La clase de religión, cuestión de vida o muerte (y II)
¿Qué tenemos que hacer?
No sería justo que os dejara ante esta incertidumbre sin ayudaros a ver cómo podemos proceder para salir adelante en nuestro empeño. El primer consejo, muy sincero, tiene que ser el consejo de la convicción y de la autenticidad. Hoy no podemos hablar de Dios sin estar profundamente convencidos de lo que decimos, sin hablar de El con piedad, con devoción, con amor manifiesto. El mundo de las cosas espirituales sólo se hace presente y comprensible mediante el testimonio. Y el primer testimonio tiene que ser el convencimiento vital de quien habla de ellas. No se puede hablar de Dios con verdad si no hablamos de un Dios que adoramos, que amamos, del que estamos prendidos por la gratitud, por el amor, por la obediencia amorosa de los hijos. La contradicción de los laicistas nos está obligando a ser más auténticos en nuestra fe, más testigos, más santos.
Al encontrarse en un ambiente hostil, donde la Iglesia y sus representantes son criticados, aparece la tentación de desmarcarse de la Iglesia para que nos acepten más fácilmente a nosotros. Es el truco de los “progres”. La Iglesia, los obispos, los curas, los cristianos integristas… los pobres, viven en la edad media, son medrosos, ignorantes, intolerantes, han perdido el tren. Cuando nuestros interlocutores nos dicen “si todos fueran como tú”… podemos echarnos a temblar. Es señal de que estamos buscando facilidades y comprensiones a costa de nuestra autenticidad cristiana. Lo que no hagamos con toda la Iglesia a cuestas no va a servir de nada. Da un poco de risa ver con qué bondadoso paternalismo algunos personajes nos dicen a los obispos que hemos perdido el contacto con la cultura real. Los obispos no somos infalibles, pero tampoco somos tontos, ni desleales.
Yo creo que la postura correcta, en vez de este repliegue vergonzante, la actitud justa es la de la entereza y la plena seguridad de quien está ejerciendo un importante derecho personal y político. No estáis en la escuela pública como mercenarios o instrumentos de una Iglesia oscurantista y aferrada a sus privilegios. No van las cosas por ahí. Estáis como profesores del Estado y miembros del claustro docente, ciertamente presentados y autorizados por la Iglesia católica, en virtud del derecho de los ciudadanos católicos a que sus hijos reciban enseñanza católica, precisamente en la escuela pública porque es de todos. Es el derecho de los padres de vuestros alumnos, y de vuestros mismos alumnos, el derecho a ser católicos en el ejercicio de su libertad religiosa, lo que fundamenta vuestra presencia en la escuela. Vuestra presencia y vuestra libertad de actuación es una prueba de verdadera democracia. El Estado de derecho tiene que ofrecer a los ciudadanos una escuela pública a su servicio en conformidad con sus deseos y sus creencias. Es el Estado el que tiene que acomodarse a los deseos de los padres y no al revés. Estamos en una sociedad libre, y el Estado tiene que ser servidor de los ciudadanos. El gobierno y el ministro de turno pueden tener las creencias que quieran y pueden educar a sus hijos como mejor les parezca. Lo que no pueden hacer es educar a los hijos de los ciudadanos, y menos reeducar al país entero, a medida de sus creencias y de sus gustos. Una sociedad de hombres libres no lo puede permitir. Este derecho está reconocido en la Constitución, pero es anterior a la Constitución y a todas las leyes que pueda dar un gobierno determinado.
Los grandes temas de nuestra docencia
Entrando ya en el itinerario docente, una buena educación religiosa requiere en la mayoría de los casos una reconstrucción de la mente de nuestros alumnos. Hoy, como ha dicho Benedicto XVI, no se puede ser cristiano sin vivir una verdadera “conversión intelectual.” Y es que la visión del mundo y de la vida, los valores, la sensibilidad moral que se aprende por contagio en la vida corriente es incompatible con una verdadera visión cristiana de las cosas. Si lo importante son las cosas de este mundo, si me siento libre para programar mi vida a mi gusto, sin aceptar la existencia de ninguna ley superior en la configuración de mi conciencia, si no tengo en cuenta ni la inmortalidad del alma ni el juicio permanente de Dios, si no soy capaz de apoyar mi vida sobre unas cuantas convicciones firmes y seguras, es imposible llegar a una decisión de fe en Jesucristo en virtud de la cual determine el sentido y asegure la configuración de mi existencia.
Por eso un buen profesor de religión tiene que ser un experto en reeducación, un paciente reconstructor de las convicciones fundamentales de una persona mentalmente sana y afectivamente madura. A la vez que les vamos presentando los puntos fundamentales del cristianismo, tenemos que ayudar a nuestros alumnos a reconstruir la idea y la experiencia de su libertad, a descubrir la grandeza de su responsabilidad en la construcción de sí mismos y de toda la red de sus relaciones y conexiones con los demás, sobre el fundamento de la verdad y del amor, con fidelidad y generosidad.
Una cierta tendencia que yo creo equivocada nos lleva a callar aquello que a nuestros oyentes no les gusta oír. Esto puede valer para un vendedor, pero no para un evangelizador. Cuando hablamos en el nombre del Señor, la estrategia no puede ser “qué es lo que le va a gustar oír a mi cliente”?, sino ¿qué le diría ahora el Señor a este muchacho o a esta chica?, ¿cómo se lo diría para llevarlos a la luz de la verdad y de la salvación?, ¿cómo puedo llegar a lo más sano y más noble de su corazón?, ¿cómo puedo sintonizar con la fibra de hijo de Dios que sin duda lleva en el fondo de su alma? Jesús, además de Mesías, era un excelente pedagogo. Tenemos que aprender y practicar la pedagogía de Jesús, basada en el amor a las personas y en el absoluto respeto a la verdad.
De una reflexión sobre nosotros mismos, nuestra libertad, nuestra responsabilidad ante la propia vida y la vida de los demás, se desemboca fácilmente en la inquietud acerca de la existencia de Dios, su relación con nosotros, la función que desempeña el reconocimiento y la adoración de dios en la vida personal, como ideal y bien supremo, como norma viviente de vida, como amor que nos sustenta, nos perdona, nos estimula, nos espera, nos sana en toda circunstancia.
Mejor que entretenerse en muchas disquisiciones filosóficas sobre Dios, que la mayoría de los alumnos no son capaces de comprender ni de asimilar bien, es mejor pasar pronto a presentar a Jesús, primero como hombre real y cercano, patrimonio de la humanidad, para presentarlo enseguida en su verdadera realidad profunda, tal como nos aparece en los evangelios, en la fe de la Iglesia y en la experiencia de los santos. Tenemos que tener muy claro que el Jesús real y verdadero no era el hombre visionario y rebelde que trataron de eliminar los judíos, sino el Hijo santo y misericordioso que Dios resucitó para nuestra salvación.
En la presentación de Jesús, no basta quedarse en los datos o en los hechos y dichos exteriores, por muy hermosamente que los presentemos, hace falta llegar a fundamentar la fe de los Apóstoles, con finura y con claridad tenemos que ayudar a nuestros jóvenes a expresar y fortalecer su fe en Jesús como Hijo de Dios, como Palabra viva de Dios, como presencia de la verdad de Dios sobre nosotros mismos, sobre la humanidad entera. Tenemos que procurar que los alumnos vean cómo el encuentro con ese Jesús vivo cambia la vida, nos obliga a todos a revisar nuestra vida y a situarnos en un mundo diferente, el mundo de Jesús, que es el mundo del Dios creador y Padre misericordioso, el mundo de las bienaventuranzas, el mundo del amor, del perdón, de la paz y de la esperanza. El mundo de los santos, que es el mundo real en el que queremos vivir los cristianos. El único mundo real en el que los hombres podemos vivir plenamente y felizmente nuestra humanidad y nuestra vida. El ideal de un buen profesor de religión no tiene que ser que los alumnos estén entretenidos en clase, sino que salgan fortalecidos en su fe, entusiasmados y contentos de ser cristianos.
La enseñanza sobre los fundamentos y el proceso de la fe en Jesucristo y de la fe en Dios tendría que ser un tema tratado con claridad y con acierto. Si queremos ayudar a nuestros jóvenes a ser cristianos en un mundo tan confuso y tan agresivo como el actual, tenemos que enseñarles a justificar su fe, a valorarla, a alimentarla con las lecturas, con la oración, con las buenas obras, con el arrepentimiento de los pecados y la esperanza animosa de la vida eterna.
Un tercer centro de atención tiene que ser la primacía de la salvación, las promesas de la vida eterna, con la consecuencia inevitable del riesgo de la condenación. Especial interés hay que poner en presentarles bien el juicio de Dios como confrontación permanente de nuestra vida con la Verdad de Dios, el vacío y la inutilidad de una vida construida fuera del orden real de la sabiduría y de la voluntad de Dios que da la vida y la felicidad, la presentación de la condenación posible al fracaso eterno de nuestra vida al margen del reconocimiento y la adoración de Dios. Es verdad que son cuestiones delicadas que hay que saber presentar para no herir ni amedrentar a las personas, pero no por eso podemos omitirlas. Benedicto XVI en su encíclica sobre la esperanza cristiana nos ha dado una excelente lección de autenticidad cristiana y de excelente pedagogía.
Y por último, como consecuencia de una visión de lo que somos, hay que saber presentar de una manera positiva, como un verdadero descubrimiento y rescate de nuestra libertad, los principios básicos de la moral cristiana, como la moral de los hijos, la moral del amor a la verdad de la vida, la moral de la esperanza y de la felicidad. No quiero decir que disimulemos las prohibiciones de la moral cristiana, sino que presentemos las prohibiciones como lo que son, verdaderas defensas del amor a la verdad y a la dignidad de la vida en los demás y en nosotros mismos. En estos momentos no podemos ser educadores si no somos capaces de presentar de una manera positiva, convincente y atrayente la moral cristiana sobre el amor y la sexualidad, si no somos capaces de hacer que los jóvenes redescubran la humanidad y la belleza del verdadero concepto de la virtud cristiana de la castidad, entendida como humanización del sexo y educación para el verdadero amor en la vida personal, tanto en la vida esponsal como en el camino del celibato y la virginidad. Ya sé que es una tarea difícil, pero retroceder ante ella sería renunciar a educar cristianamente. Les hablan de sexo desde mil altavoces equivocados o interesados, muchas veces explotadores camuflados de redentores, ¿vamos a ser los educadores cristianos los únicos que no les digamos cómo se vive la sexualidad en el marco de una vida humana dignificada por la amistad con Dios y la imitación de Jesucristo en la obediencia a Dios y el cumplimiento de la ley suprema del amor al prójimo? Si hace muchos años pecamos por exceso, ahora hace ya bastantes años que estamos pecando por defecto. Callar no es quererlos. Quererlos es enseñar y educar.
Conclusión
Termino con las palabras del Papa, que son también palabras de Jesús “No tengáis miedo”. El Señor está con nosotros. En los corazones de vuestros alumnos el Espíritu Santo ha preparado ya la tierra para que vuestras palabras germinen y den abundante fruto. Aunque no la veáis, la mano del Señor está presente. Vuestro trabajo requiere una buena formación profesional, en filosofía, en Biblia, en teología. Supone también una buena sensibilidad pedagógica, pero supone sobre todo una fe muy grande, una visión ilusionada del mundo sano y fraterno por el que murió Jesús y por el que trabajamos mano a mano con El, para que Dios sea glorificado, para que nuestros conciudadanos y hermanos vivan con la dignidad, la alegría y la esperanza que Dios quiere para todos sus hijos. Os he dicho que estáis en la primera línea de la evangelización. Ahora os digo que estáis también en la primera línea del progreso, de la construcción de una sociedad segura, reconciliada, pacífica, libre y alegre. No se ha inventado mejor educación para la ciudadanía y la convivencia que las bienaventuranzas proclamadas por Jesucristo. En ello estamos.
32 comentarios
Éstas que usted presenta son las líneas básicas, el decálogo, de actuación de los profesores de religión.
Que Dios le Bendiga
A la luz de esta "polvareda" que se está levantando en los diversos Blogs de RELIGION DIGITAL: la linea de comunicación de la COPE, su estilo editorial y el de sus comunicadores (Federico, Cristina, César), que si son evangélicos, que si agnósticos, que si propugnan el aborto, que si llaman a la Virgen solo "la madre de Jesús", que si este Sr. Prada, ahora, aparece removiendo, en nombre de su catolicismo contrastado con los otros periodistas, hasta el propio Vaticano...
Usted, a quien considero un hombre sabio, prudente, de oración y de fe, le ruego una ¡PALABRA!, que nos rroje luz ante tanta divisióny falta de clarividencia.
¿Por qué y para qué la COPE?.
¿En qué medida deben ir paralelos la información-opinión-análisis de sus profesionales con el Evangelio?
¿Debe ser la COPE el púlpito de un predicador?
Si se denosta así a estos profesionales, ¿qué no debiéramos plantearnos ante los políticos del PP (derecha) ante su enfoque de la sociedad desde la Fe, la Educación, los Valores de la persona, cuando han renunciado a la antropología cristiana, su fomento exclusivo del "bienestar" ( y no del bien-SER)?
Le suplico, en nombre de bastantes, nos arroje una luz prudente, certera, ecuánime de pPADRE, sobre esta emisora tan atacada -(¿por qué?)-. desde dentro y fuera de la Iglesia.
Un fraternal abrazo en N.S.J.
- La Iglesia no exige, ni recomienda, la constitución de partidos confesionales (partidos sólo de católicos, sólo para católicos, con política pretendidamente católica, incluso en las cuestiones contingentes y opinables).
- Es legítimo a los católicos participar en partidos no confesionales, colaborando con no católicos, siempre que se reconozca la validez de la ley moral natural como norma moral para el tratamiento de todos los temas políticos.
- Los partidos laicos, para que los católicos puedan participar en ellos, deben también reconocer y respetar la libertad de conciencia de los católicos para manifestar sus puntos de vista confesionales como fundados en la recta razón, y se admita la objeción de conciencia en todos aquellos temas que les parezcan contrarios a la moral natural o a la moral católica, tanto en las decisiones partidistas, como en las votaciones de los diputados y las decisiones de gobierno.
- Los católicos no deben intervenir en aquellos partidos que expresamente nieguen la existencia de una ley moral objetiva que se debe respetar en la vida política o se manifiesten contrarios a la libertad religiosa de los ciudadanos en general, de los católicos, o de la Iglesia católica sin el reconocimiento de la objeción de conciencia y de la libertad religiosa de sus propios militantes y representantes.
En mi opinión, es una injusticia mayúscula afirmar que los políticos del PP han renunciado a la antropología cristiana y fomentan exclusivamente el bienestar.
Por otro lado, creo que es mejor no desvariar del tema tratado por Mons.Sebastián: apoyar la clase de Religión para nuestros hijos y apoyar a los profesores de Religión es tan prioritario como sostener a los medios de comunicación libres de la ideología lamentablemente mayoritaria hoy en España.
El educador es la fiel infanteria, que desde la primera linea defiende la posición. Fuerza amigos, con la ayuda de Dios vamos A GANAR¡¡¡. El laicismo siempre consigué fortalecer, mejorar y hacer mejor a la Iglesia, que espoleada por tanta impertinencia exsacerbada se purifica y se hace más resistente y fuerte y segura.No tengamos miedo y recordemos siempre a nuestros grandes últimos Papas, verdadera bendición de Dios para los hombres.Los tiempos son de fuerte lucha y vamos a ganar¡¡¡.
Entre los modos posibles de acción política de los católicos, por su importancia se pueden señalar estos tres:
1.- Acción cívica de información y de propaganda, realizada fuera de los partidos políticos, con el fin de ilustrar la opinión pública (apostolado de la prensa), de obtener compromisos por parte de los candidatos a las elecciones (asociaciones de padres, colegios profesionales, etc.).
2.- Una acción de los católicos en el interior de los partidos, con el fin de obtener garantías con respecto a ciertos intereses vitales (aborto, eutanasia, educación, etc.).
3.- La unión de los católicos en el terreno político, sea por medio de una coalición de votos en el Parlamento (de ahí que se exija la libertad de conciencia frente a la disciplina de partido), sea por medio de un acuerdo de un acuerdo entre los diferentes partidos (caso histórico de la CEDA), o bien por la agrupación de los católicos en un partido católico comprendiendo o no otros elementos, es decir, un partido confesional sólo para católicos o confesional y abierto a otros que sin ser católicos apoyen una sociedad con lso valores del catolicismo.
En España, por ahora, se ha dado primacía a las dos primeras acciones, y se ha dejado de lado la tercera, no por inexistencia de las misma, sino por falta del apoyo necesario por la autoridad eclesiástica competente: La Santa Sede o los Obispos.
Sea como sea, la cohesión entre los católicos es indispensable sobre todo cuando los valores cristianos, como en la España actual, se encuentran con la hostilidad de determinados adversarios y cuando los derechos y libertades necesarias de la Iglesia se hallan gravemente amenazados.
El contexto histórico de España y las nuevas directrices pastorales y contingentes del CVII (libertad religiosa, neutralidad estatal, etc.) han demostrado la ineficacia de las mismas en nuestro contexto cultural. A lo mejor en otros lugares esa pastoral funciona de maravilla, en España, no. Se puede cocear contra el aguijón, pero los hechos de la situación actual están ahí. Partiendo de que la perfección no existe ni en el hombre ni en la sociedad, pero que ambos deben luchar por ese perfeccionamiento que obtendrá sus frutos después de este valle de lágrimas.
En España que es donde estamos, y hasta que esto no se afronte la degeneración política irá en aumento, la libertad religiosa lleva, inexorablemente, a la restricción política, y a la inversa. Sólo la Unidad Católica puede garantizar la libertad política. No quiere decir que la Unidad Católica no pueda aplicarse mal, no, y además hemos sido testigos de ello en nuestra historia reciente, sino que el principio de Unidad Católica es el único principio que asegura la libertad política. Por eso, dada nuestra peculiar forma de ser culturalmente, el partido único confesional es (y fue con la CEDA) y será un fracaso, el español es hombre que gusta de su libertad; no obstante, en mi opinión, la manera de salir ahora mismo de este atolladero (educación, cultura de la muerte, etc.) es la unión de todos los católicos y los hombres de buena voluntad en una acción política conjunta y bajo una bandera, la de Cristo para asegurar una voz clara y distinta en el arco parlamentario, porque las leyes salen del Parlamento y ahí lo católico simplemete no existe, o secuestrado por la disciplina de partido o por el afán de poder, pero no existe voto, que es lo importante en las leyes.
- Los comentarios deben estar relacionados con el tema planteado en el post.
Es decir, a menos que Monseñor Sebastián quiera tratar específicamente el asunto Cope, cosa para la cual no hace falta que diga que es totalmente libre de hacerlo, no se debería de preguntarle sobre el tema en un epígrafe que trata sobre la clase de religión.
Y sigo con el tema que siempre plantea terciario 98. La política se hace (como la medicina, como la Seguridad social, como las obras públicas, etc.) para el bien común terreno y social de los ciudadanos. Por eso los catolicos podemos y debemos colaborar con quienes respetan la ley natural y los derechos de la persona para promover el bien común. Respecto de la religión y del bien espiritual, basta que la política respete la libertad y favorezca la moralidad, el resto lo tenemos que hacer desde la Iglesia, desde las asociaciones católicas, desde las familias y colegios, desde las instituciones educativas. Al Cesar lo que es del Cesar, a partir de ahí tenemos que buscar por otros caminos que cada persona dé a Dios lo que es de Dios, la fe, el corazón, la vida. Pero el recurso a Dios tiene otro camino que no son las leyes del parlamento. No entiendo eso de que solo la unidad religiosa proporciona la libertad política. Y cuando no tnemos la unidad religiosa, qué tenemos que hacer? Pensar una politica a partir de la unidad religiosa es salirse de la realidad actual. Tiene que ser la libertad política la que nos facilite la libertad religiosa, y a partir de ahí hay que ir avanzando en la unidad religiosa, pero por el camino de la conversión, no por el de la imposición. ¿Qué queda ahora de la "unidad religiosa" impuesta por el régimen de Franco? La política no convierte los corazones, hombre.
Y volvemos a las clases de religión, que es de lo que estamos tratando. Es un asunto muy importante. Los jóvenes cristianos necesitan una buena articulación mental de su fe, por qué creemos, qué creemos, como respondemos a las insidias contra la fe, qué exigencias practicas tiene nuestra fe en nuestro mundo, etc. Esa formación se debería continuar en las parroquias, en las asociaciones. Necesitamos líderes católicos seglares para los diferentes ordenes de la vida civil (prensa, economía, empresarios, politica), pero eso hay que hacerlo desde abajo, con rigor, con seriedad, con perseverancia. Yo animo a todos los que puedan trabajar en este campo de la educación intelectual y moral de nuestros jovenes cristianos, a que lo hagan seriamente, con profundidad intelectual, pero sobre todo con auténtica espiritualidad cristiana y en completa y clara comunion eclesial. Educando a los jovenes en la desconfianza hacia el magisterio de la Iglesia los estropeamos espiritualmente para toda su vida, y malogramos todo el fruto que podrían hacer. Bueno, basta por hoy. Como dice Fernando María, VAMOS A GANAR, la fe y la confianza en el Señor son ya nuestra victoria, pero tenemos que ponernos en línea con la SANTA MADRE IGLESIA, sin hacer pinitos de progresía barata que no siven para nada.
Contenidos de nuestra fe...que son VERDADES que van más allá de las modas o de los pensamientos "progres".
Estoy plenamente convencida de que este es el camino y comparto totalmente la presentación positiva de la Moral cristiana...porque ciertamente es la única que libera al hombre de todas sus esclavitudes y ambiguedades. Presentarla desde la visión positiva y como la consecuencia lógica de un mensaje acogido en el centro de la propia vida. Un abrazo, D. Fernando y GRACIAS por estos dos artículos.
Desde aquí, y siguiendo sus palabras, todo nuestro apoyo a este colectivo de hombres y mujeres cristianos que dan, especialmente con su ejemplo, uno de los testimonios más auténticos de los valores evangélicos de todos los tiempos Id y predicad...
Supongo entonces que no habrá motivo alguno para inquietarse ante la tenacísima pretensión del poder político de moldear la conciencia moral de niños y jóvenes a través de la llamada Educación para la Ciudadanía.
¡Pobres socialistas, masones y demás enemigos de la Iglesia, que despliegan atrevidas iniciativas políticas y consumen sus mejores energías en pos de objetivos imposibles!
Pienso que si no se está trabajando en este sentido, los resultados no serán los óptimos, y en este asunto las medianías y tibiezas son lo peor. Vendría muy bien que se pudiesen hacer Fernandos Sebastián Aguilar como el que hace churros.
Ahora tengo que hacer los examenes, pero para poder acceder a ellos tengo que realizar un trabajo por asignatura, que no suponga el copiar lo que otros han escrito, sino lo que debo de pensar no sólo teologicamente, sino social spicologica y antropologicamente.
Al principio pensé que no era tan dificil, pero realmente es complicado. Porque debes de dejar a un lado tus teorias subjetivas y plasmarlas objetivamente en base a lo que el Magisterio de la Iglesia dice y lo que estas estudiando.
Realmente, el coger una Biblia y mandarles leer a los chicos Gn 1 a 5, y luego comentarlo en la clase, no tiene mayor dificultad, pero cuando tienes que darle un sentido teológico e histórico, como que ya no es tan fácil, aunque sí mucho más interesante. Todo está en querer hacerlo.
Con los profesores de Religión pasa como con cualquier otro profesorde otras asignaturas, los hay mejores y los hay peores.
En la Educación Religiosa no sólo hay que conocer los contenidos sino saber aplicarlos y enseñarlos de tal manera que no sean una formula matematica o fisica para acceder a la felicidad, o una teoria filosofica o sociologica que en la practica, la mayoria de las veces no te sirve, si no contenidos objetidos basados en realidades comprobables. que a traves de otras ciencias complementen y avalen la asignatura de Religión.
Y al amigo Pedro ya le responde de hecho
Lidia con su testimonio. Los Profesores de religion ahora estudian al menos tres años de Teología y tienen sesiones de formación permanente periodicamente en todas las Diócesis. Invocar al Espíritu Santo no es para dispensarnos de lo que tenemos que hacer, sino para saber lo que tenemos que hacer y tener fortaleza para hacerlo. No te parece?
Y a Lidia buen ánimo, que es un estudio muy bonito y luego un trabajo muy importante y muy hermoso. Aunque es ciertamente duro y exigente. Pero ¿qué hay que valga la pena y no cueste esfuerzo.? Con el Señor. Saludos a todos.
Muy querido Monseñor Sebastián, sin entrar en la "contundencia" de la frase, estimo que reducir 14 siglos de principios de Unidad Católica en España a 40 años de aplicación práctica de esos principios es cercenar la Historia. Porque desde el año 589 y el III Concilio de Toledo sólo ha habido en nuestra Patria dos vacíos de esos principios: La II República y el Régimen actual. A pesar de todo y para aclarar, como pantea S.I., la cuestión paradójica de libertad religiosa - libertad política decir que:
En el pensamiento occidental, la "libertad" se halla oscurecida por la concurrencia de dos significados de ese término: uno negativo y otro positivo, que dan a aquella idea cierta persistente ambigüedad, tanto más por cuanto el significado positivo parece dar el contenido material del negativo, que es puramente formal.
Libertad: esencia y accidente
El significado negativo, que es el propio de la mentalidad romana, de la libertas, consiste simplemente en no estar "dominado", es decir, en no hallarse sometido, como están los esclavos, a un dominus, cuya voluntad inhibe en absoluto la del sometido a ella, esto, sin perjuicio de que pueda darse una potestad similar sobre los liberi, que son, por antonomasia, los hijos y descendientes legítimos de estirpe viril, a favor del jefe de familia, del Pater familias.
Esta libertas se identifica, en la concepción romana, con la ciudadanía, la civitas, pues la posible libertad de los no-romanos es algo muy diferente de la libertas ciudadana, no sólo por las diferencias de orden público, sino también porque la patria potestad a la romana es algo desconocido entre los pueblos extranjeros.
El segundo significado, por su parte, es positiva, y no corresponde al concepto romano de libertas, sino al germánico de "freedom": se cifra en el derecho para una determinada facultad de las personas, de comerciar, viajar, publicar, etc. Esta libertad no debe confundirse con la idea negativa de libertas. La libertas es esencial y carece de contenido -se es libre por no tener dueño y no para hacer tal o cual cosa-, en tanto la "freedom" es accidental y no se concibe sin un contenido concreto. Por ello mismo, la libertas es indivisible, en tanto esas otras libertades o derechos de actuación son siempre limitables; su limitación puede ser por distintas causas, como, por ejemplo, el sexo, la edad, la mala fama personal, la extranjería, etc.
La diferencia entre estos dos significados, negativa y positiva, se exterioriza por la referencia o no de la libertad a una determinada facultad de actuación personal. Cuando se determine el contenido material de una libertad, no puede tratarse ya de la libertas, la genérica y formal de no hallarse sujeto a un dueño, sino de la de un concreto derecho para tal o cual actuación. Así, la libertad política y la religiosa deben entenderse como referidas a un concreto, derecho de actuar, en lo político o en lo religioso sin infringir unos límites de licitud, porque la existencia de unos limites de licitud es indispensable para que se pueda hablar de un derecho, sin caer en una absurda ausencia de concreción, o libertinaje, pues también el libertinaje precede de una confusión entre la libertas indivisible y las libertades concretas, que, por su misma naturaleza, no pueden ser ilimitadas. Esta diferencia es importante para entender lo que se dirá a continuación, ya que las libertades política y religiosa sólo puede concebirse como limitables.
Cuestión aparte es la de en qué medida estas facultades concretas son o no de derecho natural, pues es claro que una supresión del derecho natural, aunque no atente contra la libertas -por ejemplo, la ley del divorcio-, puede considerarse como "injusta", es decir, como contraria al ius, concretamente al ius naturale. Lo paradójico es que, actualmente, los que parecen más celosos defensores de las libertades concretas son precisamente los que no admiten la existencia de un derecho natural. Se les podría preguntar acerca del fundamento que tienen para afirmar la necesidad del reconocimiento de determinados derechos, y su respuesta sería, seguramente, la de que se trata de exigencias de la Democracia, no del derecho natural, que ellos niegan, sin advertir que lo que con ello hacen es erigir un accidental régimen de gobierno en exigencia de una superior justicia, que sólo puede defenderse como "natural".
Hasta qué punto esa substitución de lo natural por la voluntad de la mayoría es un recurso del todo artificial podrá apreciarse por cuanto se dirá a continuación sobre las libertades política y religiosa, que son distintas, pero se hallan íntimamamente relacionadas entre sí. En efecto, la libertad política, en principio, consiste en poder optar por la adhesión al grupo de presión políticaa que la voluntad pueda elegir, y la libertad religiosa, en poder optar por la confesión pública de una determinada manifestación religiosa. Conviene considerar separadamente ambas facultades, para luego ver la relación que existe entre ellas.
Libertad política y derecho natural
Cuando se habla de libertad politica, no nos referimos a las opiniones políticas que pueda uno tener para si, sino a la exteriorización pública de tales opiniones y a la adhesión a grupos políticos -se puede pensar en "partidos"- que entran en lucha por alcanzar el poder sobre una determinada comunidad. Y la cuestión es ésta: ¿en qué medida debe considerarse injusta y no conforme al derecho natural la supresión de tal libertad de adhesión a un partido político, es decir, la supresión de los partidos en la vida política? En realidad, no se trata ya de la contraposición de opiniones frente a una cuestión de la vida comunitaria, sino de la constitución de partidos, no accidentales, sino estables y destinados a conseguir el poder.
Parece evidente que la existencia de partidos políticos estables no es una exigencia del derecho natural sino una exigencia de la Democracia, que, ella misma ya, es una forma accidental y no de derecho natural, a pesar del error hoy muy difundido de que la Democracia, con sus partidos políticos estables, ha sido erigida por el Magisterio de la Iglesia en un régimen esencial del derecho natural, contra lo que fue una tradición extraña a dicho régimen.
Que la Democracia no es una exigencia del derecho natural resulta evidente por el mismo hecho de que, si la voluntad de la mayoría y la igualdad política son admitidas, difícilmente puede luego negarse el valor de las decisiones democráticamente tomadas, aunque atenten contra la libertad de la Iglesia y contra el Derecho natural. Esta teoría democrática moderna no derive de la antigua democracia griega, sino de los errores del Conciliarismo que aparece con el Cisma de Occidente, errores justamente condenados por la Iglesia. No sorprende, pues, que al paso de los aires democráticos se haya resucitado la causa de tales errores. A este respecto, debo observar cómo he encontrado yo resistencia al sostener que el Concilio Ecuménico carece de potestad de gobierno -aunque la misma "lumen gentium" (cap. 23) lo diga- y tiene sólo una autoridad de magisterio sometida siempre a la potestad del Papa. Porque es inevitable que los defensores de la Democracia tiendan a introducirla también en la Iglesia, contra lo que es esencial en ella, que es el haber sido fundada por Jesucristo y no por el acuerdo de los hombres. Otra cosa es que la iglesia para reconocer la legitimidad de la potestad civil, requiera un cierto grado de reconocimiento social de tal poder: se trata de una condición para autorizar tal potestad y no de proclamar el principio democrático; entre otras cosas porque tal reconocimiento social no siempre se manifiesta en forma de sufragio indiscriminado.
Podría pensarse acaso que la formación de partidos políticos es una consecuencia de la libertad natural de asociación. Pero, a este respecto conviene hacer una observación jurídica importante. lo que debe considerarse como natural es que las personas puedan convenir entre ellas una actividad común para un fin lícito, es decir, el contraer un contrato de sociedad, el hacerse "socios" entre si; pero se olvida que el contrato de sociedad, por si mismo, no implica una asociación con personalidad jurídica colectiva, como la de los partidos, distinta de la individual de los socios que contraen la sociedad. En efecto, se olvida muy frecuentemente que la personalidad jurídica sólo se justifica por el servicio que rinde al bien común, y que, por tanto, sólo puede existir por concesión del que tiene encomendada la custodia del orden público; la Iglesia así lo demuestra al no admitir que sus fieles constituyan asociaciones sin la autorización y control por parte de la potestad eclesiástica. Ahora bien, el recurrir al voto para tomar una decisión es lo propio de la personalidad jurídica, que, al no poder hacer declaraciones ella misma por ser un ente puramente jurídico, requiere, no sólo un representante, sino también la constitución de una voluntad declarable e imputable a tal ante, y para ello se vale del procedimiento de la votación de sus miembros.
Así pues, ni la Democracia, ni sus partidos políticos son de derecho natural, pues ese régimen permite decisiones contrarias al derecho natural, y es absurdo que el derecho natural entre en contradicción consigo mismo.
Partido confesional y estado confesional
Pero volvamos a la libertad política. Ante la amenaza de partidos políticos contrarios a la libertad de la Iglesia ¿qué sentido puede tener la libertad de opción de partido político? Porque el que los fieles se repartan, en uso de tal libertad, entre partidos minoritarios no sirve más que para dividir la posible fuerza de los que deben defender a la Iglesia. ¿No será más prudente unirse en un solo frente para impedir el dominio del partido hostil a la iglesia? De hecho, el problema, que se da efectivamente en la vida política de las democracias, suele resolverse con la intervención de la misma Iglesia en peligro, que alerta a los católicos con el fin de que no abusen de su libertad política y procuren, en cambio, aunarse para poder combatir al partido enemigo; es decir: se impone a la Iglesia una discriminación del enemigo, y, en este sentido, no puede abstenerse de la política. De esta suerte, surge espontáneamente la necesidad de un único partido confesional favorecido por la Iglesia; y no baste entonces que este partido se rotule "cristiano" o "católico", sino que es menester que sea realmente y declaradamente confesional y beligerante.
¿Cuándo deja de ser necesario el partido confesional y se puede practicar la libertad política sin mayor escrúpulo? Cuando la Iglesia, defensora del derecho natural, no sufre hostilidad. Pero esta exclusión de la hostilidad contra la Iglesia sólo se puede conseguir en un Estado que sea confesionalmente católico, que no tolere la existencia de una fuerza contraria a la Iglesia y al derecho natural. Nos encontramos así con esta alternativa: o hay un estado católico, y entonces se puede dejar libre la opción política, o no lo hay y existe el riesgo de hostilidad, y entonces hay necesidad de un partido confesional que haga frente a tal hostilidad. En otros términos: hay que elegir entre Estado católico o partido católico. Pero esta alternativa de confesionalidad se enlaza con la cuestión de la libertad religiosa. Son dos cuestiones, como se ha dicho, distintas, pero que no pueden separarse, ya que hemos llegado a ver la necesidad de un Estado católico para que los católicos puedan disfrutar de la libertad política.
La libertad religiosa
La libertad religiosa ha sido solemnemente proclamada por el Magisterio de la Iglesia, concretamente en la "Dignitatis humanae" de Pablo Vl. Dejando aparte la reserva de que se trata más de "libertad" que de "dignidad" -lo que nos llevaría demasiado lejos en el tema de la dignitas-, este principio debe ser respetado como fundamental de la Moral católica, pero debe ser bien entendido en cuanto a sus limites pues la misma Iglesia lo enuncia como derecho a elegir el camino de la verdad religiosa y no como libertad para el error.
En efecto, este principio debe entenderse en el sentido de que no debe coaccionarse a nadie para que rechace un determinado credo o se adhiera a él, es decir, como una libertad de las conciencias para vivir la verdad religiosa, pero la cuestión está en puntualizar lo que se entiende por coacción, ya que, para la Iglesia, no puede haber duda acerca de la verdad y el error en religión. Porque toda predicación de la verdad podría verse como coacción-y eso ha llevado a algunos a abstenerse de todo apostolado, y de las misiones-, pero es claro que la Iglesia no lo considera así, aunque tampoco puntualiza dónde empieza la coacción, y ahí está nuestro problema para la aplicación político de ese principio.
Es, desde luego, improcedente pensar que la libertad religiosa implica la equiparación de todos los credos, o incluso de los monoteisticos, como si la Iglesia católica no estuviera segura de que sólo su credo es el verdadero. Así, se trata de no castigar el error religioso en la búsqueda, por las conciencias, de la verdad, que no puede imponerse por la fuerza, es decir por la amenaza de un mal intolerable, sin por ello dejar de denunciar el error. Esta denuncia no es una coacción, a efectos de la libertad religiosa.
La cuestión está en cómo una comunidad tradicionalmente católica, en la que se ha vivido la confesionalidad del Estado, puede aplicar ese principio sin deterioro de su propia entidad histórico-politica. Tal es el caso de España, donde el abandono intermitente y accidental de su confesionalidad resulta haber contribuido siempre a la pérdida de su identidad histórica.
Un régimen aconfesional se explica tan sólo en aquellos pueblos que, por haber sufrido la ruptura de la unidad religiosa, como no ocurrió en España, debe aceptar un régimen de neutralidad religiosa, es decir, de agnosticismo, para poder vivir en paz; pero no es neutral cuando ese agnosticismo -o el anticatolicismo sin más- se ha convertido en dogma oficial: también tal Estado es confesional y no pluralista. En ese sentido no puede negarse la dificultad que encuentra un Estado católico para perder sus confesionalidad y crear una ética pública convencional, desarraigada de todo credo, a la que se ajusten sus leyes, como puede haber ocurrido en pueblos que han nacido como pluralistas en lo religioso, sobre todo, pueblos coloniales cuya sociedad se ha formado por la afluencia de emigrantes de distintos credos y razas, en los que, precisamente por faltar la unidad religiosa, se ha impuesto desde su origen la necesidad de una ética legal y convencional. El caso de España es ilustrativo: al eliminarse la tradición católica se ha hecho imposible toda ética pública, con grave repercusión en el deterioro de la moral privada. Negar este hecho es negar la evidencia.
Oficialidad o indiferencia
Entre los liberales del siglo XIX -desde que introdujo esta distinción el Padre Curci, en un articulo de la "Civiltá Cattolica" de 1983-, cundió eI recurso de distinguir entre la "tesis" y la "hipótesis" para tratar esta cuestión de la oficialidad estatal del credo católico. Se partía de la "tesis" de que le religión católica, única verdadera, debía regir oficialmente y de ella dependía la ética pública, para admitir eventual mente la "hipótesis" de Estados pluralistas, en los que debía relativizarse esa verdad, para consentir un pluralismo religioso. Hoy el planteamiento parece haberse invertido: la "tesis" es la del pluralismo y plena indiferencia del Estado en materia religiosa, y la "hipótesis", la de las comunidades que han sido tradicionalmente católicas, en las que debe relativizarse aquel principio de indiferencia propio de los pueblos de tradición pluralista. Esta relativización de la "hipótesis", como en el caso de España, no consiste en negar el principio, de forma que se suprima la libertad de las conciencias y se fuerce a profesar la religión católica bajo amenaza de un mal intolerable, sino en adaptar prudentemente ese principio a la necesidad político de no perder la identidad histórica de un determinado pueblo, pues no habría más grave coacción que la de obligar a perder esa identidad. Esto quiere decir que tal comunidad podría excluir de el la las manifestaciones públicas de las religiones o creencias (también la atea) que aquella tradición excluía como erróneas y nocivas, sin vulnerar con ello la libertad privada de las conciencias. Porque no es lo mismo tener libertad para creer en una religión errónea que propagar públicamente lo que la propia comunidad considera nocivo, en detrimento de la unidad católica nacional. Porque lo que muchos no acaban de entender es que la unidad católica, aparte de ser conforme a la verdad, puede ser un bien público, que el encargado del orden público debe defender como bien político inexcusable.
De la misma manera que una familia católica o una asociación católica pueden excluir de ellas a los que profesan otra religión, y lo mismo hace la Iglesia con los que apostatan de ella, no hay razón para negar que pueda hacerlo igualmente una comunidad política como es el Estado. Quiere esto decir que una reducción de la ciudadanía -como algo más estricto acaso que la nacionalidad actual-, que implica plenos derechos a los católicos no alteraría radicalmente el principio de libertad religiosa proclamado por la Iglesia, sino que simplemente la relativizaria en su adaptación nacional, reduciendo la libertad de las conciencias a la esfera privada donde no afectaría al bien público de la unidad católica. Porque la exclusión de la ciudadanía de los que profesan públicamente ser no-católicos y la prohibición de las manifestaciones públicas de su error no pueden considerarse como coacción injusta de las conciencias, sino como precaución saludable en defensa de la identidad nacional. No hay razón para privar a la comunidad nacional de lo que nos parece justo para cualquier comunidad, que es la libre elección de sus miembros. Análogamente, he defendido en alguna ocasión que los objetores de conciencia, que se niegan a participar en el servicio de las armas, no deben ser castigados por su negativa, sino simplemente excluidos de una comunidad a la que no están dispuestos a defender con las armas como tal comunidad exige. Tampoco tal exclusión afectaría a la libertad esencial de los hombres.
Para ilustrar nuestro punto de vista pensemos en el supuesto de una persona cuya conciencia defiende la licitud de la poligamia. Si se le admite como ciudadano, aparte el escándalo que puede causar con su ejemplo, podría llegar a ser juez, y una de dos: o bien habría que coaccionar su conciencias para que sus sentencias fueran acordes con el orden público de la monogamia, o bien debería abandonarse este principio, con todas sus consecuencias legales, con grave quebranto de la ética nacional.
La conciencia de los no-ciudadanos no queda coaccionada por la negativa de la plena ciudadanía, pues no se cierra la posibilidad de que alcancen aquéllos otra en otra nación. Negar la ciudadanía no es un castigo, sino una cautela defensiva de la comunidad nacional. También la pacifica Suiza restringe muy severamente el acceso a su comunidad nacional. Y, si se trata de uno que ya es ciudadano al que se impone la pérdida de su ciudadanía por profesar públicamente el error religioso, el case no es esencialmente distinto de aquel otro que pierde su ciudadanía (y su nacionalidad) por militar en un ejército extranjero (que no está en guerra contra el propio de su Estado). ¿Acaso es más grave para la identidad nacional de un pueblo católico el militar bajo bandera extranjera contra un tercero que el profesar públicamente un error religioso incompatible con la tradición nacional?
Hay católicos hoy, en España, que piensan de otro modo. Para ellos, la exclusión de los no-católicos de la comunidad nacional sería una coacción contra el principio de la libertad religiosa, sin tener en cuenta que este principio se enuncia como "tesis", pero no debe aplicarse en perjuicio de la identidad político de España. Un católico español tiene el deber moral de defender la identidad tradicional, tanto más por cuanto la tradición nacional se halla identificada con la "tesis" que la Iglesia defendió a lo largo de los siglos.
De hecho, si observamos el efecto que ha tenido la interpretación de la libertad religiosa como principio absoluto, hemos de reconocer que sólo ha servido para debilitar la certeza y seguridad de los mismos católicos que lo defiendan.
(Alvaro D'Ors)
1. ¿De dónde has extraído ese texto de Álvaro d'Ors? ¿Dónde puedo continuar la lectura?
2. Es extraño que no haya causado ninguna reacción. No es un texto trivial que pueda ser ignorado fácilmente. (¿O sí...?)
Saludos.
A lo largo de todo el el texto está presente como afirmación básica la unidad católica de España. Y el concepto jurídico de libertad.
Desde el punto de vista eclesial y pastoral, yo pienso siempre en la fe real de la gente, de los miembros de la sociedad. No entiendo que la unidad católica de España se afirme como un postulado primariamente político. No discuto la historia de España, que aprecio y respeto y agradezco, pero pienso que hay que pensar en primer lugar en la realidad actual de los españoles. Y en esta perspectiva no me parece una afirmación realista decir que hoy existe la unidad católica de los españoles. Hay muchos que no pisan la Iglesia, que no aceptan la doctrina moral de la Iglesia, que no se casan por la Iglesia, que no bautizan a los hijos, que profesan explicitamente otras confesiones u otras religiones. Y estamos siempre con el mismo tema.
Me parece evidente que ni la democracia, ni los partidos políticos, ni ninguna otra forma política concreta, son de derecho natural. Pero sí es de derecho natural, como dice el profesor, el derecho a opinar sobre temas políticos y el derecho a asociarse, con este fin como con otros. El argumento aducido me parece poco probatorio. En muchas instituciones de derecho natural (familia, pueblos o naciones, etc.) se pueden hacer cosas contra el derecho natural. Con un mal ejercicio de la patria potestas se pueden hacer abusos y crímenes.
En esa presentación de la alternativa "o Estado católico o partido confesional" veo muchas ambigüedades. Primero, todo el razonamiento supone que es la Iglesia la que decide cómo se organiza la sociedad politica. Segundo, seguimos pensando que se puede mantener la unidad de la fe por medio de las imposiciones políticas. Se da por seguro que la existencia del partido confesional garantiza el mejor bien común y sobre todo garantiza la conservacion de la unidad de la fe. La experiencia nos dice lo contrario. Y la doctrina actual de la Iglesia también. Desde el punto de vista teológico me parece muy discutible que una potestad civil tenga autoridad y derecho para limitar la ciudadanía de un ciudadano por el hecho de no profesar la fe católica. Siempre que los católicos hablamos de partidos no confesionales decimos (con el autor) que toda autoridad humana tiene que actuar moralmente, secundum legen naturae, y decimos que los católicos, alistados en partidos o no, tienen derecho y obligacion de defender publicamente la ley de Dios y la ley de la naturaleza que tamién viene de Dios. La Iglesia no está convencida de que ni el Estado católico ni el partido confesional sea ahora el mejor medio de defender la fe de los católicos y anunciar el evangelio de manera convincente a los no católicos. Ese hipotético juez musulmán tendría que c
agtenerse a las leyes fundadas en la ley natural. Con más gusto o con menos gusto, no es cuestión de moral pública. Esto no quiere decir que demos por bueno el gobierno concreto de ningun gobierno ni de ningun partido, seguimos diciendo que es preciso atenerse a la ley moral natural. La Iglesia habla, anuncia, predica, recomienda, pero no puede imponer lo que no viene respaldado por la revelación y la ley de Dios vivo. En fin, todo esto creo que refleja las enseñanzas actuales de la Iglesia, salvo meliori.
Que Dios le guarde mucho años, es todo un privilegio poder compartir con un sucesor de los Apóstoles. Deo Gratias.
"IGLESIA CATÓLICA Y COMUNIDAD POLÍTICA. Autonomía e independencia
424 La Iglesia y la comunidad política, si bien se expresan ambas con estructuras organizativas visibles, son de naturaleza diferente, tanto por su configuración como por las finalidades que persiguen. El Concilio Vaticano II ha reafirmado solemnemente que « la comunidad política y la Iglesia son independientes y autónomas, cada una en su propio terreno ».867 La Iglesia se organiza con formas adecuadas para satisfacer las exigencias espirituales de sus fieles, mientras que las diversas comunidades políticas generan relaciones e instituciones al servicio de todo lo que pertenece al bien común temporal. La autonomía e independencia de las dos realidades se muestran claramente sobre todo en el orden de los fines.
El deber de respetar la libertad religiosa impone a la comunidad política que garantice a la Iglesia el necesario espacio de acción. Por su parte, la Iglesia no tiene un campo de competencia específica en lo que se refiere a la estructura de la comunidad política: « La Iglesia respeta la legítima autonomía del orden democrático; pero no posee título alguno para expresar preferencias por una u otra solución institucional o constitucional »,868 ni tiene tampoco la tarea de valorar los programas políticos, si no es por sus implicaciones religiosas y morales.
425 La recíproca autonomía de la Iglesia y la comunidad política no comporta una separación tal que excluya la colaboración: ambas, aunque a título diverso, están al servicio de la vocación personal y social de los mismos hombres. La Iglesia y la comunidad política, en efecto, se expresan mediante formas organizativas que no constituyen un fin en sí mismas, sino que están al servicio del hombre, para permitirle el pleno ejercicio de sus derechos, inherentes a su identidad de ciudadano y de cristiano, y un correcto cumplimiento de los correspondientes deberes. La Iglesia y la comunidad política pueden desarrollar su servicio « con tanta mayor eficacia, para bien de todos, cuanto mejor cultiven ambas entre sí una sana cooperación, habida cuenta de las circunstancias de lugar y tiempo ».869
426 La Iglesia tiene derecho al reconocimiento jurídico de su propia identidad. Precisamente porque su misión abarca toda la realidad humana, la Iglesia, sintiéndose « íntima y realmente solidaria del genero humano y de su historia »,870 reivindica la libertad de expresar su juicio moral sobre estas realidades, cuantas veces lo exija la defensa de los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas.871
La Iglesia por tanto pide: libertad de expresión, de enseñanza, de evangelización; libertad de ejercer el culto públicamente; libertad de organizarse y tener sus reglamentos internos; libertad de elección, de educación, de nombramiento y de traslado de sus ministros; libertad de construir edificios religiosos; libertad de adquirir y poseer bienes adecuados para su actividad; libertad de asociarse para fines no sólo religiosos, sino también educativos, culturales, de salud y caritativos.872
427 Con el fin de prevenir y atenuar posibles conflictos entre la Iglesia y la comunidad política, la experiencia jurídica de la Iglesia y del Estado ha delineado diversas formas estables de relación e instrumentos aptos para garantizar relaciones armónicas. Esta experiencia es un punto de referencia esencial para los casos en que el Estado pretende invadir el campo de acción de la Iglesia, obstaculizando su libre actividad, incluso hasta perseguirla abiertamente o, viceversa, en los casos en que las organizaciones eclesiales no actúen correctamente con respecto al Estado"
1.- Nadie ha puesto en duda que el Estado y la Iglesia sean dos sociedades perfectas (independientes y autónomas).
2.- Esa autonomía de órdenes no comporta separación de los mismos, igual que la materia y el alma forman una unidad que es la naturaleza humana.
3.- La libertad religiosa que de que se habla en estos puntos es la libertad sellada con la sangre de los mártires y referida, por tanto, a la religión católica. En ningún momento la Unidad Católica es principio de restricción de la libertad de la Iglesia, por el contrario, se asegura que el Estado debe proteger esa libertad, nada más, la Iglesia es la que debe evangelizar y dar la vida sobrenatural de los sacramentos que son medio para el fin que la instituyó Nuestro Señor.
Por lo tanto, Unitas, haga usted el favor de leer con atención y no emitir juicios absurdos.
"Como obispos no podemos dejar de dar nuestra aportación específica para que Italia conozca una era de progreso y de concordia, rentabilizando las energías y los impulsos que proceden de su gran historia cristiana. Para ello debemos ante todo decir y testimoniar con franqueza a nuestras comunidades eclesiales y a todo el pueblo italiano que, aun cuando son muchos los problemas por resolver, el problema fundamental del hombre de hoy sigue siendo el de Dios. Ningún otro problema humano y social podrá resolverse realmente si Dios no vuelve al centro de nuestra vida. Sólo así, a través del encuentro con el Dios vivo, fuente de la esperanza que nos cambia por dentro y que no nos defrauda (Rm 5, 5), nos será posible recobrar una confianza fuerte y segura en la vida y dar consistencia y vigor a nuestros designios de bien.
Deseo repetiros, queridos obispos italianos, lo que dije el pasado 16 de abril a nuestros hermanos de los Estados Unidos: «Como anunciadores del Evangelio y guías de la comunidad católica, vosotros estáis llamados también a participar en el intercambio de ideas en la esfera pública, para ayudar a modelar actitudes culturales adecuadas». En el marco de una laicidad sana y bien entendida, hay que resistirse, pues, a toda tendencia encaminada a considerar la religión —y concretamente el cristianismo— como un hecho meramente privado: las perspectivas que dimanan de nuestra fe pueden ofrecer, por el contrario, una aportación fundamental a la aclaración y a la solución de los mayores problemas sociales y morales de Italia y de la Europa de hoy. Justamente, por lo tanto, prestáis gran atención a la familia basada en el matrimonio para promover una pastoral adecuada a los desafíos a los que hoy tiene que enfrentarse; para alentar la afirmación de una cultura favorable —y no hostil— a la familia y a la vida, y también para pedir a las instituciones públicas una política coherente y orgánica que reconozca a la familia la función central que ésta desempeña en la sociedad, especialmente para la generación y educación de los hijos: ésta es la política que Italia tanto y con tanta urgencia necesita. Fuerte y constante debe ser igualmente nuestro compromiso a favor de la dignidad y la tutela de la vida humana en todo momento y condición, desde su concepción y fase embrionaria a las situaciones de enfermedad y de sufrimiento y hasta la muerte natural. Tampoco podemos cerrar los ojos y contener la voz ante las pobrezas, las penalidades y las injusticias sociales que afligen a tanta parte de la Humanidad y que requieren el generoso empeño de todos, un empeño que debe extenderse también a aquellas personas, que aun siendo desconocidas, están en la necesidad. Naturalmente, la disposición a acudir en su ayuda debe ponerse por obra respetando las leyes que aseguran un desempeño ordenado de la vida social en el interior de un estado y para con quien llega a él desde fuera. No es preciso que concrete más lo que os digo: vosotros, junto con vuestros queridos sacerdotes, conocéis las situaciones concretas y reales, porque vivís con la gente".
Saludos.
Esto es gravísimo, ustedes quitan la fe, fe que no dieron, fe que no les pertenece, fe que traicionan . Que Dios se apiade de sus almas.
Muchísimos saludos. Hasta siempre.
o entre el cuerpo y el alma, que la unión del Estado con la Santa Iglesia.Para nada de NADA.Es una comparación inicua y totalmente errada. El Estado y la Santa Iglesia son poderes muy diferentes y felizmente disociados el uno del otro.
Teóricamente sería maravilloso, pero en un mundo de hombres viles y ruines es idílico y totalmente utópico e imposible.
Cordiales saludos.
"Si yo mismo o un ángel del cielo os proclamara un Evangelio distinto a este, sea anatema." (En el año de Pablo).
Por ejemplo, qué quiere decir que Iglesia y Estado son dos sociedades perfectas. Lo que se decía en los manuales hasta 1960 ya lo sé, pero eso es doctrina de fe? No se han pensado mejor algunas cosas desde entonces? No añade nada el Concilio Vaticano II, sin contradicciones, simplemente con matices. Todos los autores admiten que hay un desarrollo homogéneo del dogma. El mundo es histórico. No ha sido siempre igual. Y nosotros tambien somos historicos, sucesivos. No conocemos las realidad revelado de una vez para siempre. La vamos conociendo historicamente cada vez mejor con la ayuda del Espiritu Santo y guiados por el Magisterio de la Iglesia, en continuidad, sin contradicciones posibles. Cierto que la verdad de Dios es absoluta y permanente, única e intemporal, pero el conocimiento que nosotros tenemos de ella es temporal, creciente, nosotros no la conocemos de manera perfecta e inmutable desde el principio. hay un progreso histórico y homogéneo, no contradictorio, sino complementario, ampliamente estudiado por autores de indiscutible ortodoxia, en el conocimiento de la revelación, con la ayuda del Espíritu Santo, por medio y con la garantía del magisterio de la Iglesia. El caso mas claro es la definición de los dogmas marianos, Inmaculada concepción de María y la Asunción de la Virgen en cuerpo y alma al Cielo. Este crecimiento se da en nuestra vida personal y en la vida comunitaria de la Iglesia, y es un don precioso de Dios que teemos que agradecer. También hay epocas en las que algunas verdades de la fe, por culpa nuestra, se oscurecen y las tenemos menos en cuenta. Eso también esta ocurriendo ahora. No en el deposito de la revelación, tal como viene de Dios y tan como está en Jesucristo, sino tal como nosotros lo vivimos y sobre todo lo vivimos paracticamente, viviendolos, que es lo mas importante. En fin, no quiero polemizar. Quedémonos en amar a Dios y amar al prójimo sobre todas las cosas, con un poco más de humildad. Y Dios sea con todos.
es mejor entretenerlos y no "exigirlos". Se aprueba a todos para evitar conflictos con equipos directivos, padres.....Hay un curriculo,unos criterios de evaluación y Usted bien sabe como está la situación. No podemos devaluar la asignatura ¿Cuantos padres quitan a sus hijos por no dar los contenidos de la asignatura?. Muchas gracias.
"- La Iglesia no exige, ni recomienda, la constitución de partidos confesionales (partidos sólo de católicos, sólo para católicos, con política pretendidamente católica, incluso en las cuestiones contingentes y opinables). "
He de decir que esto no es cierto. En ningún documento magisterial de la Iglesia se dice nada parecido, y no creo siquiera que la definición de partido católico que da Mons. Sebastián sea compartida por la mayoría de fieles católicos.
Sobre los aportes de terciario, y el lapso de tiempo que hubo sin respuesta tras haber insertado el texto de Álvaro D'Ors, pues qué decir también: que hay silencios que hablan más claro que todas las palabras.
Desde luego vaya manera de marear la perdiz que si sobre la confesionalidad, la libertad religiosa, cuando la posición de la Iglesia sobre estos asuntos está más clara que el agua desde que Cristo dejó dicho "No tendrías ningún poder sobre Mí si no te hubiera sido dado de lo alto", refiriéndose a Pilatos, o sea, que los gobernantes reciben el poder de Dios, o sea, que deben reconocerle.
Y en cualquier caso, está más claro que el agua desde el Syllabus.
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