Sobre la Iglesia (I)
Texto de la Conferencia “Sobre la Iglesia“, pronunciada en el Centro Teológico de Zaragoza, el 11 de febrero del 2008.
SOBRE LA IGLESIA
Entiendo que esta invitación para dar una conferencia sobre la Iglesia no pretende que yo os exponga aquí en menos de una hora un tratado completo sobre la Iglesia. Las últimas generaciones de cristianos tenemos una magnífica escuela donde aprender la verdad de nuestra Iglesia en los documentos del C. Vaticano II, especialmente las Constituciones Lumen Gentium y Gaudium et Spes.
Más bien creo que lo que esperan de mi quienes han invitado a estar hoy aquí con vosotros, es que os presente unas cuantas ideas o sugerencias personales que nos ayuden a fortalecer algunas convicciones fundamentales sobre el ser de la Iglesia y a mantener firme nuestra confianza en ella a pesar de las muchas críticas, tan injustas como disparatadas, que tenemos que oír frecuentemente.
El Papa Benedicto les decía hace poco a los Obispos portugueses que tenemos que hablar más de Dios y de Jesucristo y menos de la Iglesia. Yo también estoy convencido de ello. Pero se me ha pedido que os hable de la Iglesia, he pensado que podría ser útil para vosotros presentaros unas cuantas afirmaciones que os ayuden a conservar viva la alegría de ser hijos y miembros de la Iglesia de Jesucristo, a pesar de las muchas cosas disparatadas y mal intencionadas que se dicen contra ella.
Iª, NO OLVIDEMOS NUNCA QUE LA IGLESIA COMIENZA CON JESUCRISTO.
Se habla y se escribe muchas veces de la Iglesia fijándose exclusivamente en la conducta de unas personas concretas, o en lo que pensamos que hicieron los cristianos una época determinada. Así, los medios de comunicación y a veces los mismos cristianos, hablamos de lo que la Iglesia hizo o dejó de hacer, de si la Iglesia española está o no está adaptada a las exigencias de la democracia. En una acción o en unas palabras, a veces deformadas en los titulares de los periódicos, encontramos base suficiente para alabar o criticar a la Iglesia en general. Así nuestra confianza en la Iglesia y nuestro amor por ella están siempre en peligro, pendientes de cualquier actuación discutible de una persona determinada.
Los cristianos no podemos olvidar nunca, ni siquiera en nuestros comentarios más espontáneos, que Jesucristo es la Cabeza, el Principio de la Iglesia, y con El forman parte indiscutible de la Iglesia la Virgen María, los Apóstoles, los mártires y los santos de todos los tiempos.
Podemos opinar como nos parezca de la actuación o del pronunciamiento de un sacerdote, de un obispo o de una organización de fieles. Pero eso no debe llevarnos a hacer juicios generales ni mucho menos a perder la confianza en la santa Madre Iglesia. La Iglesia verdadera comienza en Jesucristo. Cuando queramos referirnos a “la Iglesia” tenemos que pensar que estamos señalando primariamente a Jesucristo, y con El a la Virgen María, a los santos, a tantas personas buenas que viven o vivieron tratando de hacer el bien siguiendo las enseñanzas y los ejemplos del Señor.
Hablando con propiedad, la Iglesia es ante todo el grupo de Jesús con sus discípulos, en Galilea, en el Sermón de la Montaña, en el Cenáculo. La Iglesia es Pentecostés, la Iglesia son los Doce Apóstoles predicando cada uno el mensaje de Jesús en una parte del mundo. La Iglesia son ahora los cristianos del mundo entero, en Africa, en América, en China, siempre en continuidad histórica con la comunidad de Jesús, siempre en comunión espiritual con los santos de todos los tiempos, siempre animados interiormente por el Espíritu del Señor resucitado.
La Iglesia, los cristianos, somos en el mundo la continuidad histórica de Jesús, el cuerpo visible de su presencia invisible, identificados espiritualmente con él, por el sacramento de la Eucaristía, por el que Cristo está junto a nosotros, haciéndonos su familia y su Iglesia, en todos los lugares y en todos los tiempos.
Si tenemos esto en cuenta, 1º, Nuestros juicios serán más moderados y más prudentes. Cuando nos digan que la Iglesia está aliada con el PP, o que la Iglesia estuvo con Franco, o que está siempre con los ricos, podremos admitir tranquilamente lo que sea verdad sin que por eso quede comprometida nuestra veneración por la Iglesia de Jesús y nuestro gozo por ser miembros suyos. Estemos o no estemos de acuerdo con lo que haya hecho un determinado señor o con lo que hicieron unos señores en unas determinadas circunstancias, podremos seguir estando orgullosos de nuestra Iglesia. Las sombras de nuestros errores y debilidades hacen que resalten más la grandeza de Cristo, de sus ejemplos y enseñanzas, y el esplendor de la vida de tantos miles y millones de santos, antiguos y modernos, que hermosearon el mundo y aliviaron el dolor de tantos hermanos con sus buenas obras.
Si criticamos la actuación de unos comerciantes, o de unos abogados, o de un grupo cualquiera de españoles, nunca diremos España ha actuado mal. Esa misma cautela tenemos que tener y tendrían que tener todos con la Iglesia. La realidad inmensa y misteriosa de la Iglesia merece más respeto, porque la Iglesia es Cristo en nosotros, Cristo perdonando, santificando y salvando a la humanidad, a los que creen en El y se dejan conducir por El.
Y 2º, cuando tenemos esto en cuenta, las deficiencias en el comportamiento de algunos cristianos, las deficiencias en el funcionamiento de algunas instituciones (que pueden ser reales), y las decepciones que podamos padecer en consecuencia, se quedarán en sus dimensiones justas, y no afectarán nunca a nuestro amor a la Iglesia, a la participación en su vida y en su misión. ¿Cómo puede ser que unos cristianos se marchen de su parroquia y dejen incluso de practicar la vida sacramental por un enfado con su párroco? O ¿cómo puede ser que otros digan que no van a poner la crucecita porque un obispo ha dicho algo que no les ha gustado? Se les podría preguntar, pero ¿qué es la Iglesia para ti? Si la vemos siempre encabezada por Jesús, El solo, por encima del buen o del mal comportamiento de los cristianos, será siempre razón suficiente para quererla y servirla con alegría y con entusiasmo a pesar de todos los pesares. Si los que viven fuera de la Iglesia no lo ven así, puede resultar explicable, no lo sería si no lo viéramos los que queremos de verdad vivir como buenos cristianos.
IIª. NO PENSAR SOLO EN LA IGLESIA DE SAN PEDRO, PENSEMOS TAMBIÉN EN LA IGLESIA DE LA VIRGEN MARÍA.
Que quiero decir con esto? Quiero decir que en la Iglesia lo más importante no es la Jerarquía, el Papa con el conjunto de los Obispos y de los sacerdotes, sino que lo más importante, lo verdaderamente decisivo en la Iglesia es la santidad, la oración y la adoración, el amor a Dios y al prójimo, la fortaleza y la fidelidad en las dificultades, las obras de misericordia, el desprendimiento de los bienes de este mundo y el amor a la vida eterna.
No es que se pueda separar lo uno de otro, la Iglesia es la comunidad de los discípulos de Jesús, tal como la quiso El, presidida por los Apóstoles y sus sucesores, unificada en torno a la Eucaristía y santificada por los sacramentos. Pero la riqueza primordial de esta comunidad de discípulos no es la organización, ni son los diferentes ministerios establecidos por el Señor para servir al Pueblo de Dios en sus necesidades espirituales. La principal riqueza del Pueblo de Dios y de la comunidad cristiana es la caridad, el amor a Dios y al prójimo, las obras de misericordia, la oración de los contemplativos y los trabajos de quienes se esfuerzan cada día por mejorar la vida y aliviar los sufrimientos del prójimo.
Desde la más antigua tradición, la Virgen María es como la síntesis y la mejor representación de esta dimensión mística de la Iglesia, la dimensión del amor, de la fidelidad, de la unión espiritual con Jesús, la riqueza interior y exterior de las buenas obras, el esplendor de la humanidad renovada por la presencia de Jesucristo y la acción del Espíritu de Dios en nosotros sus siervos.
Hay una compenetración espiritual entre la Virgen María y la Iglesia universal, en virtud de la cual, María es la mejor representación de la Iglesia entera. Además de Madre de Jesús, María es la primera y la mejor discípula, el cumplimiento de la obra de Jesús en la renovación de la humanidad entera, el proyecto de la nueva humanidad en su perfección más acabada y más amable. La Virgen María es el núcleo, lo más santo, lo más hermoso de la Iglesia, la criatura que mejor responde a los deseos de Dios y mejor colaboró y colabora con su providencia de amor y salvación.
Aunque los Obispos y los sacerdotes seamos en la Iglesia lo más notorio, lo que más se ve, a veces somos también los más criticados, no somos lo más importante. Lo más importante, después del Jesús, es la Virgen María, y con ella los santos y las santas de todos los tiempos. Lo más importante en la Iglesia es la confianza en Dios, la caridad con el prójimo, la abnegación de uno mismo por el bien de los demás. Eso es lo que hace realmente grande a la Iglesia y le da fuerza para ser signo y sacramento de la presencia salvadora de Dios en el mundo.
Cuando algunos cristianos, o cristianas, se quejan de que la Iglesia no conceda la ordenación sacerdotal a las mujeres, cuando interpretan esta práctica como una discriminación en contra de las mujeres, yo les pregunto ¿quién es más importante en la Iglesia, San Pedro o la Virgen María? ¿Quiénes son más importantes en la Iglesia española, los obispos que firmaron la carta de 1937 o los miles de mártires que fueron fusilados en el verano del 36 por no renegar de su fe en Dios y en Jesucristo?
En la prensa, en la mayoría de los comentarios, en la misma práctica de la Iglesia, quienes tenemos alguna misión jerárquica somos considerados como los más importantes. Y esto nos lleva a que la Iglesia sea considerada como una institución de poder, en la que la autoridad y los cuadros dirigentes son lo principal, como suele ocurrir en las sociedades humanas. Pero en la Iglesia no es así. Las palabras de Jesús nos hacen pensar de otra manera. “El que quiera ser el primero que se haga servidor de todos” “Si no os hacéis como niños no entraréis en el Reino de los Cielos”. En la Iglesia todo es transitorio menos el amor, menos la vida eterna. En la hora definitiva a todos nos juzgarán por el amor, todo lo que hayamos hecho en la vida fuera de la voluntad de Dios y del amor al prójimo será consumido por el fuego y únicamente será aceptado lo que hayamos hecho humildemente guiados por el Espíritu Santo y movidos por el amor. Y esto vale para todos, para los laicos y para los clérigos, para los seglares y para los religiosos, para los tradicionalistas y los renovadores. A todos nos juzgarán por el amor que hayamos practicado en nuestras vidas, ésa es la jerarquía definitiva en la presencia de Dios.
La Iglesia de Jesús es también la Iglesia de la Virgen María y de los santos, es la Iglesia del amor, la Iglesia de la oración y de la alabanza, la Iglesia del trabajo y del servicio de cada día, de las buenas obras, de la humildad y de la misericordia, del perdón y de la paciencia. Yo espero que, con el tiempo, la imagen de la Iglesia en el mundo ayude a ver esta dimensión espiritual de la Iglesia como lo más importante en la vida de cada uno y en el conjunto de la comunidad de los discípulos de Jesús.
Nos vendrá bien recordar estas consideraciones cuando nos asalten tentaciones de vanidad y de soberbia pensando que somos más y mejores que los demás, o cuando hacen mella en nuestro ánimo las críticas contra los personajes más sobresalientes de nuestra Iglesia. Nadie puede medir el amor que una persona pone en el desempeño de sus cargos y de sus obligaciones. Nadie puede negar que en la Iglesia de hoy, como en la Iglesia de todos los tiempos haya muchas personas buenas que oran y alaban a Dios, que hacen el bien de mil maneras, sin hacer ruido, sin llamar la atención de nadie. Nadie sabe quién es más importante ante Dios o quien está haciendo cosas más importantes para la salvación del mundo. Sin embargo, sí podemos decir que la santidad y la bondad de muchos cristianos alivian los sufrimientos y embellecen la vida del mundo.
IIIª. NO ES DE ESTE MUNDO PERO ESTÁ PRESENTE EN TODOS LOS RINCONES DEL MUNDO.
Desde hace unos cuantos años se nos pide a los cristianos que vivamos con los pies en el suelo. Se critica a la Iglesia y a la religión en general de perderse en las alturas del cielo y ocuparse de los asuntos impalpables de la vida eterna. Un ateo presuntuoso pudo decir “Nosotros nos ocupamos de las cosas de la tierra y dejamos el cielo para los pájaros”.
Pues bien, nosotros los cristianos podemos decir que nos ocupamos de las cosas de la tierra con la máxima verdad y seriedad, precisamente porque tenemos el corazón en el Cielo. Estamos salvados en la esperanza, reza el título de la reciente encíclica del Papa Benedicto XVI, sabemos que tenemos abiertas las puertas del Cielo por el poder de Dios que resucitó a Jesús y vivimos sostenidos y guiados por esta esperanza. Vivimos en la tierra cogidos de la mano del Dios del Cielo, por eso nos sentimos con fuerza para caminar, por eso sabemos cual es el verdadero sentido de nuestra vida, por eso nos sentimos libres de las esclavitudes de este mundo y podemos amar a nuestros prójimos con un amor verdadero, generoso, sacrificado y fuerte, que es el amor con el que Dios nos ama y nos ayuda a todos. La esperanza de la vida eterna es libertad y fortaleza para amar, para servir, para sacrificarse por el bien del prójimo.
Los cristianos, en la medida en que somos Iglesia por dentro, en el interior de nuestros corazones, vivimos con Jesús y con los santos, vemos delante de nosotros el esplendor de la patria eterna, y eso nos da fuerzas para superar los sufrimientos y las dificultades de esta vida, nos ayuda a vencer los poderes y las ambiciones de este mundo y libera nuestros corazones para amar a los demás y dedicarles nuestras energías y nuestro tiempo con la fortaleza y la generosidad de N. Señor Jesucristo.
Cuanto más identificados estamos con los santos del Cielo, más fuertemente nos sentimos movidos a ayudar a nuestros hermanos a conocer la verdad y las promesas de Dios, a proceder siempre y en todo con verdad y rectitud. Desde la atalaya del juicio de Dios y de la vida eterna podemos percibir y valorar la verdad o la mentira de todos los momentos y circunstancias de nuestra vida. Nada hay que escape a esta iluminación. Nada que no necesite esta perspectiva de eternidad para ser del todo humano y justo. Ni el amor de la familia, ni el verdadero valor del dinero, ni el poder y la responsabilidad de los políticos descubren sus verdaderas dimensiones si no sabemos situarlas en esta perspectiva de la vida eterna. Esta es precisamente la misión fundamental de la Iglesia, ayudar a todos los hombres y ver la verdad de la vida y a vivirla en rectitud y justicia iluminando la trama entera de nuestra vida con la luz de la resurrección de Cristo y organizándola en función de la salvación eterna.
Se equivocan los que piensan que adorar a Dios y vivir en comunión con Dios nos apartan del mundo. Y se equivocan también quienes piensan que la Iglesia y los cristianos tienen que dejar de ser religiosos para alcanzar una presencia significativa y operante en el mundo. Al contrario, cuanto más cerca de Dios estamos, más capaces somos de intervenir para bien en todos los asuntos de la vida terrestre.
Si la Iglesia, si los cristianos, alguna vez, no hemos sido, o no somos, suficientemente generosos, si no nos interesamos por los pobres como deberíamos, si no luchamos suficientemente contra las injusticias, si somos egoístas y nos dejamos ganar por los bienes de este mundo, no es porque vivamos con el corazón ocupado y evadido en las cosas celestiales, sino precisamente por todo lo contrario, porque no somos suficientemente celestiales, porque no vivimos en comunión espiritual con Jesús resucitado, porque no estamos cerca de Dios, porque no tenemos puesto el corazón en la esperanza de la vida eterna, en esa vida eterna que es transparencia, amor, solicitud de unos por otros, alegría y gratitud por el bien de los demás, alabanza de Dios por el bien de todos.
El remedio para nuestra mediocridad y el aguijón para avivar nuestra solidaridad con los pobres y nuestro trabajo por la justicia no está en hacernos más seculares y más metidos en el mundo, dejando de lado la oración y la esperanza de la vida eterna, sino en hacernos más celestiales, en vivir más cerca de Dios, en vivir muy cerca del corazón de Jesús resucitado que nos dice “ama a tus hermanos como eres amado por mi Padre, perdona como eres perdonado, sirve como eres servido, ayuda a los demás como tú eres ayudado y acogido por el amor del Padre que te salva”.
IV ª, SANTA Y PECADORA.
En nuestro ambiente son muy frecuentes las acusaciones de hipocresía contra la Iglesia. Cualquier error o cualquier pecado de un eclesiástico es motivo suficiente para negar la santidad y la credibilidad de la Iglesia. No tenemos que tener reparo en afirmar y defender la santidad de la Iglesia. Decir que la Iglesia es santa no quiere decir que nosotros nos presentemos como santos. La Iglesia es santa por sí misma, precisamente en lo que no depende de nosotros. La Iglesia no es santa por nosotros, sino que nosotros somos santos por la Iglesia. Esto se entiende muy bien después de lo que hemos dicho. La Iglesia es Jesús, su vida, sus enseñanzas, su presencia misteriosa en nosotros. La Iglesia es la Eucaristía, los sacramentos, la fortaleza de los mártires, el amor y las obras admirables de los santos.
Pero la humildad y el realismo nos obligan a reconocer que la Iglesia, de alguna manera, también somos nosotros, todos los bautizados, por eso, mientras peregrina por este mundo, la Iglesia no es totalmente santa, nosotros con nuestros pecados, con nuestra tibieza, con nuestras omisiones, hacemos que no sea enteramente santa, como lo será después de la consumación, cuando al final de los tiempos Dios separe el trigo de la cizaña y el fuego de Dios purifique en nosotros todo lo que no es santo.
De lo cual podemos sacar dos consecuencias provechosas. La primera es que los escándalos que se puedan producir, y es verdad que se producen muchos, más de la cuenta, no tienen que disminuir en nosotros el amor y la devoción por nuestra Madre la Iglesia. La Iglesia, por sí misma, en sus orígenes y en sus fuentes, en su doctrina y en sus medios es santa y santificadora. Sus miembros, en la medida en que somos fieles a lo que de ella recibimos, nos santificamos, nos acercamos a Jesús y prolongamos sus obras de salvación. Ningún error, ningún pecado de sus hijos debilita ni mancha esta santidad esencial y definitiva de la Iglesia.
La segunda conclusión es que por correspondencia a los muchos bienes que en ella recibimos, por gratitud a Dios que nos llamó y a Jesús que nos redimió con su muerte, por lealtad con tantos hermanos santos como tenemos, nosotros tenemos también que ser dóciles a las enseñanzas de la Iglesia, dejarnos guiar por ella para que nosotros brille también la bondad de Dios y el esplendor de la nueva humanidad fundada y difundida por N.S. Jesucristo.
Continuará….
9 comentarios
Qué tendrá eso que ver. La ordenación de mujeres es uinevitable os pongáis como os pongáis.
que es justo la imagen que dan los bloggers perseguidores y condenadores de este medio
Quizás desde el concepto feministoide masculinizante, en que todo lo que hace la mujer es indigno, menos lo que sea parecido al hombre
La ordenación de mujeres es imposible, desde el punto de vista teologico. Solo puede ser defendida bajo los argumentos de "poder" y "derecho", y el sacerdocio no esta visto ni como algo de "poder" ni como un "derecho. Sino como un servición y una vocación.
SOBRE este asunto controvertido, a menudo hasta el paroxismo de ciertas medidas extremistas, casi como en ningún otro podría acogerme a aquello clásico, propio del "sensus fidei", a saber, doctores tiene la Santa Madre Iglesia...
Con todo, sí me considero capaz de formular dos principales consideraciones al respecto. La primera: Cristo Jesús nos exhorta a que "obedezcamos a Pedro y al resto de los apóstoles (los obispos en comunión con el sucesor de Pedro); a menudo los más encendidos partidarios de la ordenación ministerial de la mujer son enfurecidos críticos, contrarios y hasta casi "enemigos" del Papa y de la jerarquía. La segunda: huelga decir que quien estas líneas escribe conoce a muy pocas personas en comparación con las que podría conocer (me refiero a gentes de iglesia, de comunidades cristianas, etcétera). Sin embargo, de las mujeres jóvenes que conozco las más partidarias de la ordenación sacerdotal de la mujer son aquellas que a mi juicio (es decir, siempre a mi juicio, que no va a misa, claro, esto es, es el juicio de un particular que para nada implica a la voz autorizada de la Iglesia y que por otra parte claro que sí asiste a misa) menos intensamente viven la fe católica; las menos partidarias son aquellas que, según entiendo yo, parecen mostrar que para sentirse plenamente realizadas como mujeres en la Iglesia no necesitan ser sacerdotes presidentas de la Eucaristía; creo que me han comunicado de varias maneras que les bastaría con ser religiosas o monjas, con ser profosoras universitarias, con ser madres, con coordinar actividades de grupos diversos, etcétera. Lo cual no quiere decir que no existan mujeres de una auténtica vida cristiana, estupendas discípulas de Jesucristo, deseosas de ser ordenadas como sacerdotisas. En definitiva, a mayor cultura secularista y mundana, mayores niveles de reivindicación de la ordenación sacerdotal para la mujer, y de paso exigencia a la Iglesia de otras medidas progresistas: aborto sí, contracepción, homosexualismo, otros modos de convivencia ajenos al matrimonio cristiano (libertad sexual en suma más o menos encubierta); a mayor intensidad en la vivencia de la fe y de la comunión fiel con la Iglesia, menores niveles de exigencia de la ordenación ministerial para la mujer.
Y ojo: cuando digo mayor intensidad en la vivencia de la fe y de la comunión fiel con la Iglesia, estoy pensando en determinadas organizaciones apostólicas y por ende solidarias que en asuntos de verdadera solidaridad, justicia hacia los empobrecidos, etcétera, dan cien mil vueltas de calidad a las organizaciones progres, que mucho bla bla bla sobre solidaridad y opción por los pobres y resulta que por la boca muere el pez, esto es, se trata de coartadas para trenes de vidas inconfesablemente aburguesados y mundanizantes.
Por lo demás, yo los animo a ustedes, si me permiten, modestia aparte, a que desde estas páginas de infocatólica no solamente contribuyan a desenmascarar la "mentira" del progresismo cristiano apuntando al sexto mandamiento y a la infidelidad a aspectos litúrgicos, cosa que es muy verdad y hay que seguir haciendo, sino que apunten adonde más les duele a esos lobos disfrazados de cordero, es decir, a denunciar que en general la cantinela de que ellos y ellas sí son solidarios y optantes por los pobres es, en líneas generales (excepciones a esto siempre podremos encontrar, claro es,), sencillamente mentira. Dicen representar a los pobres y a los desheredados cuando lo cierto es que las más de las veces los utilizan como armas arrojadizas contra la Iglesia, contra el Papa y la jerarquía; otras veces los utilizan en plan "despotismo teológico ilustrado", es decir, todo por los pobres pero sin los pobres; y casi siempre los utilizan para fundamentar la ideología laicista mundana, en connivencia lógicamente con los poderes laicistas y anticristianos de nuestra sociedad (Prisa, Psoe, diario "Público"...).
Puede que sea muy poco esto a lo que aspiran, pero el caso es que es mi apreciación se basa en la observación de lo que veo que pasa. Desde luego, mi prisma de observación intento enfocarlo hacia tres pilares, básicos en la espiritualidad obrera: ver, juzgar y actuar.
Saludos en Cristo, en la Iglesia y en los Pobres.
LUIS ALBERTO HENRÍQUIEZ LORENZO
(N. de M. Los comentarios que se ponen en post tan antiguos difícilmente suscitarán diálogo. Por otro lado, para dirigirse al Director como hace respecto al portal, por favor utilice el email de contacto correspondiente)
Los comentarios están cerrados para esta publicación.