El Señor Peces Barba pretende convencernos de que no hay razones serias para oponerse a la asignatura de “Educación para la Ciudadanía". Quienes se oponen serían unos melindrosos anticuados que se aferran a un sistema moral confuso y confunden lo público con lo privado.
Vamos a ver si nos aclaramos:
Una asignatura que se limitase a exponer los criterios de convivencia que hemos aprobado los españoles en la Constitución y describiese las principales instituciones mediante las cuales organizamos nuestra convivencia, nos resultaría del todo aceptable. No me parece muy necesaria, porque eso mismo ya se hace en otros momentos, pero sería aceptable.
Pero es que nuestro Gobierno, en el programa de esta asignatura, incluye la ideología de género, que es una carga de profundidad contra los valores morales que rigen nuestra vida y configuran nuestra sociedad. Desde luego los cristianos no la podemos aceptar, y las personas juiciosas que tengan un buen sentido moral, tampoco.
Veamos por qué. La ideología de género es un invento del feminismo radical que viene a decir que la diferenciación entre varón y mujer es discriminatoria y opresiva para la mujer. Por lo cual, en una sociedad libre y liberada, hay que prescindir de la diferenciación sexual como factor de relación personal, de ordenamiento social y distribuidor de roles sociales. El sexo como realidad biológica pierde importancia, y la sexualidad pasa a ser un mero papel social que cada uno elige a su gusto. Por eso se habla de “género” y no se habla ya de “sexo". Cada uno “hace de” hombre o de mujer, o de las dos cosas, según le apetezca. Con lo cual, heterosexualidad, homosexualidad, transexualidad, son situaciones absolutamente normales e intercambiables, según la voluntad de cada uno. En consecuencia, se legitiman todas las formas imaginables de ejercer la sexualidad, y hasta se pretende llegar a “liberar” a la mujer de la “carga” de la maternidad, encomendando la continuidad de la especie a la ingeniería de los laboratorios. Con ello se atomiza la sociedad, al desaparecer el matrimonio y la familia como primer núcleo social, como lugar de arraigo amoroso del ser humano. Sin matrimonio, sin familia, el hombre deja de ser un ser relacional que nace, crece, vive y muere en un contexto de amor interpersonal, mutuo, generoso, irrevocable, para quedar reducido a un ser aislado y desarraigado, confiado únicamente al intervencionismo asfixiante de un Estado asistencialista y omnipresente. ¿Alguien puede decir que esta revolución cultural y social esté prevista en la Constitución?
Rechazar esto no es poner la voluntad del individuo por encima de la norma aprobada por la mayoría. Primero, porque esas normas se han ido aprobando de tapadillo, sin explicar lo que significan. Segundo, porque lo que con la objeción de conciencia se antepone a la norma no es la voluntad del individuo, sino la conciencia moral de la persona, santuario de la libertad personal, anterior y superior a cualquier ley humana. El orden moral natural es previo y superior a cualquier institución política. Obliga a todos, ciudadanos y gobernantes. Los cristianos nos negamos a que sean las leyes y los legisladores los que definan el bien y el mal moral. Eso es tiranía.
El Señor Peces Barba intenta resolver el conflicto apelando a la distinción entre ética privada y ética pública. La ética privada es propia del individuo y puede estar regida por su conciencia. La ética pública nace de la soberanía popular, es interpretada por el parlamento y sancionada por las leyes. Esto es lo moderno y lo democrático. La teoría resulta atrayente por su aparente claridad, pero si se examina detenidamente resulta insostenible. Etica privada y pública no son dos éticas independientes y menos opuestas. La sociedad, de cuya soberanía arranca la ética pública, está compuesta por personas, que tienen su propia ética personal, generalmente de origen religioso, o por lo menos racional y tradicional. En virtud de sus criterios éticos personales, los ciudadanos configuran una ética pública para regir su convivencia, en la que están presentes, con las debidas adaptaciones, los mismos criterios éticos que valen para su vida personal. Y es esa ética común, consensuada entre las personas que forman el pueblo soberano, la que tienen que asumir, respetar y obedecer los legisladores y jueces que están al servicio de la convivencia. No es el Parlamento el que crea la ética pública, sino los ciudadanos a los que tiene que someterse y servir el Parlamento. ¿Acaso hemos aceptado los españoles la ética de la ideología de género como ética pública vigente en nuestra sociedad? ¿Quiénes han formulado esa ética pública con autoridad para imponérnosla? ¿Cuándo y dónde les hemos dado la encomienda para semejante revolución? Son preguntas capaces de remover los fundamentos de nuestra sociedad. Porque no se trata de defender una “vaga y genérica moralidad” como dice el Sr. Peces Barba. Se trata, a mi juicio, de defender una parte imprescindible de la tradición moral de los españoles y de todo el occidente cristiano.
La tradición occidental, que la revelación y la experiencia cristiana ha clarificado y fortalecido, resuelve la tensión entre los sexos recurriendo al amor fiel e irrevocable como motivo y cualificación de la relación interpersonal entre varón y mujer. La biología queda asumida y trascendida por un amor personal, libre y fiel, ejemplarizado y enriquecido por el amor de Dios que habita en nuestros corazones. “Vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por vosotros". Entregáos unos a otros con el amor de Cristo. Amáos unos a otros como a vosotros mismos. El sexo no es lo que domina, sino que se convierte en expresión y vehículo de este amor fiel y poderoso que nos rescata de la muerte. Otra antropología, otra manera de ver y vivir la misma humanidad.
+Fernando Sebastián Aguilar