III. Fiel en el silencio y en el dolor
El pueblo cristiano ha visto en María el ejemplo del amor silencioso y fiel, la confianza de Caná y la fortaleza del Calvario, la prueba del sábado santo y el gozo de la resurrección. La devoción de los cristianos a la Virgen de los Dolores, a la Virgen de la Soledad, las muchas maneras de representar y de venerar el dolor y la fidelidad de la Virgen María en la prueba terrible de la Pasión y muerte del Señor, tiene, al menos, una doble significación. En primer lugar es una forma de manifestar la autenticidad y la fidelidad del amor de María a su Hijo, la intensidad y la fortaleza de la fe que no duda ni se debilita ni se acobarda en los momentos de la más dura prueba, y es también una manera de buscar protección y fortaleza en las dificultades de la vida en este mundo que los cristianos siente tantas veces con especial dureza. La Virgen María, que estuvo firme junto a la Cruz de su Hijo, la Mujer fiel que sostuvo la fe de los Apóstoles y de la Iglesia naciente en los días oscuros de la Pasión y Muerte de Jesús, podrá también ayudarnos en las horas duras y oscuras de nuestra vida. Ella la Mujer por excelencia, la verdadera Eva, la Madre universal, modelo y consuelo de todas las madres, de todas las mujeres, de todos los hombres y mujeres en los muchos momentos dolorosos de la vida y de la muerte. Las imágenes, los títulos, las devociones a la Madre de los Dolores se multiplican. En su dolor y en su soledad María es ejemplo de fidelidad, de fortaleza, de esperanza, apoyo y ayuda de los que tienen que sostener a los demás cuando la vida se hace dura como el desierto y oscura como la noche.
IV. Glorificada y coronada en el Cielo
A los cristianos nos gusta ver a la Virgen María glorificada en el Cielo, rodeada de ángeles y de santos. La consideración de María glorificada nos ayuda a creer de verdad en la resurrección y en la vida eterna. Todo lo que es María lo es por su vinculación maternal a Cristo. Ella forma parte de la humanidad de su Hijo y por eso mismo compartió maternalmente su vida y su misión. Y ahora comparte también su gloria y su función salvadora en relación con todos nosotros. Pues bien, esa mujer que está ahora con Cristo en el Cielo, es nuestra. María es nuestra, es parte de nosotros mismos, forma parte de nuestra humanidad y de nuestra familia espiritual. Si Ella está en el Cielo, su ascensión confirma y facilita nuestra fe en la resurrección y en la vida eterna.
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