procuradores», en la que se estableció que se convocaría cada tres años, con un procurador profeso elegido por cada congregación provincial. También se establecieron el fin de su convocatoria, que era «decidir sobre la convocatoria o no de la CG e informar al P. General».

11. La Congregación General 31 decretó que se añadiera a ese fin «el tratar sobre el estado y asuntos de la universal CJ». En esa misma congregación se resolvió crear las congregaciones de provinciales, que se sucederían alternativamente con las de procuradores. En la Congregación General 32, se estableció que, además, en la Congregación de Procuradores se «presentara una relación sobre el estado de la CJ y, en caso de ser necesario, suspendiera algunos decretos de anteriores CG hasta la siguiente CG»[2].

III. Las últimas congregaciones de procuradores

12. Lo primero que quiero señalar es que mi experiencia con respecto a las congregaciones de procuradores ha sido bastante escasa. No recuerdo haber leído nunca uno de los informes De Statu, ni que fuese un tema de conversación o reuniones entre los jesuitas que me rodeaban. Escribiendo este ensayo he preguntado a varios de los compañeros sobre su propia experiencia y en general me han respondido que nunca le habían prestado atención. De los procuradores de mi provincia, de los que he conocido bastante a todos ellos, no recuerdo comentarios especiales al respecto. Sí recuerdo a un amigo jesuita que fue elegido procurador de su provincia para la que tuvo lugar en Nairobi en 2012. Me contó después de la congregación, que para él había sido una experiencia decepcionante. Le había parecido una pérdida de tiempo lo que le había implicado tener que visitar las comunidades y elaborar el informe de su provincia, porque la reunión había sido de poco provecho y nada entusiasmante. En algunos escritos he visto que décadas pasadas se discutió si se debían mantener estas congregaciones de procuradores. Quizás se debería repensar su pertinencia actual, teniendo en cuenta que los últimos 77 años hemos tenido ocho congregaciones generales, una por década. Al fin y al cabo la preparación de una congregación de procuradores no insume mucho menos tiempo que una general y participan más o menos la mitad de jesuitas. El contexto geográfico, de las comunicaciones y transporte, así como el conocimiento entre compañeros, es muy distinto al del siglo XVI, cuando se fijó el actual sistema. Ni el ritmo de convocatoria de las congregaciones generales, ni la existencia de la congregación de procuradores, que se agregó después, son esenciales a nuestro Instituto.

13. Para preparar este ensayo decidí leer los informes De Statu Societatis de las cuatro congregaciones de procuradores que ha habido desde que entré a la Compañía en 1986, así como las Alocuciones finales que están publicadas. Ellas son la 67ª en 1987, la 68ª en 1999, la 69ª en 2003, y la 70ª en 2012. También leí la relación De Statu de la Congregación de Provinciales de 1990[3]. Las relaciones De Statu, elaboradas por el Padre General y su equipo en la Curia, se realizan según lo señalan, a partir de los informes de cada provincia, remitidos por el procurador respectivo; las actas de todas las congregaciones provinciales; y la información con la que cuentan a partir de la correspondencia del gobierno ordinario de la orden.

14. Lo primero que llama la atención de esos informes o relaciones es que están escritos en un género literario, que un amigo define como jesuito. Se trata de un lenguaje difícil, donde las cosas se dicen, pero de una manera bastante enrevesada, lo que hace que para entenderlo en su profundidad, haya que leer las cosas varias veces y con mucha atención. La única excepción es la relación De Statu a la Congregación de Provinciales. Ésta es mucho más larga que las demás, está escrita de manera clara y ordenada, y permite tener un panorama de la situación de la Compañía en 1990. Según se señala en dos de los informes De Statu, además de este discurso, otros informes elaborados por las oficinas de la Curia General, pero no publicados, se ponían a disposición de los congregados.

15. Ese lenguaje jesuito creo que tiene que ver con el afán de evitar cualquier tipo de susceptibilidad por parte de algún grupo de jesuitas o lugar de la geografía mundial. Si uno lee con mucha atención, verá que aparece la preocupación por la falta de vida espiritual, por la disminución de vocaciones, por el aburguesamiento de las comunidades, por el menor compromiso con los pobres y el apostolado social, por la disminución de la Compañía, etc. Sin embargo, esos temas no se destacan, no se tratan como problemas graves, sino de una manera confusa y al pasar.

16. Segundo aspecto de los informes De Statu. No tienen prácticamente cifras o estadísticas. Llama la atención que en un informe sobre el estado de una organización grande y compleja como la Compañía, extendida por más de cien países, no haya nada cuantificable. Es cierto que es una organización religiosa, pero no es óbice para que se pueda hablar de los temas con algún tipo de medida, sobre todo cuando en muchos aspectos, la situación cambia de una congregación a la otra. Como en el caso de la claridad al hablar, el informe de la Congregación de Provinciales de 1990 sí tiene cifras y datos numéricos sobre obras, número de jesuitas por apostolado, etc.

17. Un tercer aspecto es que la información sobre la situación de la Compañía ocupa un espacio limitado de las relaciones. Gran parte de las mismas tiene un lenguaje exhortativo. Es decir, si se señala que hay dificultades en la vida de comunidad, sin especificar demasiado qué y cuánto, le sigue una larga exhortación sobre lo importante que es la vida comunitaria. Lo mismo cuando se habla de la vida en el Espíritu, el apostolado social, la obediencia, etc.

IV. Temas para la discusión de la 71ª Congregación de procuradores

18. Como según la Congregación General 31, uno de los fines de la Congregación de Procuradores es conversar sobre la situación de la Compañía, me parece interesante plantear cuáles creo que podrían ser algunos de los temas a discutir y que hoy son apremiantes para la vida de la Compañía.

La vida en espíritu y en el sacerdocio

No les tengan ningún miedo ni se turben. Al contrario, den culto al Señor, Cristo, en sus corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que les pida razón de su esperanza. (1 Pedro, 3, 14)

19. No deja de ser relevante que tanto el padre Kolvenbach en 1987, como el padre Nicolás en 2012, hayan señalado en sus relaciones De Statu, que les sorprendía lo poco que hablaban los informes de los procuradores sobre la vida en el Espíritu en las respectivas provincias. En lenguaje jesuito intentan dar alguna explicación benevolente de esa ausencia, para luego en diversos momentos de los informes, señalar lo grave que resulta que la Compañía no esté fuerte o se vea amenazada en su sentido espiritual. Creo que la falta de fortaleza «religiosa, apostólica y sacerdotal» es el mayor problema que tiene hoy la orden, pues esta fortaleza tiene que ver con su ser esencial.

20. Las causas de la debilidad del sentido sacerdotal en la orden hay que rastrearlas en las teologías secularizadoras, muy fuertes a finales de los 60 y comienzos de los 70 del pasado siglo. Quizás hoy en día es más difícil encontrarlas en sus formulaciones teóricas, pero han calado en el vivir de varias generaciones de jesuitas, que hoy son superiores y formadores. En muchos países y comunidades de la Compañía, sobre todo en Occidente, nos falta identidad y vivencia sacerdotal explícita. Esto repercute en la calidad apostólica de nuestros apostolados, en la falta de atracción de vocaciones y en el abandono de muchos escolares y sacerdotes recientemente ordenados. El padre Kolvenbach lo señalaba en 1999, en la relación De Statu a la Congregación de Provinciales:

Hay que plantear aquí el problema particular suscitado por la salida de escolares recientemente ordenados sacerdotes. Si durante todo el transcurso de la formación, no se dice ni una palabra sobre el sacerdocio, ¿será de maravillar que éste pueda aparecer como un cuerpo extraño, difícilmente integrable, cuando por fin es puesto a la consideración de los escolares? Y esta dificultad vale también en el caso de que, como lo quiere el carisma ignaciano, se trate del sacerdocio vivido. Se recordará entonces el texto de la Congregación General 31: «es necesario que los Escolares, a lo largo de toda su formación, mediten con frecuencia en este carácter sacerdotal de nuestra vocación, para que los estudios, las oraciones y todas las demás acciones sean informadas por el deseo de servir a Dios y a la Iglesia en una caridad sacerdotal hacia los hombres» (CG 31, d.8, n.34)[4].

21. Esta experiencia de ausencia del tema sacerdotal durante la formación la vivió claramente mi generación, y sigue estando presente en las experiencias de muchos jesuitas jóvenes de hoy.

22. El descuido de la identidad sacerdotal en la vida de muchos jesuitas y en la formación, tiene que ver con la importancia y valoración que se dé a la vivencia de la liturgia, los sacramentos, la predicación del Evangelio, y todas aquellas cosas que hacen a la esencia de la vida de un sacerdote. El sacerdocio de la Compañía, a diferencia del de otras vocaciones en la Iglesia, no se agota solo en el servicio litúrgico y sacramental, pero no puede prescindir de él. Podemos ser investigadores, gestores, profesores, activistas sociales, artistas, etc., pero todo eso tiene que darse unido a nuestro ser sacerdotes, que celebran, predican y acercan al pueblo de Dios a los sacramentos. Eso, lamentablemente, no es obvio en muchos lugares, comunidades y vidas de jesuitas. Difícilmente se puede atraer a jóvenes a la vocación a la Compañía y sostener las vocaciones, si esa identidad interna y externa como sacerdotes no se explicita. Así lo señalaba el padre Kolvenbach en la misma relación:

Pero la lectura de tantas cartas que piden el permiso para dejar la Compañía plantea algunas cuestiones importantes: menos sobre la elección de los candidatos o la formación recibida en el noviciado que sobre la falta de acompañamiento y de encuadre, de los que las generaciones jóvenes confiesan tener necesidad.

23. Lo esencial de nuestra vocación, como dice la Formula Instituti y nos lo recuerda Kolvenbach, es «Curet primo Deum, deinde huius Instituti rationem quae via quaedam est ad Illum»[5]. De diversas maneras el general reconoce que tenemos dificultades para expresar y explicitar esa característica central de nuestra vocación, pero de eso depende la supervivencia de la orden. Así, en 2003 decía Kolvenbach:

En algunos de los informes de ustedes se menciona una especie de crisis de la vida de oración en la Compañía. La causa puede ser que, con nuestra cultura ambiente, se pierde de vista el rastro de Dios, o se vuelca uno a un activismo tan desenfrenado que la oración parece tiempo perdido para la misión. […] San Ignacio no nos diría: orad más, trabajad menos. Nos diría más bien que ninguno de la Compañía, llamado a estar en misión, está dispensado de reemprender sin cesar el camino de la fuente, que es en todo y para todos, el que envía en misión»[6].

24. Sin embargo, la falta de explicitación del carácter sacerdotal de la Compañía también está presente en documentos centrales de la orden. No deja de ser significativo que en la relación De Statu de 2012, del padre Nicolás, que tiene 8.573 palabras, solo una vez mencione «sacerdote» y para referirlo a quiénes puedan elegir serlo por prestigio social. En ese informe se habla largo sobre vocaciones y su promoción, sobre ministerios de la Compañía, sobre vida comunitaria y espiritual, sobre luces y sombras, pero no se habla nunca sobre sacerdocio y sentido sacerdotal[7].

25. Aunque no es un aspecto esencial del sacerdocio la forma de vestirse, no deja de ser un signo para la comunidad y para quienes lo viven. Así fue en la Compañía desde su origen. La utilización de la sotana jesuita, o de cualquier vestimenta clerical, fue fuertemente cuestionada a partir de los 60 y en algunos países se volvió algo muy escaso o raro entre nosotros, aunque en otros nunca se abandonó totalmente. La situación ha cambiado en algunos lugares, pero aún hay provincias de Occidente, donde utilizar camisa con cuello clerical y más aún, sotana, sigue siendo fuertemente cuestionado por formadores y superiores, incluidos provinciales. Creo que esos reparos son signo de esas teologías secularizadoras de las que hablaba al comienzo, que siguen teniendo un peso importante entre jesuitas de diversas regiones y generaciones.

El liderazgo en la Compañía

26. Como señalaba en el anterior ensayo, la dirección de la Compañía, por sus características organizativas, depende en gran medida del liderazgo del Prepósito General, cuya misión es:

gobernar todo el cuerpo de la Compañía, en manera que se conserve y aumente con la divina gracia el bien ser y proceder de ella a gloria de Dios nuestro Señor, usando de su autoridad como conviene para tal fin[8].

27. Es curioso que en las relaciones De Statu, se hable poco sobre la Curia General y su servicio de liderazgo. Hay un apartado sobre el tema en la De Statu de 1999 y referencias en la de 2012, pero en ningún caso hay algún señalamiento autocrítico por cuestiones que no hayan funcionado bien. En cuanto al gobierno a nivel provincial, en 2003 el P. Kolvenbach señalaba que los informes decían que,

aun permaneciendo fiel a las Constituciones ignacianas, se ejerce de hecho dentro de una gran diversidad. Hay superiores dialogantes y otros que no parecen saber escuchar, hombres que hacen planes y toman decisiones eficaces y quienes no llegan a decidirse, directores de obras y otros que son un tesoro en la cura personalis[9].

28. La cita, sin explicitar juicios de valor, señala una de las dicotomías que vivimos como orden en relación con el gobierno: gestionar la organización versus cura personalis. Eso se da a nivel de comunidades, obras y provincias, pero también en el gobierno general. Un compañero que vivió y trabajó varios años en la Curia General me lo expresaba de la siguiente manera: El General y su equipo tienen que resolver la tensión entre el gobierno apostólico de la orden y la cura personalis de sus miembros. Como no han logrado compaginar ambos aspectos, en los hechos han optado por la cura personalis, abdicando del liderazgo apostólico[10]. Otro compañero, rector de universidad, lo decía así: «Roma se limita a nombrar provinciales cada seis años. No lidera».

29. La Compañía tiene desde hace décadas, por lo menos desde la segunda parte del generalato del Padre Kolvenbach, una seria crisis de liderazgo. A esta altura creo que se ha transformado en algo creído y aceptado como bueno. Tenemos una estructura centralizada y vertical, pero el General desde hace tiempo se auto percibe más como un animador o coordinador, que como un líder de la orden. Por eso es tan difícil para la Compañía reaccionar frente a la fuerte decadencia que está viviendo. Las relaciones De Statu de las últimas congregaciones de procuradores no parecen estar escritas por quienes se sienten responsables de la marcha de la Compañía. Recogen información, la exponen discretamente y luego exhortan a ser fieles a las Constituciones y congregaciones generales.

30. La Compañía de Jesús necesita un liderazgo fuerte; espiritual, sí, pero también de gobierno apostólico. Cuando era joven se contaba que el padre Ledochowski había dicho a la Compañía: - «Firmes»; el padre Janssens había dicho: -«Descansen», y el padre Arrupe, finalmente, había dicho: -«Rompan filas». Más allá de la caricatura sobre el estilo de cada General, necesitamos un General que diga: -«Formen filas». La situación de decadencia de gran parte de la Compañía, sobre todo en América, Europa y Oceanía, hace necesario un liderazgo mucho más activo y decidido, que no quiere decir autoritario. Somos una congregación de religiosos, que hemos ofrecido toda nuestra vida a Dios y a la Iglesia, no solo nuestro trabajo. Por ese motivo, es imposible no considerar la cura personalis como parte esencial del gobierno de la Compañía. Eso, sin embargo, no significa que no haga falta al mismo tiempo un liderazgo carismático, resolutivo, desafiante y sobre todo, que nos entusiasme. Porque el entusiasmo significa literalmente, «que lleva a Dios dentro», y eso es lo que necesitamos y lo que hoy, como orden no tenemos.

31. Necesitamos una Visión que traccione a la Compañía apostólicamente hacia el futuro, y es el gobierno del General quien tiene y puede llevar adelante ese proceso. Un gobierno decidido puede ayudar a las provincias y regiones a salir del proceso de decadencia en que muchas están. Hoy parece que el futuro de una provincia depende de sus propios miembros, pero en los hechos hay algunas que ya no tienen capacidad para reaccionar. No es raro encontrarse con provinciales que no tienen ni la formación, ni la personalidad para dirigir y se los nombra porque no se encuentra otro mejor en esa provincia. Lo mejor sería nombrar a uno adecuado, aunque fuese desde otro lugar. Incluso la figura del Visitador, tan utilizada por la Compañía en el pasado, podría ser una buena fórmula para ayudar a las provincias que están en dificultades. En tiempos del padre Kolvenbach todavía había provincias que pedían un visitador, como lo señalan el informe De Statu de 1999[11] y las respuestas del General a la Congregación de Procuradores de 2003, aunque él lo descartaba, considerando que el Asistente Regional podía cumplir con esas tareas[12]. La realidad es que los Asistentes, por definición, no son figuras de gobierno en el escalafón de la Compañía. El superior del provincial es el General, no el asistente regional. Por otro lado, en mi experiencia de treinta y siete años de jesuita, los asistentes solo visitan las comunidades cada seis años, en vistas al nombramiento de un nuevo provincial, pero no suelen hacer visitas frecuentes a las provincias para ver cómo están funcionando o cómo el provincial está dirigiendo.

32. Los que tenemos experiencia en la gestión de grandes instituciones, sabemos que no es raro que aún contando con muchas personas en la organización, hay que recurrir a contrataciones externas para cubrir una posición de gestión. A veces la situación coyuntural, requiere de una mirada y experiencia nuevas, sin los condicionamientos y vicios de los que llevan mucho tiempo en la obra. En otros casos, no se tiene a nadie con las condiciones de formación y personalidad para la posición que se busca. En el caso de las provincias es lo mismo. Se insiste mucho en la orden en que no entramos a una provincia, sino a la Compañía universal, pero en los hechos, hoy se gobierna como si perteneciésemos a una provincia.

33. Los métodos de gobierno de la Compañía, en muchos aspectos son anticuados y necesitan una renovación profunda. El mundo, las comunicaciones, los transportes, el arte de la gestión, etc., han cambiado radicalmente en los últimos años. Podemos ser fieles a nuestro carisma y misión, a la Formula del Instituto y a las Constituciones de San Ignacio, siendo mucho más modernos en los modos y procedimientos de gobierno. Sería deseable que los procuradores le pidiesen al Padre General más gobierno y liderazgo para recuperar el ímpetu y fecundidad de la Compañía.

La formación de los nuestros

34. Nunca he sido formador en la Compañía, pero fui escolar durante veintitrés años y medio, desde 1986 hasta 2009, cuando hice mi profesión solemne. En ese tiempo viví en siete comunidades y tuve muchos formadores. Además, he dedicado casi toda mi vida de jesuita a la educación académica y pastoral, de niños y jóvenes, desde educación infantil hasta la universidad. A partir de esa experiencia y estudios, creo que la formación de la Compañía tiene serios problemas y necesita una actualización urgente. ¿A qué me refiero?

35. Una apreciación: los documentos sobre Formación de la Compañía, están muy desactualizados. Todos los documentos sobre formación vigentes son del generalato del padre Kolvenbach y casi todos, de los primeros años:

    1. Acerca del Noviciado (30 de abril de 1986).
    2. Acerca de la formación desde el Noviciado hasta el Magisterio (28 de diciembre de 1988).
    3. Acerca del Magisterio (15 de mayo de 1990).
    4. La formación espiritual en el Noviciado (31 de mayo de 1998)
    5. La formación del jesuita durante la etapa de Teología (4 de junio de 2000).

36. Podemos decir que son documentos de antes o de los comienzos de la revolución tecnológica y científica que hemos vivido en los últimos veinticinco años: el desarrollo de Internet, el surgimiento de las redes sociales, el despegue de la neurociencia y los estudios de neuroaprendizaje, el machine learning, la inteligencia artificial, la enseñanza por competencias, el learning by doing, las demás tecnologías exponenciales, como los smart phones, el chat gpt, el Uber, Airbnb, Amazon, YouTube, y un largo etcétera. ¿Hay alguien que considere que esta auténtica revolución tecnológica, social y cultural no tiene una incidencia enorme en la formación de religiosos y sacerdotes para el siglo XXI? Tener documentos de hace treinta o veinticinco años, es como tenerlos de hace doscientos años.

37. Lo anterior incide en la formación espiritual, humana, afectiva, sexual y cultural de los jesuitas, y tengo la impresión, por lo que conozco, que estamos lejos de habernos planteado en serio y a fondo esta nueva realidad antropológica. No creo que sea cosa fácil responder y acertar en la manera actualizada de transmitir lo esencial de nuestra vocación sacerdotal y religiosa a los jóvenes de hoy, pero es ineludible.

38. Otro punto fundamental es la formación académica, en la que tengo más experiencia. Toda la educación formal está viviendo una auténtica revolución de formas y métodos, incluida la universitaria. Me da la impresión, sin embargo, que las facultades de filosofía y teología están lejos de asumir los desafíos y formas de aprendizaje para hoy. Por mi conocimiento de la tradición educativa de la Compañía antigua y sus debates con el modelo enciclopedista en el siglo XIX, creo que hoy estamos en una situación ideal para volver a lo más genuino de nuestra tradición pedagógica. Durante el siglo XX perdimos la batalla pedagógica y nos venció el modelo asignaturista, memorístico y enciclopédico, por lo menos en los países latinos, con Francia e Italia a la cabeza. Hoy, el modelo basado en competencias es una gran oportunidad para volver a la pedagogía activa de la Ratio Studiorum, al multum, non multa, y al learning by doing, que ya lo conocían los jesuitas del siglo XVI. Seguir con un enfoque de la filosofía como Historia de la Filosofía, o con el enfoque academicista de la teología, no tiene sentido. Creo firmemente en el valor de los estudios rigurosos y profundos, pero no creo que eso sea lo que se está logrando hoy, en la mayoría de los casos. Tampoco creo que esté adaptada a las necesidades de la evangelización de hoy. Para formar sacerdotes, es necesario que el estudio y el apostolado real estén mucho más interrelacionados y cercanos.

39. El modelo tradicional de jesuitas escolares, que mientras estudian no trabajan, no se corresponde con el mundo de hoy. Sería largo explicar cómo en la Compañía de hace setenta o cien años la formación era más corta que la actual y que estaba pensada para vocaciones más jóvenes que las actuales. Además, el mundo era más ordenado, previsible y simple. A eso se puede sumar que la sociedad exigía una maduración más temprana a laicos y religiosos. Hoy tenemos muchos escolares que entran a la Compañía con grado universitario terminado, con 23, 28 o 33 años. Eso lleva a que tengamos escolares estudiando su filosofía, teología o doctorado con más de treinta y cuarenta años. Esos escolares, fuera del tiempo de magisterio, no trabajan y viven en comunidades de formación, con otros jóvenes de su edad o menores, con formadores y superiores que los tratan como si fueran adolescentes o jóvenes universitarios. Ese modelo no favorece la maduración de los jesuitas, ni les hace conocer la realidad de la vida religiosa, tal como se da en las comunidades formadas. De alguna manera, infantilizamos a los escolares y los mantenemos en una especie de adolescencia que se extiende hasta bien entrados los treinta años y, a veces, los cuarenta años. Obviamente, no me refiero a algunas etapas especiales, como el noviciado o la tercera probación, o a algún período especial para terminar una tesis, pues estas actividades pueden requerir una concentración mayor.

40. Como ya vimos al hablar del sacerdocio, el motivo por el que muchos sacerdotes abandonan poco después de la ordenación está ligado a la falta de sentido y formación en el sacerdocio, pero también a la inmadurez humana y afectiva que tienen. La vida de escolares tiene mucho de artificial: se vive entre compañeros estudiantes, no se trabaja, a uno lo mantienen y solo tiene que pedir el dinero que necesita para que se lo den. Tienen vacaciones muy largas, varias veces al año, etc., etc. Por otra parte, como se alarga la formación, cuando el jesuita llega al trabajo, quizás tenga 38 o 40 años, pero se le considerará joven para que se le encarguen responsabilidades de gestión o dirección, que si fuese un laico nadie dudaría en darle, pues llevaría quince años trabajando.

41. El argumento para que los escolares no trabajen es que «la teología o el estudio, requiere todo el hombre». Esa afirmación, atribuida a San Ignacio, la escuché muchas veces durante mi formación, pero creo que está equivocada. Hay que tener presente que hay muchas maneras de estudiar y son millones las personas en todo el mundo que estudian, trabajan y tienen familia. No se puede decir que una persona que trabaja no puede llevar adelante buenos estudios. Es obvio que si el trabajo fuese de cuarenta horas a la semana, los estudios probablemente de extenderían en el tiempo, pero si uno trabaja quince o veinte horas a la semana, es posible llevar adelante estudios de filosofía, teología, maestría o doctorado. Máxime si tenemos en cuenta que la mayoría de los escolares ya tienen algún tipo de apostolado y que el trabajo del que estamos hablando al referirnos a jesuitas, es de tipo apostólico.

42. En la universidad de la que soy rector, el 67% de los estudiantes trabajan al mismo tiempo que estudian, y les puedo asegurar que salen excelentes profesionales y que su experiencia laboral los hace madurar y estar mejor preparados para el tiempo post-universitario. En el caso de los jesuitas, se podría pensar en compatibilizar el tiempo de estudio con trabajo en obras de la Compañía, dando catequesis, formación religiosa, haciendo algo de gestión en una obra, apoyando a compañeros jesuitas formados en diversas tareas. La combinación de estudio y trabajo es muy enriquecedora y da más sentido al estudio, porque este se aplica al mismo tiempo que se adquiere. Esto permitiría también, tener comunidades más integradas entre escolares y jesuitas formados, más parecidas a las comunidades en las que vivirán después de ordenados o terminados los estudios.

43. Por otro lado, el hecho de que trabajen y que ese trabajo de alguna manera esté remunerado, como puede estar el de los jesuitas formados, les hará vivir que no son unos mantenidos eternos, sino que contribuyen al mantenimiento común de la comunidad, haciéndolos más responsables, haciendo real la pobreza religiosa.

Conclusión

44. La congregación de procuradores es una oportunidad para decir al gobierno general con claridad la situación en que estamos y las necesidades de reforma y reorientación de la Compañía, que deber ser lideradas desde Roma. Son necesarias una gran libertad de espíritu, una auténtica parrhesia cristiana, junto a la lucidez y cariño por nuestra vocación y familia, que es la Compañía de Jesús. También se necesita, por parte del Padre General y su gobierno, buenas preguntas para motivar el diálogo, y apertura para escuchar atentamente lo que viene de las bases. Al mismo tiempo, se precisa claridad en la relación De Statu Societatis. Menos lenguaje jesuito y más franqueza para compartir los problemas y desafíos que tiene la orden hoy, unida a una sana autocrítica del gobierno en su desempeño. Ojalá al leeer el informe De Statu de la 71ª Congregación de Procuradores nos veamos reflejados en nuestra realidad, y con la Alocución final y el testimonio de nuestros procuradores, entusiasmados, «con Dios dentro», para seguir adelante con nuestra maravillosa vocación «religiosa, apostólica y sacerdotal». Que así sea.

Julio Fernández Techera, S.I. Montevideo, 22 de abril de 2023
Fiesta de Nuestra Señora de Montserrat y San Pedro Canisio

 

Notas

[1] También me ha alegrado mucho que, casualmente, desde la Curia General se haya convocado a una Conferencia sobre la Formula: CIS Conference 2023. The Formula of the Institute «A Pathway to God», Experience, Vision, Mission. Rome June 12th-14th 2023.

[2] Diccionario Histórico de la Compañía de Jesús, Tomo I, p. 911.

[3] En 1990 se tuvo la Congregación de Provinciales en Loyola, que fue la única convocada con este carácter. Luego fueron suprimidas en la CG34.

[4] Información S.J., enero-febrero, 1991, p. 22.

[5] «Procure, mientras viviere, poner delante de sus ojos ante todo a Dios, y luego el modo de ser de este su instituto, que es camino para ir a Él», (Formula Instituti) Información S.J., noviembre-diciembre, 1987, p. 183. Acta Romana, vol. XXV, Fasc. II, 2012, p. 552.

[6] Información S.J., noviembre-diciembre, 2003 (sin paginación).

[7] El Padre Kolvenbach sí dedicó en la Alocución Final de la Congregación de Provinciales de 1990, casi tres páginas al sentido sacerdotal/presbiteral de la Compañía. Información S.J. noviembre-diciembre, 1990, p. 191-193.

[8] Constituciones [789].

[9] Información S.J., noviembre-diciembre, 2003 (sin paginación).

[10] En las preguntas que hicieron al General en la Congregación de Procuradores de 2003, aparece este tema, pero referido a los provinciales. El resumen lo señala así: «La elección entre un «buen administrador» capaz de desarrollar las instituciones y planificar el futuro de la provincia, y un jesuita que se distinga por sus cualidades para ejercer la cura personalis, no es fácil. El Padre General recomienda fuertemente que se procure la mayor participación posible de los miembros de una provincia cuando se pone en marcha el proceso para sugerir nombres de candidatos. Una participación que debería estar motivada por el bien de la provincia, sin otras miras». Información S.J. noviembre-diciembre, 2003 (sin paginación).

[11] «El ir y venir de los consejeros generales entre la Curia y sus asistencias asegura el contacto permanente con los provinciales y las provincias. Este contacto fraternal entre los consejeros generales y las provincias ha hecho prácticamente inoperante la intervención de un «visitador», aun cuando todavía recientemente algunas provincias reclamen una visita canónica para resolver un problema delicado o una situación compleja. En la mayoría de los casos, un consejero general puede prestar a las provincias este servicio sin paralizar el gobierno ordinario de una provincia como acontecía en el caso de un «visitador», y por tanto se ha otorgado preferencia a la práctica actual». Información S.J., enero-febrero, 2000, p. 6.

[12] «La figura del «Visitador» nos viene del tiempo de San Ignacio. Un «Visitador» es enviado a una provincia con poderes supra- provinciales para examinar la marcha de la actividad apostólica e informar después a Roma. Algunas provincias han pedido al Padre General, en tiempos recientes, el nombramiento de un Visitador. Pero las dificultades que tal procedimiento ha causado en el pasado hacen pensar al Padre General que pueden obviarse haciendo que el Asistente Regional visite con frecuencia las provincias tal como es ahora la práctica de la Curia». Información S.J., noviembre-diciembre, 2003 (sin paginación).

1 comentario

DLM
P. Fernández Techera, soy un laico. No sé si leerá el comentario. En todo caso, le hago llegar la referencia de un libro bien informado, muy crítico con la deriva de signiicados miembros de la Compañía hacia la teología de la liberación; pero escrito desde la fe y como hijo de la Iglesia. Se trata de la obra de Ricardo de la Cierva, Jesuitas, Iglesia y marxismo: 1965-1985. Plaza y Janés, Barcelona 1986.
Con un afectuoso saludo y agradecimiento por su testimonio de compromiso con la verdad.
13/06/24 11:56 AM

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