Vivir la Navidad cristianamente

Parece mentira que pueda tener sentido la recomendación expresada en este título. Pero los hombres somos capaces de adulterar todo. Menos mal que también somos capaces de darnos cuenta y rectificar.
Es posible que este año, a cuenta de la crisis, las fiestas de Navidad sean un poco más razonables. Porque habíamos llegado a un frenesí de gastos y de consumo que resultaba casi ridículo. ¿Por qué tantos juguetes, tantos regalos, tantas comidas y cenas, tanto despilfarro? Y cada vez con menos contenido y menos justificación. Hagamos que este año nuestras fiestas de Navidad sean más razonables, más verdaderas, menos discriminatorias.
Los cristianos vivimos en el mundo como cualquiera y no podemos evitar que ocurran estas cosas. Pero sí podemos, y debemos, distanciarnos de lo que no nos gusta, de lo que no está de acuerdo con nuestra fe, nuestra manera de ver las cosas y de organizar nuestra vida. Este es uno de los casos. ¿Cómo deberíamos celebrar la Navidad los cristianos?
Ante todo, tenemos que dedicar un tiempo a pensar y meditar cuál es la “verdad de la Navidad” hasta que nos sintamos sobrecogidos por el asombro, el agradecimiento, el gozo. Es una pena que tantos cristianos no encuentren ni cinco minutos para leer el relato del nacimiento de Jesús, para acudir a la Misa de Navidad, para meditar lo que llevamos oyendo desde hace tantos años.

Nadie habla ya de la sentencia del Magistrado de Valladolid mandando retirar los crucifijos de un Centro público de enseñanza. Pero no conviene dejar pasar este asunto sin reflexionar y sin discutirlo. La cosa tiene importancia. Vale la pena analizar su significación y su alcance.
Recientemente, el Papa, en una de sus catequesis sobre San Pablo, se ha ocupado del tema de la justificación. Lo presenta de una manera muy personal y muy directa. La discusión teológica sobre la justificación trata de responder a esta pregunta capital ¿Cómo puedo yo llegar a ser justo delante de Dios? Esta fue la gran preocupación de Lutero. Y ésta fue también su principal discrepancia con la doctrina católica. Leyendo la carta de San Pablo a los romanos, Lutero llegaba a la conclusión de que lo que nos hace justos ante Dios es la fe y sólo la fe. La fe sin las obras, la pura confianza en la bondad de Dios que nos salva porque quiere, sin necesidad de que hagamos obras buenas, que no valen para nada, ni siquiera de que evitemos los pecados, que tampoco cuentan para nada porque están todos perdonados de antemano por la muerte de N. S. Jesucristo. Ésta es también la principal diferencia que hay hoy entre cristianos católicos y cristianos protestantes. Además de otras también importantes. Contra esta doctrina de Lutero, el Concilio de Trento, tratando de ajustarse a las enseñanzas de San Pablo y de todo el Nuevo Testamento, dejó definido que la justificación nos viene, ciertamente por la fe, pero también, y sobre todo, por la caridad y por las buenas obras: “Porque la fe, si no se le añade la esperanza y la caridad, ni nos une realmente a Cristo ni nos hace justos”.
Volviendo a nuestra reflexión sobre la misión evangelizadora de la familia tendremos que preguntarnos ¿qué tenemos que hacer para volver a contar con unos padres cristianos capaces de educar cristianamente a sus hijos? ¿cómo promover en la práctica el nacimiento y crecimiento de familias cristianas?